Francisco se va de viaje

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Como quería Jesús: «Les encargó que no cogieran nada para el camino, un bastón y nada más: ni pan, ni alforja, ni calderilla en la faja; llevar sandalias, sí, pero que no se pusieran dos túnicas» (Mc.6,8). O sea que viajará como Pedro y como Pablo, con las sorpresas del viaje, «sin nada para el camino»; como Santiago, con bordón y concha; como los 72,  en pequeño séquito, «de dos en dos»; sólo un bastón: el cayado pastoril que indica el camino a las ovejas sin forzarlas a entrar en el redil; «ni alforja, ni calderilla en la faja», sólo una mochila cargada de sueños y ensueños, de retos y esperanzas, sin afanes proselitistas, sin grandes eventos mediáticos o triunfalistas; «sin dos capas»: sólo la blanca túnica del obispo de Roma. Para visitar sus periferias más queridas: las favelas de Rocinha o Varginha, es decir, los extrarradios, los límites, las cunetas, los bordes de las autopistas,  los cinturones de miseria de Río; un hospital para adictos al crack; presos sin guante blanco ni cuentas en paraisos fiscales; jóvenes buscadores y buceadores de «algo más». Francisco se va de viaje. De viaje apostólico, pastoral, misionero, sin papamóvil blindado ni desproporcionados medios de seguridad. No le gustan las alharacas, los shows, las visitas precocinadas y amañadas con antelación, los grandes discursos con aplausos y algarabías a veces histéricos más que históricos.

Detrás queda el Vaticano, su nueva casa, inundada del ferragosto romano, con excesivo calor del estío seductor que en ocasiones nos desdibuja la realidad. Deja pespunteados los deberes de vacaciones, ¡hay muchas asignaturas pendientes para septiembre-octubre!; cuando terminen los espejimos estivales y el deslumbramiento del exceso de luz de los 100 días de éxitos mediáticos. Torres Queiruga llega a hablar de una «revolución eclesial». Y en los mismos parámetros hablan González Faus, Castillo, Arregui, Boff… ¡y hasta Hans Küng encuentra respuesta para su «¿Tiene salvación la Iglesia?»!  Y es que Francisco sabe, como Jon Sobrino o Gustavo Gutiérrez, que «extra pauperes nulla salus». Les deja una ímproba tarea a sus 8 cardenales internacionales que «rendirán cuentas» al final del verano, cuando se anuncie de nuevo el invierno. Y como un recado de última hora, antes de coger el avión, instituye una «Comisión para la reforma económico-administrativa de la Curia»: un piccolo comité formado totalmente por laicos, con una mujer incluída, creo recordar, y sólo un clérigo, por cierto un español de la maragatería. Al regreso del viaje a las periferias Bergoglio volverá al vórtice, a seguir saneando y restaurando. Durante una semana los cristianos miraremos hacia el cono sur, a Copacabana y Río, y al menos por 7 días, dejaremos de mirar a Roma.

Dicen que decía el inolvidable Vicente Enrique y Tarancón que «los obispos (¿españoles?) tenían torticolis de tanto mirar a Roma y sólo a Roma». Francisco no puede aprobar tantas asignaturas pendientes para septiembre-octubre. Necesitará mucho más tiempo. Y mucha gracia de Dios. Y nos necesita a nosotros. Lo decía en el blog anterior: cada uno tiene que restaurar sus «curias interiores», las curias del alma. Escrutar nuestros IOR interiores, nuestros formalismos y burocracias más íntimas; nuestras alforjas, talegas y zapatos (rojos o negros, da igual) para calzar sandalias por las que circule bien el aire del Espíritu y tener pies alados y misioneros. Escudriñar nuestras indiscutibles maquetas de vaticanos interiores, tamaño bonsai, pero cargadas de laberintos, vericuetos, maquiavelismos y afanes de báculo de hierro y talega cargada de euros en cuenta B.

«Que le vaya bonito, Francisco, por la gracia de Dios y el Espíritu Santo, pastor universal de la Iglesia que soñó el carpintero de Nazaret».

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