Gonzalo Fernández Sanz
Director de VR
Ya tenemos un nuevo Papa. El cardenal Robert F. Prevost fue elegido como el 267 sucesor de san Pedro el pasado 8 de mayo. A un papa jesuita argentino le ha sucedido un papa agustino con la doble nacionalidad estadounidense y peruana. Si la tradición ignaciana de Francisco enriqueció mucho el ejercicio de su ministerio, esperamos que el gran legado de san Agustín dé una impronta particular al pontificado de León XIV en este tiempo en que “nuestros corazones están inquietos”.
En su día, Jorge Mario Bergoglio explicó que había elegido el nombre de Francisco porque, siguiendo las huellas del poverello de Asís, quería una Iglesia pobre y para los pobres. Ahora, Robert F. Prevost ha explicado las razones por las que ha escogido el nombre de León. Así como su predecesor León XIII puso las bases de la doctrina social de la Iglesia en plena revolución industrial a finales del siglo XIX, él se siente impulsado a proponer los valores del Evangelio en la nueva revolución digital que estamos viviendo en el siglo XXI.
Ambos –Francisco y León XIV– son papas religiosos. Es lógico que en una revista dirigida sobre todo a la vida consagrada nos hagamos un eco especial de su magisterio. Lo hicimos durante los doce años del pontificado de Francisco (a cuya memoria dedicamos un encarte especial en el número de mayo) y lo seguiremos haciendo en la nueva etapa de León XIV. En este mismo número reproducimos dos de los artículos que publicó en la revista hace algunos años cuando era superior general de los agustinos.
En la homilía que pronunció en el inicio del ministerio petrino como obispo de Roma, hay unas palabras suyas que son inspiradoras: “Fui elegido sin ningún mérito y, con temor y temblor, vengo a vosotros como hermano que quiere ser servidor de vuestra fe y alegría, caminando con vosotros por la senda del amor de Dios, que nos quiere a todos unidos en una sola familia”. Se presentó como hermano, servidor y compañero de camino. Esta especie de retrato espiritual puede ayudarnos a los consagrados a profundizar en algunos aspectos de nuestra vocación en la Iglesia.
Quienes seguimos a Jesús en la vida consagrada, somos, ante todo, hermanos y hermanas que queremos compartir con todos la fraternidad que vivimos en nuestras comunidades. El hecho de que a menudo nos veamos sometidos a conflictos u olvidos en nuestra vida fraterna no debilita la fuerza profética de un estilo de vida que no se basa en las afinidades psicológicas o ideológicas, sino en el don del Espíritu. En el laboratorio de la comunidad aprendemos trabajosamente el arte de ser hermanos para poder serlo también de todos los demás.
Somos servidores de la fe (en tiempos de indiferencia, pero también de búsqueda de sentido) y de la alegría (en una coyuntura histórica marcada por la incertidumbre y la tristeza). Si es verdad –como decía Francisco– que “donde están los religiosos, está la alegría”, uno de los mejores servicios que hoy podemos prestar es el testimonio de que Dios ha puesto en nuestro corazón “más alegría que si abundara en trigo y en vino” (Sal 4). Servir los dones de la fe y de la alegría centran nuestra misión en lo esencial del Evangelio.
Por último, estamos llamados a ser compañeros de camino (es decir, mujeres y hombres sinodales) de todos aquellos que de múltiples maneras buscan y necesitan el amor de Dios. La condición de compañeros de camino nos pone al mismo nivel de la gente, hace de nosotros humildes buscadores, confiere a nuestra vida la dinámica de la peregrinación.
Sin pretenderlo, el papa León XIV, al hablar de él, ha hablado de nosotros, nos ha ayudado a acentuar algunos rasgos de nuestra identidad de mujeres y hombres consagrados en este momento. Hermanos, servidores y compañeros es una hermosa tríada que nos empuja a salir de nosotros mismos, de nuestras preocupaciones personales e institucionales, y fijar los ojos en los demás. Por frágil que sea la situación de la vida consagrada en algunas regiones del mundo, no podemos sucumbir a la tentación de la autorreferencialidad o de la búsqueda obsesiva de seguridad y bienestar.
Desde las páginas de Vida Religiosa, damos nuestra más cordial bienvenida a León XIV y nos comprometemos a difundir su mensaje y hacerlo nuestro. Como él, también nosotros queremos ser hermanos, servidores y compañeros de camino.