miércoles, 1 mayo, 2024

HAY INNOVACIÓN EN LA VIDA CONSAGRADA

Cuando las preguntas abren caminos

(Ricardo Benjumea. Laico. Director del semanario Alfa y Omega). ¿Qué presencia, qué tipo de obras demanda hoy la misión? Es tiempo propicio para que la vida religiosa se haga este tipo de preguntas. El resto de la Iglesia toma nota.

Llámese “minoría creativa” (Toynbee) o “minoría organizada” (Lenin), la vocación de la vida religiosa es ser sal de la tierra, luz del mundo, levadura de la masa… signo cualificado de contradicción e interrogación en la sociedad y en la Iglesia. Minoría capacitada para discernir, para leer los signos de los tiempos, gracias a que su intensa vida espiritual y comunitaria le permiten elevarse y tomar distancia de los acontecimientos diarios, sin dejar de zambullirse en los lodazales de la existencia. «Estar en el mundo pero sin ser del mundo». ¿Quién se lo puede aplicar con más sentido?

Pongamos el envejecimiento de la vida consagrada, la abrupta inversión de la pirámide de población. ¿Cómo resuelven los religiosos estas situaciones de forma ponderada? Cada dimensión del asunto no es una simple consideración abstracta, sino una persona con derecho a ser escuchada. La experiencia acumulada y reflexionada en las comunidades de religiosas y religiosos será de gran riqueza para toda la Iglesia y para toda la sociedad, que se enfrentan a retos similares, pero de una forma mucho más despersonalizada.

O en positivo: la misión compartida, un proyecto revolucionario y apasionante que tal vez no hubiera podido desencadenarse sin la crisis vocacional, pero que ha llegado para quedarse y va a generar nuevas dinámicas sumamente enriquecedoras. La prosa, naturalmente, a menudo tiene aristas y contradicciones que el lenguaje poético omite. Bien: ¿cuáles son esas limitaciones y desafíos? ¿Cuál es el potencial de este nuevo paradigma? La misión compartida es hoy un inmejorable laboratorio de ideas y experiencias del que pueden tomar nota las parroquias y curias diocesanas.

Evaluar la misión compartida desemboca en un debate sobre el tipo de presencia de la vida religiosa en el mundo. ¿Es la presencia que demanda hoy la misión? ¿Qué impacto real y percepción subjetiva generan las obras en sus destinatarios y en la sociedad? Todos conocemos experiencias inspiradoras de obras apostólicas que tocan el corazón de la gente y otras que, por el contrario, el mejor servicio que podrían hacer es cerrar, puesto que su única finalidad es perpetuarse.

Hoy es tiempo para toda la Iglesia de hacerse ese tipo de preguntas, y las minorías creativas –y organizadas– que son las comunidades religiosas están en la mejor disposición de avanzar en la vanguardia.

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