jueves, 25 abril, 2024

Comentario a la «Verbum Domini» en clave monástica

El camino monástico es una voz que desde el silencio expresa una realidad profunda: Dios tiene tiempo para el hombre. La expresión que nos es tan cotidiana “no tengo tiempo” condensa la experiencia común de todos. Sin embargo, Dios tiene tiempo para cada persona, es el Dios que habla y llama a nuestra puerta para hacernos entrar en su tiempo y en su ser, así el tiempo no será un espacio vacío, o un lugar de aceleración y agitación, sino el lugar de la venida de Dios a cada vida para llenarla de sentido.
La rica Exhortación Apostólica Verbum Domini hace presente a este Dios que habla, y la necesidad vital de cada persona de escuchar y entrar en la Alianza que Dios le ofrece.
Hay múltiples claves de lectura de este documento, pero en esta reflexión señalaremos tres desde la sensibilidad monástica: el Primado de la Palabra, la Lectio divina y la liturgia.

El Primado de la Palabra
En la raíz de la cultura monástica, fundamento de la cultura europea, se encuentra el interés por la Palabra en todas sus dimensiones. Por eso es misión de las comunidades monásticas señalar el Primado de la Palabra, es decir, hacer presente la prioridad de alimentarse de la Palabra que Dios dirige al hombre. Cierto que es preciso traducir en gestos de amor la Palabra escuchada, pero ¿cómo vivir el amor a Dios y a los hermanos sin un contacto vivo e intenso con las Sagradas Escrituras?
Esta primacía de la Palabra brilla con luz propia en el Evangelio de San Juan en dos momentos cruciales: en las bodas de Caná, cuando la madre de Jesús dice “lo que él os diga, hacedlo” (Jn 2, 5), mostrando que la escucha precede a la acción; y en la parábola de la vid verdadera donde Jesús insiste en el mandato “permaneced en mí” (Jn 15, 4), haciendo referencia al nivel ontológico o del ser. Permaneciendo en su Palabra el discípulo recibe el ser sarmiento, un nuevo ser como don de Dios. Posteriormente vendrá el guardar los mandatos, el hacer o actuar como expresión de lo que somos, formando ambos una única realidad orgánica.
La vida monástica pone el acento en el ser y es memoria para todos de la primacía del ser sobre el hacer. El hombre ha sido creado en la Palabra, vive en ella y no se entiende a sí mismo si no se abre a este diálogo que Dios le ofrece. Por eso no podemos olvidar que no hay prioridad más grande que ésta: abrir al hombre de hoy el acceso a Dios, al Dios que habla y nos comunica su amor para que tengamos vida abundante (Cf. Jn 10, 10).
Este Primado de la Palabra se concreta en la praxis monástica en la Lectio divina y la liturgia que a continuación vemos.

La Lectio divina
La Lectio divina o lectura orante es búsqueda de Dios en el texto sagrado, y es la llave que es capaz de abrir al fiel no sólo el tesoro de la Palabra de Dios, sino también de crear el encuentro con Cristo, Palabra divina y viviente.
Es el lugar donde el monje aprende la sabiduría de Dios tras una escucha amorosa que enseña a vivir con humanidad, en el respeto y atención a todos. Por ello la vida del monje se abre cada día a la luz del Evangelio, de donde recibe esta humanidad para ofrecerla al mundo, el cual dormita en su deshumanización.
Esta escucha de la Palabra se realiza desde el silencio como pedagogía monástica que educa a callar ante Dios. Es un silencio restaurador del ser profundo, que conduce a redescubrir el sentido del recogimiento y el sosiego interior. Es un espacio libre de todo bullicio alienante donde es posible abrir el oído del corazón.
Pero este silencio no conduce a un intimismo individualista, sino que la Lectio divina conduce al verdadero realismo. Quien construye la propia vida sobre la Palabra edifica de manera sólida y duradera. Es realista quien conoce en el Verbo de Dios el fundamento de todo, y se deja conducir por los pasos de la Lectio, meditatio, oratio hasta el don de la contemplatio, que crea en nosotros una visión sapiencial de la realidad, según Dios, y forma en nosotros “la mente de Cristo” (1Cor 2, 16).
Sólo Dios responde a la sed que hay en el corazón de todo ser humano, por eso la vida monástica está llamada a mostrar la Palabra de Dios como apertura a los propios problemas, una respuesta a nuestros interrogantes, un ensanchamiento de los propios valores y una satisfacción de las propias aspiraciones.
Junto a la Lectio divina otra forma de mostrar la Palabra a los hombres es a través de la liturgia en torno a la que reflexionamos enseguida.

La Liturgia
La Iglesia es casa de la Palabra, y con sabia pedagogía sigue el ritmo del año litúrgico, realizando un despliegue de la Palabra de Dios en el tiempo, particularmente en la Eucaristía y en la Liturgia de las Horas.
Desde esta misma sabiduría S. Benito orientó a sus monjes cuando dispone que en el monasterio, escuela del servicio divino, “no se anteponga nada al Oficio divino” (RB 43,3). Por eso en los monasterios de orientación benedictina las alabanzas de Dios tienen siempre prioridad, ellas son el centro de la tarea profesional del monje, su servicio (officium) por excelencia.
La belleza de la disposición interior de no anteponer nada al Oficio divino se manifiesta en la belleza de la liturgia. En ella la mirada está puesta en Dios, verdadero artífice de la liturgia. Estamos en presencia de Dios, Él nos habla y nosotros le hablamos, pero nuestra liturgia es Opus Dei, es Dios el sujeto específico y principal, no nosotros.
Este diálogo con el Señor tiene la marca indeleble de la esponsalidad, muy importante en la tradición monástica. Dios llama al hombre con su Palabra para entregarle su amor hasta el extremo, para ofrecerle su amistad, para vivir la comunión con su criatura. La liturgia nos introduce en el coloquio con Dios, transformando así nuestra vida en un movimiento hacia Dios. De este modo los monjes con sus melodías traducen en sonidos la adhesión del hombre redimido a los misterios que celebra.

Conclusión
Podemos, pues, concluir que la Verbum Domini recoge y actualiza toda la riqueza de la Palabra de Dios en la Iglesia, y en concreto en la tradición monástica, plasmando la primacía de la Palabra, y tratando ampliamente de la Lectio divina y su centralidad en la espiritualidad cristiana y monástica.
El camino del monje, y de todo cristiano, se desarrolla dentro de la Palabra acogida. En esa Palabra Dios mismo se hace encontradizo con el hombre, y por eso el hombre a través de ella puede alcanzar a Dios.
Lo que es la base de la cultura europea, la búsqueda de Dios y la disponibilidad para escucharle, sigue siendo aún hoy el fundamento de toda verdadera cultura.

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