Juan Carlos Martos, cmf
Durante el mes de mayo la piedad popular nos lleva a clavar nuestra mirada en María. Y al finalizar el tiempo pascual, Pentecostés es el acontecimiento que marca singularmente este tiempo. En nuestro retiro nos disponemos para pedir con María al Espíritu que unja a nuestra vida consagrada con el don de la fidelidad. Razones no nos faltan.
Antes de toda otra consideración, es obligado reconocer la entrega con la que la mayoría de los consagrados mantiene sus compromisos evangélicos. E, igualmente, es obligado comprender el sufrimiento que supone a algunos de ellos conservarlos en medio de dificultades, incomprensiones y adversidades. Al examinar serenamente la vida consagrada, no se puede menos de decir que, en su mayor parte, sacrifican lo mejor de sí mismos por el Evangelio.
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