viernes, 26 abril, 2024

Iglesia en clave de reforma

Se sigue hablando de «reforma», por supuesto, de «reforma de la Curia romana»… algo por cierto que ya intentaron algunos papas no lejanos en la historia; y sólo en parte consiguieron. Sigo creyendo que esa mirada tan insistente y hasta abrumadora hacia Francisco, sus estrategias y malabarismos para reformar su Curia, pueden convertirse en una cortina de humo o de fuegos fatuos que nos distraigan de algo más serio.

Decía el cardenal Döphner que «la reforma es algo constitutivo de la Iglesia». Hans Küng la sitúa como parte de la «esencia» de la Iglesia. Y Congar le concedía una importancia decisiva. Tal vez podríamos «añadir» una nueva nota  a las clásicas de la Iglesia: «una, santa, católica, apostólica… y en proceso de reforma». «Semper reformanda», decían algunos Padres iniciadores de la teología después de la etapa estrictamente apostólica. Un «reformanda», que escrito en gerundio, nos lleva a pensar en proceso, en continuidad, en tarea siempre pendiente y urgente. No es una Iglesia «reformata» (con una reforma «hecha» en algún momento histórico, como quien remoza un mueble antiguo), sino una Iglesia «en proceso de reforma», vocacionada a la reforma. En realidad, todos los sabemos, la historia de la Iglesia está plagada de reformas: reformas grandes, reformas pequeñas, reformas seguidas de cisma, intentos de reforma (como el lamentable y fallido promovido por Erasmo). Pero mucho más, seguramente, de reformas diferidas, ignoradas, olvidadas, preteridas, manipuladas, «hermeneutizadas». «Las» reformas han purificado (o no, según el caso) la vida cristiana. Pero «la» reforma es una especie de llamamiento de todos los tiempos y para todos los bautizados. No es sólo obra de Francisco. Como no fue sólo obra de los llamados «grandes reformadores». La reforma es parte esencial, integrante, innegociable de la Iglesia. Una Iglesia que no se entienda y se viva «en clave de reforma» continuada y universal, raigal, hecha desde abajo y desde arriba, con Francisco y sus hermanos obispos, y sus hermanos presbíteros, y sus hermanos religiosos, y sus hermanos laicos; en definitiva, desde y con todo el pueblo de Dios, puede ser una Iglesia que se maquilla para una ocasión puntual, o para salir de un atolladero histórico lamentable. Las reformas, que son parte de «la reforma», deben ser profundas, densas, con la mirada puesta en Jesús y no en el obispo de turno, sea el de Roma o el de cualquier diócesis.

En definitiva, reforma es lo mismo que «conversión». Desde el Evangelio encontramos, en innumerables gestos y palabras del Señor, una vocación al cambio, a la transformación, a ser «hombres y mujeres» nuevos. Reforma institucional, estructural, organizativa… ¡por supuesto! Pero toda reforma del andamiaje eclesiástico comporta una conversión de las entrañas personales. Nos toca a todos. Las reformas, las conversiones, nacen de la base, de los grupos, de las pequeñas comunidades de clausura, de las parroquias rurales o urbanas, de todos los obispos. Sigo echando en falta estas «pequeñas reformas caseras», reformas «para andar por casa», reformas para que la gente -toda la gente bautizada- viva en proceso de reforma en su casa, que es la Iglesia.

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3 COMENTARIOS

  1. Acostumbro cada mediodia buscar posts para pasar un buen momento leyendo y de esta forma me he tropezado vuetro post. La verdad me ha gustado el post y pienso volver para seguir pasando buenos momentos.
    Saludos

  2. Gracias por tus palabras de comentario, intento expresar lo que pienso…. posiblemente mañana escriba algo, ya veremos. Un saludo, Jesús

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