jueves, 18 abril, 2024

¡Ay de vosotros, los ricos¡

MALDITA USURA

(Reflexión ante la denuncia del Papa contra la usura actual)

En estos días, no sé muy bien porqué, recuerdos de la infancia me vienen a la memoria dejándome un sentir de honda tristeza. Y lo peor es que esos sentimientos los estoy percibiendo en muchas personas actualmente y en espacios distintos e inimaginables. Recuerdo que en mi pueblo Granja de Torrehermosa -medio siglo atrás-, los niños, al atardecer, nos gustaba jugar “al guante”, a pillarnos unos a otros en la plaza del pueblo, a la sombra de la torre y en los poyos de la plaza, alrededor de la farola situada en el centro. En la misma plaza, junto a los bares cercanos, se podía observar una cantidad ingente de hombres –todos varones- que hablaban entre ellos y pasaban horas y horas como un quehacer obligado y necesario. Era el lugar donde iban cada día, a otro juego muy distinto, para ver si eran contratados por los encargados de las fincas de los señores –que solían vivir en las capitales, aunque tenían sus casas palaciegas en nuestras mejores calles- y por los labradores del pueblo; allí vivían sentimientos contrariados en función de ser elegidos o no para ganar el jornal –el pan de la familia- del día siguiente. Cómo recuerdo la vuelta de mi padre, alegre y dicharachero si lo habían señalado para algunos días de trabajo, o triste y cabizbajo si no lo habían tenido en cuenta. Entendía yo que era como perder o ganar en el juego, si te tocaban o no; pero en su caso sólo jugaba el que elegía, el que tiraba el dado y movía ficha. Ellos, hombres hechos y derechos, sólo podían esperar la gracia del que señalaba.

Recuerdo que mi padre fue contratado, por la fiesta de San Miguel, como gañán para alguna finca ajustándose por un año, ya fuera en la demarcación de nuestro pueblo o de alrededor. Alguna vez en el contrato íbamos mi madre y nosotros, los tres hermanos. Vivir en cortijos, fue una experiencia grabada a fuego: Sierraquemá, Fuente del apio…Este último en la aldea la Coronada-Córdoba- donde, con cinco, siete y once años, mis hermanos y yo hacíamos un camino de más de tres kilómetros a pie cada día, ida y vuelta, para ir a la escuela. Cargados con nuestra cartera, una talega con la hortera en la que iba la comida de cada día, que devorábamos –según nos gustara más o menos- en el patio de la casa de una familia conocida. Hoy, todo lo vivido, lo considero una riqueza, pero no quiero desviarme de la idea de la tristeza que suponía el no ser contratado para poder ganar el jornal y ver que otros eran preferidos. Imagino que los mayores, los más débiles, los más pobres, menos conocidos, etc. serían más postergados y sólo les llegarían las migajas de la abundancia que cayeran de las manos de los que tenían el poder, en las temporadas de mayor trabajo en las faenas del campo. Cómo no sería la situación, que a muchos no les quedó más remedio que ir como mano de obra a la lejana Alemania. Yo he sido testigo de las lágrimas y los abrazos de las mujeres y los hijos antes los autobuses cargados de paisanos dirección a los barracones de las fábricas alemanas para ser mano de obra general.

Hoy, me duele que este mismo sentimiento sea el que se esté dando en trabajadores de muchas empresas que deciden –con más o menos razón y justicia- recortar trabajadores, sueldos, horarios, o en las filas de miles de personas que se apuntan para posibles bolsas de trabajo para ayuntamientos y comunidades, en las entrevistas de trabajo, en las salidas forzadas a otros países, a la misma Alemania y con la misma tristeza. Imagino que muchas de estas situaciones no se habrán podido evitar, pero me duele y denuncio a todos aquellos que pudiendo evitarlo no lo hacen o no lo hicieron, es más a todos los que aprovechan sus espacios de poder y de riqueza para apretar más y más en esta situación de crisis y pobreza para tantos. No hay nada más indigno que jugar con la dignidad de los otros, con su trabajo y su ilusión.

Malditos los que pudiendo dar trabajo continuado, digno y respetado, aprovechan su autoridad para dejarlo a su arbitrio como único criterio, haciendo que los demás dependan de él y reconozcan su poder. Utilizar el trabajo y el sueldo de los otros como arma en defensa de un poder recibido y ejercicio de una autoridad, dejando a las personas a su consideración subjetiva no es digno en ningún lugar y debería ser denunciado como ataque a un derecho fundamental de la persona. Me resisto a que la forma de salir de la crisis pase por volver a aquellos sentimientos que la gente sencilla y trabajadora de los pueblos tuvieron que sufrir en los sesenta. ¡Ay de aquellos que provocan sentimientos de desprecio y rechazo en las personas sencillas y trabajadoras de la historia!

Soy consciente de que esto lo escribo en estos días donde las noticias nos revelan a los cuatro vientos: que un niño de cada tres está en riesgo de pobreza en España, que más de seis jóvenes – muchos de ellos muy preparados y cualificados- de cada diez en Extremadura están parados sin tener que hacer nada cada día a levantarse, que cáritas, cruz roja, banco de alimentos… se ven desbordados y no pueden atender tanta demanda desde el dolor y sufrimiento de tantos heridos y despreciados. En los mismos días que se nos dan a conocer los beneficios de las entidades bancarias, orgullosas de su poder y estabilidad, a la vez que aprietan inmisericordes sus manos y sus garras usureras en los cuellos de los hipotecados y los parados, muchos de ellos fruto de cierres de empresas que han asfixiado con su falta de crédito. Todo calculado para crecer, engordar y asegurarse a costa de los ahorros de todos los ciudadanos de a pie y con sus impuestos. Malditas las entidades que han robado a los sencillos y a los pobres los ahorros de toda su vida, cuando todos sus dirigentes se van cargados de riqueza a costa de generar miseria y dolor. Malditas las empresas que aprovechan la situación para forzar las condiciones y desproteger a los sencillos. Malditos todos los que juegan, con el criterio de una organización más eficaz, con la dignidad de las personas humanas en lo más básico de la vida como es el trabajo. Malditos aquellos políticos, asegurados entre ellos mismos, que no ponen en el centro de sus intereses a los más pobres y los consideran como posibles defraudadores en la recepción de ayudas básicas y por eso retrasan las concesiones de rentas básicas para subsistir.

Bendita sea toda organización del pueblo a favor de los últimos, toda cadena humana para ser solidarios entre los pobres, toda lucha pacífica para denunciar la injusticia de un mundo rico que quiere reorganizarse y asegurarse con el dolor, el miedo y el llanto de los débiles. No hay duda de que otro mundo es posible, que una alternativa humanista es urgente y que tenemos que apuntarnos ya para que no sea demasiado tarde.Tolerancia cero, porque con la dignidad y el derecho al trabajo de las personas no se debe jugar en ninguna plaza, en ningún pueblo.

 

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