LA DESESCALADA: AVISOS Y CAUTELAS

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(Dolores Aleixandre). Creo que ya he contado aquí lo de aquella monja mayor con la cabeza un poco perdida que, cuando veía llorosa a una postulante le decía: “Esto del principio no es nada, hija mía. Cuando tomes el hábito será peor y ya con los votos, ¡tremendo!” Algo así me temo que voy a hacer yo hoy, avisándome primero a mí misma y luego a quien le ayude  en este proceso de “desescalada”: “¿Creías que lo vivido había sido malo? Pues prepárate para lo que se avecina”.  Todos sabemos que una de las tareas más difíciles de la vida comunitaria es encajar e integrar nuestras diferencias. En tiempos de mayor uniformidad, y muchos lo hemos vivido, estábamos más acostumbrados a cumplir normas que nos igualaban a todos, al menos en lo externo. Afortunadamente la renovación del Concilio ensanchó nuestras vidas, alentó a cada persona a ser como era y a desplegar lo mejor de sí misma. Y justo ahí comenzó eso que escuchamos en la primera lectura de la Vigilia Pascual: “los hizo a cada uno según su especie”. Cada año cuando lo escucho, pienso: “En vaya lío nos has metido, Señor…”, porque armonizar tantas “especies” es una tarea costosa y compleja. Y esto ¿qué tiene que ver con la desescalada? Pues que, entre otras cosas que han podido pasarnos durante el confinamiento, una de ellas es cómo nos hemos situado cada uno  ante el tema del Covid-19, qué medidas que ha tomado para prevenir el contagio y cómo tiene planeada la etapa siguiente. Y en esta va a emerger y  ya lo está haciendo con fuerza,  la particular “especie” de cada persona y ahora vamos a vivirlo comunitariamente,  sin que nos sulfure la exagerada prudencia de unos o la temeridad insensata de otros; sin recomernos de impaciencia por el modo casi obsesivo con que (según unas) se protege Sor Eduvigis; sin  calificar de descuidada (otras) a Sor Carlota porque echa poca lejía al fregar; sin pegar un grito a Fray Roberto porque ha tocado la fruta, ni reírse de Fray Tirso porque no se quita la mascarilla ni para comer. Tendremos que crecer en respeto: algunos van a poner mucha energía en la protección de su salud (“especie aprensivo”) y a otros les van a sobrar algunas medidas de precaución (“especie imprudente”). Las tensiones que van a surgir de ahí solo vamos a solucionarlas mirando más allá de nosotros mismos. Porque quizá yo “vivo sin vivir en mí  y muero porque no muero” y me salto todas las precauciones porque estoy deseando irme al cielo,   pero aquellos a los que puedo contagiar por mi imprudencia, o los sanitarios que tendrán que cuidarme, quizá no hayan alcanzado aún semejante  anhelo de eternidad.

Es un poco triste decirlo pero no es la primera vez que oigo comentar que los religiosos no estamos siendo nada fáciles a la hora de dejarnos cuidar: nos cuesta mucho seguir las directrices del personal sanitario que se ocupa de nuestra salud, nos saltamos las normas que se nos dan y reaccionamos con rebeldía si no se ajustan a nuestro criterio.

Pero si no obedecemos a aquellos que son ahora nuestros “superiores” en la pandemia a quienes vemos ¿cómo vamos a decir que obedecemos a Dios a quien no vemos?