martes, 30 abril, 2024

Iglesia, sacramento de paz y misericordia:

Aprenderé a decirlo con el Apóstol: “Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual, el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo”.

Hay quien pone su gloria en la circuncisión, y quienes la ponen en no estar circuncidados; hay quien se gloría en la ley, aun sabiendo que deshonra a Dios transgrediéndola; hay quien presume de lo que tiene, como si no lo hubiese recibido todo.

Que se gloríe quienquiera de su saber, que presuma quienquiera de su fuerza, de su poder, de sus estrategias para imponerse a los demás, someterlos, dominarlos…

“En cuanto a mí” –le robaré de nuevo las palabras al Apóstol-,” Dios me libre de gloriarme, si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo”.

Pido quedar abrazado a esa cruz, a ese crucificado, porque sólo él tiene palabras de vida, porque sólo él es el camino que lleva a la vida: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna”.

Pedí quedarme con él… y entonces ¡él me envió!, a los pueblos y lugares adonde quería ir: “Mirar que os envío- dijo- como corderos en medio de lobos”; el Príncipe de la paz nos envía con su paz, para llevarla  a la gente de paz.

Y nos pusimos en camino con el mandato la autoridad- de curar a los enfermos, y de anunciar que ha llegado para todos el Reino de Dios.

“Festejad a Jerusalén, gozad con ella todos los que la amáis; alegraos de su alegría los que por ella llevasteis luto… Porque así dice el Señor: _Yo haré derivar hacia ella como un río la paz”.

Adonde llega Cristo, llega la paz, y tú, Iglesia cuerpo de Cristo, eres el mensajero que va adonde Cristo quiere llegar; contigo va la paz que Dios ofrece a los pobres, a todos los pobres, pues  todos encontrarán acogida ancha y cumplida en el Reino de Dios y en tu corazón.

Tú, Iglesia de Cristo, eres el sacramento por el que tu Señor se hace presente en cada lugar, en cada casa, a cada uno de los que esperan, con su llegada, la llegada de la salvación.

No eches fardos sobre los hombros de quienes esperan el evangelio; no des una piedra al hijo que te pide pan; no pongas un escorpión en la mano del hijo que te ha pedido un pescado; no defraudes con ideología religiosa a quien espera la salvación que viene de Dios.

Tú, Iglesia cuerpo de Cristo, eres sacramento de la paz y la misericordia que desde Cristo crucificado se derraman sobre el mundo. Esa es tu dicha. Esa es tu gloria.

Feliz domingo.

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