LA SENSACIÓN DE QUE «ALGO NO VA BIEN»

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Vivimos en un contexto de ambigüedad. Lo que parece que es, no es tanto y lo que parece que no es… no se sabe. El camino de la estética hacia la ética siempre es solitario y sin publicidad. Ni todos los titulares aperturistas tienen vida detrás; ni lo aparentemente conservador carece de vida, solidaridad y verdad.

En no pocas ocasiones, acabada una conferencia, me han agradecido la intervención quienes se han sentido respaldados o respaldadas… A veces de visiones tan contrapuestas que me lleva a preguntarme por mi falta de claridad y por la inercia que nos permite, a cada uno, entender lo que queremos entender. Debe ser la autorreferencialidad tan presente entre nosotros que no nos deja libertad para acercarnos a lo que es verdaderamente diferente a nuestros pensamientos enquistados.

En estos tiempos ambiguos no faltan los que quieren ideas claras y distintas; aquellos que solo encuentran solución en sentencias maniqueas que diferencien lo bueno de lo malo; lo injusto de lo perfecto. Estos y estas son también peligrosos, se les nota demasiado lo incómodos que se sienten ante el don de la libertad. Son incapaces de agradecer la luz que cada persona, toda persona, desprende… También aquella que luce con colores muy diferentes de los nuestros.

Son tiempos, sin embargo, muy interesantes para formarnos y crecer. Nunca, como ahora, hemos tenido espacio para ser, opinar y responder como queremos ser y estamos llamados a ser. Se han roto definitivamente cánones que aprisionen el pensamiento, para facilitar que la creatividad genere nuevos modos, estilos y respuestas. Y esto se comprueba en todos los ámbitos. Por supuesto, en el pensamiento, en el clima social, en la Iglesia y en la vida consagrada.

En estos últimos espacios, que por vocación y misión son los que más me interesan, percibo con alegría que cada vez hay más personas libres. No se engañen, no estoy diciendo que exista un clima generalizado de libertad. Pero sí personas libres que han aprendido a relativizar y colocar en su sitio algunas pasiones, otrora fuertes. Conozco hombres y mujeres que no dan un paso por obtener un cargo o un privilegio; que llaman las cosas por su nombre; que valoran más un minuto de vida en comunión, que cientos mandando… Conozco hombres y mujeres cristianos que son felices por serlo, independientemente de la relevancia social de su decisión. Y fíjense, ahí creo que se sitúa la ansiada renovación que desde hace décadas estamos soñando. Nada cambiará si no cambia la «mente clerical» que tiende a señalar, rechazar y organizar todo, para que nada cambie. Pero no se engañen, esa «mente clerical» está presente también en nuestros argumentos cuando decimos que eso «a nosotros no nos pasa».

Y puede ser verdad que hay cierta sensación de que algo no va bien… Pero hay otro modo de ver esta realidad ambigua y difícil. El pecado de la guerra ha engendrado –estoy seguro– una generación comprometida con la paz; la desgracia de un terremoto, ha conmovido no pocas conciencias dormidas hacia el milagro de la solidaridad; el racismo, la xenofobia y el odio, que se han recrudecido, están encontrando que muchas bocas, antes calladas, ahora se atrevan, reivindiquen y clamen; torpezas como encabezar campañas misioneras con personajes de la crónica social, ha despertado la verdadera libertad misionera y el reconocimiento a un buen grupo de hombres y mujeres que han nacido de nuevo en los contextos más difíciles de nuestro mundo.

Sí, se puede mirar la realidad y pensar que algo no va bien. Depende de lo que queramos ver. Hemos tenido que darnos de bruces con algo tan desgarrador y cruel como los abusos para que sea un clamor aceptado el cuidado de la persona, cada persona y su libertad… Y desde él, se ha desencadenado un estilo de liderazgo humano y cordial, evangélico que, sin entrar en dialécticas estériles, contesta con la vida a quienes pretenden imponer, marcar o asfixiar a sus hermanos o hermanas.

Es verdad, finalmente, que sigue habiendo quien habla de «olor a oveja» y sinodalidad que debería infundir cercanía, proximidad y encuentro y, sin embargo, sueña con sobrepelliz de distinción, distancia y reconocimiento. Pero, un signo de que «algo va bien», es que ha crecido la libertad sagrada de poder decirlo y señalarlo. Ha crecido la búsqueda de verdad que necesita vida y no se conforma ni se cree algunas palabras.