“La abeja saca miel de las flores sin dañarlas ni destruirlas, dejándolas tan íntegras, incontaminadas y frescas como las ha encontrado. Lo mismo, y mejor aún, hace la verdadera devoción: ella no destruye ninguna clase de vocación o de ocupaciones, sino que las adorna y embellece” (San Francisco de Sales)
Esta imagen de la abeja es elocuente y bella. Los monjes la utilizaron siempre para hablar de la lectio divina y la oración. Y es que la vida misma, creada por Dios, nos muestra los secretos de la adoración al Creador. Llevamos la marca del Creador, salimos artesanalmente de sus manos y la adoración ciertamente es escuela de vida.
Continuando con este compartir la experiencia de la adoración como escuela, veremos hoy la escuela de vida y de silencio restaurador.
2.- ESCUELA DE VIDA
La adoración es escuela de vida, es el lugar donde recibimos la fuerza para vivir, para no conformarnos con ir tirando en una rutina continua y mediocre.
No pasaremos por el mundo otra vez, sólo pasamos una vez, y es importante hacerlo despiertos, saboreando y gustando lo que hacemos, sin vivir distraídos, sino con una atención reverente ante la vida. A este despertar a la vida nos enseña la Adoración a Jesús-Eucaristía.
Y es también escuela de vida porque en la adoración se unifica todo lo que voy aprendiendo en la vida de los éxitos y de los fracasos, todas las experiencias se unifican por la luz de Dios. Todos los acontecimientos recobran sentido porque los descubrimos dentro de un único plan de Dios. Desde la adoración silenciosa, se ve con más claridad el significado de todo el camino recorrido hasta el presente, y se percibe todo como historia de salvación, no sobra nada de nuestra historia, hasta de los males Dios va sacando bienes.
La adoración es escuela de vida porque nos enseña a no escapar de una tarea a otra, centrando la vida en un continuo hacer, viviendo en un exceso de actividades, y en un cansancio pesado e insatisfecho, sino que nos centra en cultivar un “vínculo vital” con Dios estable y profundo, que nos enseña a ir al encuentro de los hermanos para valorarlos y aceptarlos como compañeros de camino, como nosotras somos aceptadas y valoradas por Dios, que se ha hecho compañero nuestro en el caminar.
Tengo la certeza de que: antes de cualquier actividad debe estar la adoración, porque ella nos hace libres para poder entregarnos en el día a día, nos libera de todo prejuicio, de toda resistencia, de los miedos, y nos enseña a vivir bajo la mirada de Dios y no bajo las miradas humanas. Nos hace libres para poder cultivar la amabilidad esencial en la convivencia, no como una pose o una norma de seres civilizados, sino un trato amable que brota de la amabilidad con que Dios nos trata.
3.- ESCUELA DEL SILENCIO RESTAURADOR
También la adoración es escuela del silencio restaurador. Es una experiencia de silencio ante Dios. Un encuentro que unifica a cada uno por dentro y consigo mismo, pone orden en nuestro mundo interior, y nos mueve al deseo de conversión, para conformarnos con el Pan partido que tenemos delante y que contemplamos.
Este trabajo laborioso de unificación personal, también lo realiza en la comunidad una y mil veces, las que hagan falta, porque elimina barreras, incomprensiones, dificultades…Restaura el amor fraterno tan frágil y que con tanta frecuencia rompemos. En el silencio cada fractura es un lugar de luz, donde trabaja la gracia de Dios recreando a cada hermana y a toda la comunidad.
El silencio ante el Cuerpo y la Sangre de Cristo dispone a la adoración, a arrodillarnos como criaturas ante el Creador para agradecerle tantos dones recibidos, para suplicar su intervención, para doblegar nuestro orgullo y pedir perdón. En fin, este arrodillarnos modela nuestra interioridad.