Hace un año escribía en esta misma columna a propósito de “post-truth” (post-verdad), elegida como palabra del año 2016 por los lexicógrafos de los Diccionarios Oxford. La palabra del año 2017, según Merriam-Webster, ha sido “feminismo”, a juzgar por el número de veces que ha sido buscada en sus diccionarios “online”.
Feminismo, según el diccionario de la RAE, es el “principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre”: ¿cómo no estar de acuerdo con ese principio? Sin embargo, la realidad nos dice que estamos muy lejos de conseguir esa igualdad. Así lo afirma el “Informe global de la brecha de género” de 2017, que mide esta brecha en cuatro áreas clave (salud, educación, economía y política): con la tasa de progreso actual, la brecha global de género tardará cien años en cerrarse, mientras que la brecha en el lugar de trabajo necesitará más de 200.
¿Se imaginan que alguien midiera el “índice global de brecha de género” en la Iglesia católica, a partir de algunas “áreas clave” en la vida de la Iglesia? ¿Cuántos años creen que necesitaremos para cerrar esa brecha? Quizás no nos iría mal una buena dosis de feminismo, entendido como el movimiento que lucha por la realización efectiva del principio de igualdad de derechos. “El feminismo es un rico caudal de pensamiento crítico con un gran potencial de dignificación para hombres y mujeres. Sus aportaciones nos cuestionan y nos enriquecen a todas y todos. El proyecto feminista tiene vocación de universalidad tanto por su objetivo como por su objeto” (Lucía Ramón).
El neologismo “machoexplicación” (traducción de “mansplaining”) figuraba en la lista de finalistas a palabra del año 2017 (Fondéu), y se refiere a la costumbre de algunos hombres de dirigirse a las mujeres de forma paternalista. No seré yo, por tanto, quien diga a las mujeres lo que tienen que hacer.
En cuanto a los hombres, tenemos que ser parte de la solución, ya que somos, claramente, parte del problema. Creo que nuestra primera tarea consiste en el trabajo interior de reconocer humildemente actitudes machistas interiorizadas, que rigen, de manera inconsciente, algunas de nuestras decisiones. Y luego, comprometernos decididamente con la causa del feminismo. Nadie puede ya detener el movimiento que ha constituido la mayor revolución del siglo XX.
Vida Religiosa, febrero 2018
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