GENERAR ESPERANZA, DAR PALABRA AL MISTERIO DE LA VIDA

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Hace unos días escuchaba estas palabras: “Contribuir al crecimiento de la belleza en todas sus formas es misión de los artistas y escritores. Dar palabra a todo lo que el ser humano vive, siente, sueña, sufre, creando armonía y belleza…nos ayuda a comprender el misterio de la vida” (Papa Francisco)

Estas sabias palabras me impulsan a decir algo sobre lo que en la tela de la vida diaria vamos pintando entre todos. Hay pinceladas que generan esperanza, y brochazos que parecen desesperanzar. Cierto que estamos moviéndonos en “la civilización de refunfuño”, predomina el desencanto, el paso acelerado y el disgusto de vivir; el no llegar a todo lo que se quiere hacer, y el andar muy preocupados por todo es el tono normal de cada día, pero esa es la cáscara de la historia, hay un corazón que late dentro que necesitamos aprender a escuchar para no quedarnos en la epidermis de la vida.

Al entrar en diálogo con esta realidad, n modo orante y silencioso, descubro que emerge de todo este trasiego una sed profunda de plenitud y de vida auténtica. Y esta sed es de todos, creyentes o no creyentes. Una sed que muchos intentan apagar en cisternas agrietadas, una sed que pide una respuesta de nuestra parte sin palabrerías, simplemente con la experiencia.

Somos pocos, es la cantinela que últimamente se repite insistentemente, pero normalmente son las “minorías creativas” las que determinan el futuro, como decía el Papa Benedicto XVI (2009), o al menos las que hacen caminar hacia la meta.

Sí, somos una minoría creativa que tiene una herencia de valores que no son algo del pasado, sino los valores que nuestro querido mundo necesita hoy.

Por aterrizar en algunos muy prácticos me gusta el valor del silencio como herramienta que ensancha el corazón para escuchar los pasos de la historia; el valor del saber parar para saborear la vida en lo más real, no en la superficie; el valor de aprender a estar a gusto con lo que hacemos; el trabajar por ofrecer a todos un espacio que haga respirable el mundo y lo libere de tanta tensión; el valor de vivir lo común como el espacio que sostiene y permite mi camino personal y de fe; el valor del bello envejecer silencioso y conmovedor de nuestros ancianos; el valor de enfrentar el mal, el sufrimiento, la muerte desde el acompañamiento de Dios, a su paso, en escucha atenta a su mensaje en ellos….

Simplemente quería acercarme hoy a vosotros, siguiendo la invitación del Papa Francisco, para deciros que de los rescoldos agotados de los corazones de nuestro mundo, puede volver a arder el fuego del amor de Dios, y cada uno de nosotros somos custodios de este fuego para hacerlo llegar a todos desde nuestra misión concreta y en comunión con todos. ¡Feliz Solemnidad de la Santísima Trinidad!