La noche es clara como el día

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Tal vez por el sufrimiento multiplicado de los pobres, tal vez por la indiferencia arrogante de la injusticia, tal vez porque la oscuridad del no saber se cierne sobre las certezas de la fe, tal vez porque Dios es Dios y el corazón sólo alcanza a conocer el vértigo de desearlo, tal vez sólo porque yo soy polvo y la finitud, la muerte, como una sombra, se mueve inseparable de mis pasos, tal vez por todo ello, las palabras de la revelación atraviesan como espada de fuego el corazón de esa noche: “Dios es amor”.

Si amas y te preguntan de dónde vienes, tú les podrás decir: vengo del amor; si te preguntan a dónde vas, tú les dirás que vas al amor; y si te preguntan dónde vives, tú les dirás: vivo en el amor.

Si amas, inseparable de tus pasos, y no porque sea tu sombra, sino porque será todo tu ser, irá el amor que es Dios.

Si amas, el amor irá diciendo que has nacido de Dios, que lo conoces, que él te habita, y que tú permaneces en él.

En el corazón de tu noche se encienden hoy las palabras del evangelio. Te lo dice el testigo del amor más grande, el que se ha encarnado para servirte, el que se ha arrodillado a tus pies para lavarlos: “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo: permaneced en mi amor”. Te lo dice el que ha entrado en la oscuridad gloriosa de su hora: “Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado”. Te lo dice el que conoce más de cerca el vértigo del sufrimiento, de la indiferencia, de la injusticia, del abandono: “Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud”.

Feliz domingo, Iglesia cuerpo de Cristo; feliz comunión con tu Señor, con el que te ama como él es amado por el Padre, con el que viene a ti para que tú vivas en su alegría, con el que irrumpe en tu noche para ser tu día, para ser tu gloria, para ser tu cielo.

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