viernes, 19 abril, 2024

Subir al cielo a lomos de un caballo

martin gelabert2webUno de estos autores que ataca polémicamente a la religión, considerándola irracional, el neurocientífico Sam Harris (autor de “El fin de la fe”), ofrece este argumento: las afirmaciones de las religiones presentan un contenido que repugna directamente a la razón, como por ejemplo decir que Mahoma ascendió al cielo a lomos de un caballo alado. Ya puestos, podía haber recordado que el profeta Elías, según el Antiguo Testamento, subió al cielo sobre un carro de fuego con caballos de fuego. Traigo a colación el ejemplo aducido por S. Harris porque no sería serio que los cristianos descalificásemos esta creencia del Islam, mientras aceptamos como algo muy normal una representación literalista de Jesús subiendo al cielo en presencia de sus discípulos.

Ante argumentos de este tipo los cristianos, al menos, no tenemos que polemizar, sino más bien aceptar que algunas afirmaciones de la fe resultan “una tontería para la razón” como dice san Pablo. Hay afirmaciones de fe que sólo aceptan los creyentes. Los no creyentes no pueden aceptarlas, porque si las aceptasen serían creyentes. Estas afirmaciones, por ejemplo, la Ascensión de Jesús, no pueden probarse, pero sí pueden y deben explicarse de forma que resulten significativas y creíbles. La Ascensión, para seguir con el ejemplo, es significativa porque llena de esperanza a los creyentes, que ven realizada en este misterio la vocación de todo ser humano de entrar en Dios. Y es creíble cuando la explicamos despojándola de literalismos que distraen, y hasta alejan, del núcleo de la fe. Subir al cielo o estar a la derecha del Padre son metáforas. Ningún pastor, teólogo o exégeta serio las mantiene en su literalidad. Estas metáforas quieren indicar que Cristo resucitado ya no está ahí, ya no es de este mundo, sino que pertenece para siempre al mundo de Dios.

Por lo demás, el diálogo entre religión y cultura o entre fe y razón no se sitúa tanto al nivel de los misterios propios de la fe, sino a niveles previos, a saber, los de la existencia de Dios y su relación con el mundo. La pregunta clave de este diálogo entre fe y ciencia es la de saber si la hipótesis de un mundo dependiente de Dios es razonable. Más aún, la de saber qué explicación resulta más convincente, la atea de un mundo autónomo y autosuficiente o la teísta, que mantiene que la finitud del mundo requiere una causa última, y la creaturidad un Creador. Este diálogo de la religión con la ciencia no es posible desde posiciones dogmáticas, sino desde posiciones críticas. Situados en esta perspectiva hay que decir: la existencia de Dios no puede probarse apodícticamente, pero sí justificarse, puesto que cuenta con argumentos que la hacen verosímil.

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