JORNADA DE LA VIDA CONSAGRADA 2021

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«Recobrar lo que movilizó la vida de nuestros fundadores y la de nuestros primeros hermanos y hermanas» Mª José Tuñón, Secretario Técnico de la Comisión Episcopal para la vida consagrada de la CEE

¿Quién es Mª José Tuñón? ¿Cómo se ha ido haciendo…?

Contesto a esta pregunta en un día muy señalado para mí, hace 44 años que soy Esclava del S.C. de Jesús, como dicen en mi tierra, “para servir a Dios y a usted”… en mi corazón recibí esa llamada y me siento feliz.

Trabajé antes de entrar en una empresa en el departamento de contabilidad y… ¡qué “cambios”! Luego estudié Historia y Teología, por eso en mi Instituto he estado más vinculada a la misión primero educativa, en la pastoral y clases… y luego en la formación. He sido maestra de novicias, para mí un momento de gracia porque me ayudó a formarme más y a estar atenta al mundo de los jóvenes religiosos y religiosas. Guardo un buen recuerdo del internoviciado que compartíamos en Valladolid (1993-2000). Vuelta a la vida colegial y seguido en labores de gobierno provincial (2001-2014), una etapa importante que me dio la oportunidad de conocer, animar y acompañar a mis hermanas más de cerca y, a través de la Confer, ponerme en contacto con otros religiosos y religiosas. Fui presidenta de Confer-Andalucia (2009-2016) y pude sentir fuertemente que la Iglesia nos pide «sumar» y un rostro de vida consagrada samaritano y en comunión –lo intercongregacional, me toca mucho–.

En estos últimos años, regresé al colegio, (Cádiz) –dos años–, otros dos al proyecto Atalaya (Burgos) de atención a migrantes y finalmente con las hermanas mayores (Salamanca), hasta venir aquí a colaborar en la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada.

Tengo mucho por lo que dar gracias y reconocer que el Señor “me va llevando” aunque a veces sea a trompicones. Me encanta esa cita de Miqueas, “ir humildemente a su lado” (Miq 6,8) a pesar de mis límites y, añado siempre, al lado de mis hermanas y hermanos que me hacen sentir cuerpo y familia.

 

Estamos en un momento interesante en el reconocimiento del papel de la mujer. ¿Cómo se siente Mª José como mujer y consagrada en la misión de la Iglesia?

Me siento bien aunque siempre en este campo vamos un poco “escasas” y agradezco los pasos que, sobre todo, el papa Francisco, anima y concreta. Por ejemplo el Motu proprio último, (Spiritus Domini) que no deja de ser un paso, el cambio canónico que se ha producido con respecto a los ministerios del lectorado y del acolitado, aunque nos parezca que “lo hacíamos…”. Por otro lado, también nosotras debemos aceptar y prepararnos para otras intervenciones. Hay múltiples servicios en los cuales no siempre se da la acogida natural –incluso entre nosotras mismas– nacida de la sinodalidad de la misión a la que estamos llamados para buscar procesos que nos comprometan, aportando lo mejor de cada uno y cada “una”. Ojalá demos más pasos concretos con valentía y humildad.

 

Celebramos la Jornada de la Vida Consagrada en un contexto de pandemia y, por tanto, de dificultades objetivas de encuentro, celebración y convivencia… ¿Qué percepción tiene de las consecuencias de la pandemia en las comunidades de vida consagrada? ¿Estamos activos y creativos o parados, con miedo y a la espera?

Me causa gran alegría que además este año celebremos el 25 aniversario de esta Jornada, nacida precisamente del deseo de una vida consagrada cada día más samaritana y al lado de los que más lo necesitan. Precisamente en este contexto actual que apuntas, con todas las debilidades de hombres y mujeres, deseamos servir “en este mundo herido” desde dentro y es bonito descubrir realidades de vida comunitaria que se han jugado, también a causa de la misión, sus propias vidas personales y, además, creando “cuerpo” con unos y otros. Sin decir que no sea necesaria una reflexión mayor, para no “resguardarnos” demasiado ante los problemas reales de disminución, envejecimiento o, sencillamente, el miedo, que pueden hacernos perder la invitación siempre “nueva” a poner los ojos en Él “que pasó haciendo el bien”, para mirar y construir futuro de vida, allí donde estemos.

Los consagrados y consagradas, tenemos el desafío, aún mayor si cabe, de sentirnos «caminantes de una misma carne humana» como nos recordaba el papa Francisco en Fratelli tutti. Contribuir siempre a la llamada de la fraternidad, al sueño de la verdadera esperanza que recrea y repara, a todo hombre y mujer, en su verdadera dignidad. Por lo que siempre la vida consagrada desde su misión, sea activa o su silencio orante, “siempre trabaja” apoyada en la gracia que nos ha llamado y que es más fuerte que la muerte.

 

El lema de este año es muy gráfico: «Parábola de fraternidad en un mundo herido». ¿No estará también herida la parábola que queremos ofrecer?

Estoy convencida que nuestra vida de consagrados no tiene sentido si no es una vida “ofrecida”. Si no es sal que sala o levadura que hace fermentar, si no se hace parábola, sin gritar mucho o nada, para decir al mundo que lo que engendra vida (con mayúsculas) y felicidad está más adentro y es la fuerza que contagia esa alegría de quien ha encontrado el verdadero “tesoro” que nos pone en “salida” y siempre al servicio. Por supuesto, no estaría mal preguntarnos con insistencia y sin caer en el peligro de creer que ya sabemos, cómo poder ofrecer palabras y gestos de vida especialmente para nuestro hoy. Sintiéndonos dentro, como “uno de tantos” miembros de la humanidad dolida porque no somos súper-héroes. Sentirnos también “heridos” nos hace más creíbles porque nos coloca mejor en los zapatos del otro para hacer nuestras aquellas palabras de Pablo: “sé de quién me he fiado… Él es mi esperanza y fortaleza”. O como Pedro y Juan… “comparto contigo lo que tengo…”.

Hay quien solo se fija en que los consagrados somos pocos y mayores, ¿se puede extraer un mensaje de esperanza de esta situación?

Indudablemente. En estos meses pasados de la primera ola de la pandemia, los he vivido y compartido entre hermanas mayores y enfermas –con nuestros miedos, es verdad– pero he percibido el corazón dolorido implicado con el mundo. Así, a pesar de nuestras pobrezas, he sido testigo de la entrega de tantas hermanas poniendo en la oración de cada día una constante petición humilde al Señor de la salud y la vida por todos. Su experiencia vital puede ser para quienes se acercan una “chispa” de verdadera esperanza. El Señor de sus vidas les ha ido demostrando que Dios se vale de los pequeños, de los que confían… para construir fraternidad, “mundo nuevo”. Porque nuestro Dios no sabe de muchas “cuentas” y números.

Él es quien nos precede como Dueño de la viña que sigue llamando. Cuenta con nuestras vidas entregadas –con nuestro pecado incluido–. Así tienen sentido hasta el fin, son esperanza en este mundo nuestro tan falto de valores y “sueños” por los que los consagrados hemos dejado todo y hemos encontrado la felicidad honda.

¿Qué decisiones hemos de asumir en nuestras congregaciones para relanzar ese encuentro tan necesario con la sociedad?

No me atrevería a expresarlas… Sí pido que el Señor nos haga audaces, confiados en que solo somos “torpes instrumentos” –que decía mi fundadora– pero de los que Él se vale para obrar de su agrado. Quizás en este tiempo de tantas incertidumbres debamos renovar nuestras miradas para rescatar las verdaderas certidumbres, lo esencial de nuestros carismas. Sería importante recobrar lo que movilizó la vida de nuestros fundadores y la de nuestros primeros hermanos y hermanas. Esta ya sería una buena decisión y, además, sería la gracia de encontrarnos con el verdadero “nosotros” al que continuamente el papa Francisco nos urge. Este encuentro los llevó “más allá”, mar adentro a bogar sin miedos, en la certeza de que “vamos en la misma barca”. Y por Él no queda el dar a manos llenas…

¿Cuáles son los «sueños» que le gustaría ver cumplidos desde su servicio en la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada?

Son aún pocos meses los que llevo, pero sí me han servido para percibir y agradecer la colaboración y el interés de la vida consagrada en su conjunto. De ahí que un “sueño” sería poder servir de puente de comunión. Posibilitar espacios de búsquedas –juntos y juntas– con nuestros pastores, para descubrir esas decisiones que tú mismo decías antes. También es necesaria nuestra respuesta como Iglesia hoy, en sinodalidad, donde los más pobres son criterio primordial de discernimiento.

Los consagrados no podemos olvidar la llamada a la profecía –que es un esencial– que siempre tenemos el deber de ofrecer a la Iglesia en su conjunto.

¿Qué tendríamos que hacer, gritar, ofrecer… para que quien busca cambiar el mundo se encuentre vocacionalmente con nuestros carismas?

Repetir el “venid y veréis” sin miedos a nuestras fragilidades de la mano del verdadero centro de nuestras vidas, Jesucristo, presentando la frescura del Evangelio y el riesgo que supone tomar “partido con Él y como Él”.

Un grito importante al que los jóvenes responden es a la “acogida” a los de dentro y a los de fuera. Ojalá nuestras comunidades contagien este grito para que se sientan invitados a seguir difundiéndolo y apostando con sus vidas por la fraternidad incondicional que no juzga ni etiqueta. Necesitamos la acogida que “sale” al paso de Jesús y a descubrir la necesidad de los demás, de los “pequeños”… generando respuestas de vida.

 ¿Cree Mª José que los consagrados tenemos que recuperar libertad y creatividad desde nuestros carismas?

Creo que siempre es tarea pendiente mirar el mundo herido en el que vivimos, como consagrados, porque nos denuncia y es una petición de conversión continua.

Los consagrados somos peregrinos, y esta convicción tendría que ser una actitud vital para no anclarnos y no repetir inercias que quizás en otro tiempo ayudaron. Hoy pueden ser recreadas e inspiradoras de otras nuevas a la escucha del Espíritu. Esto quizá sea lo que más nos cuesta: crear espacios para compartir y crecer en la escucha vulnerable, hasta dejarnos atravesar el corazón. Así, la luz del Espíritu, que nos descentraliza y es inspiradora de buenas noticias cuando le damos el “espacio” personal y comunitario, nos “lleva” a donde Él quiera…

Urge la llamada a la docilidad verdadera que es la que nos hace libres y creativos para la misión.

Finalmente, ¿en qué apoya la esperanza la religiosa Mª José Tuñón?

Dije al principio de la entrevista que me sentía llamada y esa es mi esperanza. Se trata de la llamada de un Dios que es el único Fiel, al que aprendí en la fe de mis padres a reconocer como ¡el Señor!… que me ama “como a las niñas de sus ojos”, se interesa por mí y me va haciendo más suya…  Es un Dios al que quiero servir apoyada en su gracia, con mis hermanas y en la Iglesia. Para ser para todos ese pan bueno que se deja comer y vino que alegra, cura y repara. Él que tantas veces apacienta y conforta mi corazón con su vara y callado en los momentos de dificultad y debilidad… ¡Es el Señor, Él es mi esperanza!

Y como dice el papa Francisco… ¡Pedid por mí!, porque esto es gracia a pedir, cada día, ¡porque se regala!…