viernes, 3 mayo, 2024

HAY INNOVACIÓN EN LA VIDA CONSAGRADA

Cuando usamos un lenguaje más intuitivo y vital

(Álvaro Rodríguez, Hno. de la Salle. Costa Rica). Hablar de signos de innovación en la vida consagrada no es sencillo. Es más fácil evaluar el pasado, porque los hechos están ahí y basta hacer una lectura de los mismos, que proyectar el futuro, siempre incierto, abierto a nuevos datos que hoy no conocemos y sobre todo bajo la influencia del Espíritu que como el viento, no sabemos de dónde viene y a dónde va. Estos brotes de novedad son los signos de vitalidad que deben servirnos de puntos de partida para hacer realidad lo que hoy todos soñamos: una vida religiosa más auténtica y evangélica en el corazón de la Iglesia y al servicio del mundo, sobre todo de aquellos que van quedando excluidos y descartados. A dejarnos transformar, por la pasión de Cristo que nos hace abrazar su pasión por la humanidad sufriente. A dejarnos conducir a nuevos lugares, sin fronteras, a iniciar una nueva praxis, a compartir nuestro carisma y misión con los laicos, en nuevas estructuras, desde la doble y única exigencia del amor apasionado por Cristo y la pasión siempre abierta por la humanidad. Experiencia fundante. La vida religiosa, como por otra parte la mentalidad del mundo de hoy, privilegia la experiencia más que la teoría; los sentimientos y afectos más que lo puramente racional. Por eso hoy hablamos de pasión y vemos la necesidad de un nuevo lenguaje. Un lenguaje que favorezca la comunión y acreciente la pasión; menos racional y teórico, más intuitivo y vital. Nuestra vida religiosa entendida tanto como nuestro natural tender a Dios, como por la llamada de Jesucristo a proseguir su vida, no puede tener más fundamento que el de una experiencia personal. Se trata de una atracción profunda casi irresistible hacia Dios, de una experiencia espiritual, de que Dios es el Absoluto y que todo nuestro ser tiene su referencia última en Él. Es la experiencia de amar y ser amado; es la certeza de que Dios es todo. La recuperación de la mística es uno de los signos de vitalidad más importantes que hoy vive la vida religiosa.

Amar a Dios y amar al prójimo. Personalmente estoy convencido de que aquí se encuentra el corazón de la vida religiosa. Es curioso que hayamos dado casi siempre más importancia a los consejos evangélicos que al doble mandamiento del amor. En realidad los consejos están en función del mandamiento del amor. Y me parece que los consagrados y consagradas hoy tenemos más clara esta finalidad última. Por consiguiente, podemos afirmar que la base y la cumbre de la vida religiosa, su raíz y su fruto, su principio y su fin es el amor. Solo en el amor y como pasión de amor tiene sentido.

Hacer visible la humanidad de Dios. Estoy convencido que la vida consagrada hoy es uno de los rostros más humanos y compasivos en la Iglesia. Lo que hemos perdido en poder y prestigio lo hemos ganado en solidaridad, cercanía, presencia, acogida, acompañamiento y humildad. Y pienso en el empuje que nos ha dado el papa Francisco. Creo que hemos comprendido mejor que el mayor desafío que tenemos hoy es volver al Evangelio. En efecto, lo nuestro es ser significativos evangélicamente y no solo eficientes profesionalmente o pastoralmente. Estamos llamados a vivir el Evangelio con radicalidad, sin notas al pie de página que lo dulcifiquen, como ya nos apremiaba San Francisco. Debemos ser una reserva ecológica de humanidad, espiritualidad y compasión. Debemos ser sacramentos de la necesidad y posibilidad de vivir relaciones profundas enraizadas en el amor de Cristo. Amor que privilegia a los pequeños y vulnerables y que nos está haciendo más creativos en nuestras respuestas apostólicas, en comunidades intercongregacionales allí donde nuestra presencia es más necesaria.

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