LA HISTORIA, MAESTRA DE VIDA

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“La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla” (Gabriel García Márquez)

Os comparto esta frase, que me ayudaba ayer para iniciar un curso sobre la “Historia de la salvación”, porque es aplicable a la experiencia de los pueblos, al pueblo de Israel y también a la nuestra.

La Biblia, en efecto, no es otra cosa que la “memoria colectiva” de un pueblo, que -a lo largo de su historia- ha ido registrando las experiencias que le han permitido vivir y sobrevivir, y que por tanto han merecido ser contadas de generación en generación. La historia no es una serie de acontecimientos registrados con cuidado en anales o en crónicas detalladas. La verdadera historia, la que cuenta y es “maestra de vida”, es algo distinto a una recensión exacta, o rigurosa y aséptica de lo que pasó. La verdadera historia está compuesta de risas y lágrimas, de alegrías y sufrimientos, del sudor y de la sangre de aquellos que vivieron unos momentos que se han vuelto “memorables”.

Sí, la historia en la Biblia se parece más bien a los recuerdos que una familia va reuniendo poco a poco, esas cartas y objetos familiares custodiados con aprecio, que hacen brotar de los labios una “historia” que todos escuchan en cada ocasión con el mismo placer renovado, una historia que escuchamos para poder contarla a los hijos. Y es que, a fin de cuentas, una familia se construye también en torno a ciertos números de historias que vale la pena contar. Los elementos importantes en una vida de familia son los que engendran historias. Esas historias permanecen, conservan su encanto y su poder evocador; transmiten los mismos mensajes o lecciones de vida, pero se adaptan también a las necesidades y circunstancias de cada época, porque tienen el rostro cambiante de la vida.

Ayer les decía a los participantes conectados que es esencial entrar en el universo de la Biblia del mismo modo que se ojea un álbum de recuerdos. Cada detalle tiene importancia, pero la precisión de estos textos no es la del historiador de anales, es más bien la del narrador de relatos, padres y abuelos de un pueblo que desean legar los tesoros de su sabiduría vital en forma de relatos. Por eso dice el orante: “Lo que oímos y aprendimos, lo que nos contaron nuestros padres, no lo ocultaremos a sus hijos, lo contaremos a la futura generación, las alabanzas del Señor, su poder, las maravillas que realizó” (Sal 78, 3 -4)

La Biblia no es un manual de historia de escuelas, sino un odre lleno de experiencias vividas por un pueblo y contadas en “historias”. El Dios que se revela es un Dios que interviene en la historia, y cuyas actuaciones atesoradas en relatos son “memoriales” para el pueblo de Dios. Siguiendo los relatos bíblicos vamos entrando en el “espíritu de familia” de los patriarcas, en las preocupaciones de un pueblo que intenta definir su identidad a partir de un pasado remoto entregado de manos de sus antepasado, dando cuerpo así a sus convicciones y sus esperanzas.

Cierto que al leer la Biblia es importante medir la distancia que nos separa de estos textos antiguos, escritos en otra lengua, en otro mundo y siguiendo criterios de una cultura distinta. Los modos de pensar y de expresarse son distintos, y los modos de contar también. Pero merece la pena hacer el esfuerzo de introducirse en el mundo y contexto de la Biblia, para recibir las “lecciones de vida abundante” que nos transmiten.

Estas lecciones nos ayudan también a acercarnos a la historia de hoy y de siempre. Y un ejemplo de ello es el Evangelio de este domingo XXV del TO que nos recuerda: “No podéis servir a Dios y al dinero” (Lc 16, 13), pero esto no como un ejercicio ascético, sino como un opción de vida diaria, que necesitamos tomar para no definir la vida a partir de las posesiones, sino a partir de Dios y de los hermanos,  esto nos conducirá a ser ricos en fraternidad ante Dios y ante los hombres.  Sería saludable preguntarnos este domingo: En lo concreto de mi historia, ¿A quién sirvo? ¿Vivo en el servicio o en la servidumbre? ¿Por quién opto hoy? Y dejar que estos interrogantes golpeen el corazón y lo transformen según el modelo de Dios. ¡Feliz día del Señor!