martes, 19 marzo, 2024

LA ESCOBA

(José Tolentino de Mendonça). Una vez oí a un monje que el modo más rápido de adaptarse a una nueva situación es tomar una escoba. Él contaba con realismo que, a lo largo de la vida, todo le costó trabajo: llegar a un monasterio nuevo, iniciar un nuevo ciclo o una estación diferente; comenzar una etapa del camino. Pero que la escoba (en modo literal o figurado), más que cualquier otra cosa, fue la facilitadora indispensable en cada uno de esos momentos. Me quedé pensando en eso. Es un aprendizaje importante el que nos lleva a preferir la escoba a la silla, a la celda o al cetro. La escoba tiene un registro humilde, es verdad, y, no es de extrañar, que desarme tanto nuestras expectativas cuanto las disposiciones bien ordenadas del protocolo social. Sin embargo, el conocimiento que nos ofrece es inmediato, flagrante, concreto, enfocado en el minúsculo, atento a los detalles, pegado al espacio de la existencia y a su ritmo cotidiano. Podemos conocer de muchas maneras una determinada realidad, pero nunca la conoceremos de forma tan certera como aquella que nace de la inversión de nuestro cuidado. Cuidar es, en el fondo, aquello que nos permite conocer. Los planes que vamos urdiendo desde un punto de vista más teórico o más distanciado –como exige, por ejemplo, una lectura crítica– tienen seguramente su relevancia y oportunidad, pero no podemos olvidar que en sí mismos son todavía mapas aproximados. Las ideas valen mucho: no valen, sin embargo, solo por sí. Hay un saber que nos viene solo por la entrega voluntaria al servicio. En momentos diferentes de nuestra vida, cuando no está claro qué podemos hacer o por dónde empezar, extendemos la mano a una escoba. La escoba va a ensuciarnos las manos y enseñarnos, de ese modo, una inmensidad de cosas a las que, de otra manera, difícilmente accederíamos. El poeta Charles Péguy escribió con razón que cuando nos negamos a ensuciar las manos en el cuidado de la vida acabamos rápidamente por quedarnos sin manos. Es un hecho: muchas veces vivimos sin manos, perdimos nuestras manos allá atrás en alguna etapa del camino, nos olvidamos de su significado, de su función, y, pasados los años, no tenemos conciencia de ello. La escoba –y lo que ella simboliza– realiza también un providencial movimiento de rescate en relación a nosotros mismos. En realidad, las manos que se dan también se descubren a sí mismas como manos.

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