Desde la más pura tradición profética Jesús nos narra esta nueva parábola de los invitados al banquete.
No se trata de desmenuzar toda la narración, simplemente me voy a quedar con dos ideas:
- que los nuevos invitados son buscados en los cruces de los caminos y
- que son llamados al banquete todos: malos y buenos.
El rey (Dios), después de su primer fracaso, ordena que la búsqueda no se realice en los lugares comunes de los invitados a la boda de un príncipe: palacios, gente de alta alcurnia, personas influyentes… No. Envía a los criados a los cruces de caminos, a esos sitios por los que transitan los que están de paso o los que ya no cuentan para la sociedad porque no tienen lugares de reposo y convivencia (las zorras tienen madriguera y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde recostar la cabeza, muy de Jesús y de los profetas); personas anónimas que itinerantes, quizás con problemas en su cabeza y en su corazón, que no esperan que puedan ser invitados al banquete de la gratuidad. A pesar de no esperar (nunca lo hubieran soñado) esa invitación, la aceptan.
La condición para entrar en el banquete no es moral: no es ser bueno o malo (los buenos institucionales, los que lo aparentaban, ya habían sido invitados con anterioridad y habían rechazado tal invitación regia). La única condición que se pone para disfrutar de ese banquete inesperado es querer ir, sólo querer ir… Para disfrutar.
Y alguno dirá: ¿Y ese que echan del banquete? ¡Ese era malo!
Ni malo, ni bueno. Simplemente no estaba vestido de fiesta, no estaba preparado para celebrar o no quería celebrar, por eso es enviado a las tinieblas, al no-lugar donde el disfrute gratuito no es posible porque no se tiene capacidad para ello.
Recordad que la invitación al banquete es realizada en plena gratuidad: la gratuidad festiva del Reino de Dios. Vistámonos de fiesta