LA BIOLOGÍA DEL REINO (II)

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Paseemos sin cansarnos por la Escritura que se nos ofrece para aprender a saborear la vida y ofrecer sabor a quienes lo han perdido.

Como la semilla absorbe los nutrientes del terreno que la rodea por sus finas membranas, absorbamos nosotros los nutrientes que se nos ofrece en la tierra de casa en que hemos sido plantados, los nutrientes están cerca, no los despreciemos.

Para esto hay que tener paciencia, disponer nuestra capacidad de acogida de alimento, porque somos pequeños necesitados de manutención, y echar raíces profundas en el humus, sin quedarnos en la superficie y en la epidermis de la vida y de la historia.

Es importante dejar espacio al Creador que da el crecimiento, sin estorbar demasiado la acción de sus manos creadoras; a veces necesita quitar barro para que la semilla no se asfixie, y realiza una labor de vaciado, en otras ocasiones necesita poner barro y abono para que la semilla partida eche tallo y se desarrolle.

Cuando la semilla es ya un árbol frondoso, puede cobijar a las aves que vienen de lejos y a los gorriones que revolotean cerca. No sólo dará sombra que alivie el ardor de la solana, sino que sus ramas se convierten en la primera casa de la vida nueva, una nidada llena de esperanza en la que no cuenta el número de nidos y nuevos polluelos, sino que la medida es “ser Reino de Dios”.

En Jesús se cumplieron las Escrituras, este Evangelio del Reino (Mc 4, 26-34) también, y en cada discípulo que siguió sus pasos. Su poder de ser semilla que se parte y se nutre del humus que le rodea, su dejar espacio a Dios para que le hiciera crecer hasta la medida de árbol de vida nueva, su dar cobijo a cercanos y lejanos buscando que todos sean uno en sus ramas, residió en que no quiso nada para sí mismo, sólo quería reunir a los hijos de Dios dispersos. Como era libre de sí mismo, era libre para Dios. Y así Dios pudo actuar a través de él y hacerse presente en él para el mundo.

¡FELIZ DOMINGO!