HAY SOMBRAS… CUANDO HAY SOL

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Estamos en Pascua. Y lo primero que entendemos es que la Resurrección no cambia las cosas, cambia tu forma de verlas. Esa perspectiva no debemos perderla, de lo contrario reducimos la Resurrección a un valor de mercado o a la confirmación de mis propósitos, búsquedas –legítimas o no– y pretensiones. No, la Resurrección es el modo nuevo de ver la vida, las relaciones, el presente y el porvenir.

Por eso la mirada de quienes confían en la resurrección es limpia, decidida y consistente. Por eso, la Pascua es tan real como difícil precisar sus signos… Fundamentalmente, es una emoción, difícil de cuantificar, porque se alberga en los lugares más recónditos de la persona. Eso sí, se manifiesta con decisiones renovadas de encuentro, perdón y solidaridad que hacen, más que evidente, que existan personas que viven en Jesús vivo. Pero esa es una mirada de fe. Y la fe se tiene o no.

Continúa nuestra Iglesia en su camino sinodal. Celebra nuestra Iglesia la Pascua de la vida queriendo ser Palabra de esperanza para toda la humanidad. Sigue nuestro Papa sin dejar a nadie indiferente, ya sea por sus gestos, palabras, achaques de hombre anciano, por sus videos, por lo que dicen que dijo o por lo que suponen que piensa. Siempre, como en todo y en todos, sobre él se cierne la sombra de la «opinión inconsistente» que tan fuerte es en nuestro tiempo.  Porque padecemos una «obesidad informativa» que se alimenta de titulares y redes, porque, al parecer, no hay tiempo para la reflexión. Lo cual es extremadamente peligroso.

Esta realidad nos invita a ser muy cautos a la hora de celebrar los signos de la Pascua. No conviene aprisionar los sentimientos en emociones efímeras, sino en compromisos evangélicos. Conviene aprender a diferenciar, desde la experiencia, la esperanza evangélica de la mera ilusión comercial.

Es muy preocupante el descrédito que como comunidad cristiana arrastramos a la hora de hacer una propuesta evangélica a nuestra sociedad. Nos perdemos en exigencias de altura y, a la vez, caemos en las dependencias más mediocres. Todavía nos sigue amenazando la búsqueda de puestos y cargos; cuando sabemos que los puestos y cargos, en buena medida, son el «talón de Aquiles» sobre el que ha de trabajar nuestra conversión eclesial… Sigue habiendo personas que creen que la horizontalidad eclesial existe a base de privilegios, cenas y fotografías… Así se desacredita el empuje pascual que, sin duda, este pontificado en sus ya diez años de existencia quiere impulsar. Tenemos discursos de todos iguales, en comunión y complementariedad, pronunciados por quienes no nos acabamos de creer que seamos todos iguales, ni mucho menos… Hay demasiada estética en las formas y poca ética en las relaciones interpersonales; en la comunión y el afecto intraeclesial.

Doy fe de que no hace mucho un cardenal, con mando en plaza, de los que tienen algo o mucho que decir en la Curia, exigió para un ministerio en un país al que fue enviado, buen coche en el aeropuerto esperándolo y buen hotel para su descanso. Y él sabe que es cierto y supongo que también sabe que así se hace increíble ese don de la sencillez pascual que contagia comunión, conversión y afecto. Hace imposible la sinodalidad.

Pero si hay sombra es que hay sol. Y un sol radiante. Es la Pascua que ilumina la vida y hace hasta del dolor una pedagogía de amor. Hace de la necesidad una esperanza confiada y hace del perdón una fuerza sobrehumana que multiplica la vida. La Pascua es real, está viva, pero lejos de verse con los ojos, solo la disfrutan quienes contemplan con el corazón. Quienes todavía se emocionan con la oración, con la recuperación del débil o enfermo y con la justicia con el oprimido; quienes agradecen cada día y sueñan un mañana posible en el que todos reciban el mensaje inequívoco de «Paz a vosotros». Porque Pascua es comunión.