LA BELLEZA DE LA RESURRECCIÓN

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La Belleza parece haberse despedido sigilosamente y de puntillas del mundo presente de los intereses, abandonándolo a su avidez y desesperanza. Pero un sabio, hace tiempo, dijo: “La Belleza expresa el vínculo vital entre Dios y el mundo. Es la aureola del resplandor que rodea a la estrella de la verdad y del bien”.

La falsa belleza que envuelve nuestro mundo es máscara y vacío. Sin embargo hay una Belleza, con mayúsculas, que nos hace capaces de asombro, y por tanto hombres y mujeres capaces de rezar y amar, me refiero a la Belleza de la Resurrección de Cristo, a la que somos convocados –de manera especial- en la cincuentena pascual.

Esta Belleza surge de dentro hacia fuera, de lo oscuro de un sepulcro hacia el encuentro con los hombres sedientos de bondad y de verdad.

Con las mujeres, hoy también nosotros podemos correr hacia el sepulcro con nuestros perfumes, nuestros planes, con muchas ilusiones para ungir nuestro proyecto de vida, llenos de buenas intenciones. Pero sólo conseguimos ungir un muerto, no nos dan la vida e incluso terminan desapareciendo inacabados.

Podemos correr con Pedro y con Juan hacia el sepulcro, atraídos por Cristo, pero al final de la carrera ¿Dónde está Cristo? Para saber dónde está Cristo, nuestra esperanza, hemos de entrar en la tumba, el secreto está en entrar en la humildad, y encontrarnos con el sudario y las vendas, las señales dejadas por el Señor.

Me gusta rumiar este encuentro e ir sacando savia nueva para la vida.

Sí, necesitamos este tiempo bellísimo de muchos encuentros con el Resucitado que vayan despertando y fortaleciendo la fe. Para eso tenemos esta cincuentena pascual, estos días de velar, y estar atentos a las visitas del Resucitado, antes de la Ascensión. Las mujeres, Pedro, Juan, los discípulos en el Cenáculo…todos lo necesitaron y nosotros también.

Y qué vamos a ver en primer lugar estos días sino el sudario bien doblado, separado de las vendas. A manera simbólica, me gusta pensar que este es el modo de actuar de la Resurrección, que no es un vendaval que altera todo, sino una fuerza poderosa que ordena, coloca cada cosa en su sitio, pero con toda delicadeza y suavidad.

El sudario, símbolo de nuestra vida, que Jesús ha tomado sobre su rostro, es tratada sin violencia, sin maltratar límites, con respeto, sin estropear nada de nuestra vida, para dar un orden nuevo en nuestro existir, nos recrea como un cosmos nuevo bellísimo. Este es el don que trae la Resurrección. El poder de Cristo va a envolver nuestra vida y la va a levantar a una plenitud que ni podíamos soñar.

Nosotros solemos ir con nuestros ungüentos a relacionarnos con los demás, cada uno desde su perfume, su carácter, su forma, a veces también con prejuicios,…que envuelven la relación. Y normalmente herimos, exigimos, juzgamos. Cristo Resucitado no. Con paciencia y sin aceleraciones nos hace salir del sepulcro, y de las falsas bellezas, porque este es el perfume de Cristo “el amor hasta el extremo”, Él no es prisionero de la muerte ni de las apariencias. Desde su Resurrección, toda nuestra historia es un signo para venerar, el sudario con el que Cristo ha sido envuelto, la firma de Dios que toma nuestra vida y la resucita.

Con esta experiencia gozosa vivamos estos días pascuales, y vayamos con urgencia a llevar la Buena Noticia a todos los hermanos que sufren el sinsentido y la desesperación ante las numerosas batallas, a todos los niveles, que están planteadas en estos recios tiempos que vivimos.

¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN!