martes, 23 abril, 2024

JORNADA DE LA VIDA CONSAGRADA’18

Vivir para las jornadas con apellido parece que es un signo de nuestro tiempo. Hay un día para la solidaridad, para el agua, para la discapacidad, para… Me reconocerán que todos los días de quien quiera ser responsable debe darse la ocupación preocupada por la debilidad. Pues bien, hoy es la jornada de la Vida Consagrada. Un año más y una jornada más. En ella nos recordamos la esencia de esta forma de seguir a Jesús que, de mil maneras dicha, consiste en la respuesta a una llamada particular a una entrega total, gratuita y para siempre. Tres indicadores guía que nos hablan de hasta qué punto es sorprendente el paso de Dios por la historia que sostiene una Alianza, aparentemente imposible, más allá de cualquier capacidad humana. El único que puede decir para siempre, es Dios; el único que puede hablar de totalidad, también él y el único absolutamente gratuito, por supuesto, también.

A partir de ahí se suceden los acentos, centros de interés, notas y noticias. A partir de ahí, también, experimentamos el vértigo, tan de nuestro tiempo, de necesitar contarlo para sentir que existe y es posible. Sin embargo, la esencia de la vida consagrada no es el ruido, sino el silencio; no es el brillo, sino la aparente inutilidad; no es la noticia, sino el efecto levadura que posibilita que en lo pequeño y escondido fermenten los valores de humanidad que son los de divinidad.

Todos los días son buenas jornadas para la vida consagrada, porque lo suyo no es el éxito, ni los titulares; ni la notoriedad, ni el poder. Por eso, quiere Dios que, entre los rincones de descarte de nuestras calles, estén unos hombres y mujeres capaces de ofrecer palabras y gestos nuevos, aunque sean tan antiguos como el amor. Su valor no es el triunfo, sino la debilidad; lo suyo no es la solución, sino el clamor confiado en quien puede serlo. La vida consagrada es para algunos innecesaria, y hasta puede que sea verdad, porque su ofrenda es «ofrecida» y regalada, no impuesta. Y su aportación, no es imprescindible, sino poética, exagerada, sorprendente, inaudita. Lo suyo es un todavía más allá que desconcierta a tantos directivos, poderosos y economistas que se inquietan al oír y comprobar que algunos locos y locas no se cansan de gritar que otro mundo es posible. Y eso, molesta mucho a quienes no quieren que llegue otro mundo y otras relaciones; otro uso del dinero y de los bienes.

La vida consagrada está muy envejecida en occidente. Es innegable que son tiempos donde nos fallan las fuerzas, tardamos más en hacer lo de siempre; rezamos más lentamente y oímos con dificultad. No podemos, es verdad, responder con tanta agilidad a una sociedad que necesita la velocidad de la red. El mensaje de los consagrados tantas veces parece atemporal o casi una pieza de museo de antropología con un letrero en el pie en el que se lee: «Así se era y se vivía». Quizá ahí resida la cara y la cruz de la consagración. Por un lado, percibir que hacen falta respuestas; por otro, saber que no las tenemos o no las podemos formular.  Quizá ahí sea donde tengamos que echar mano de una jornada, la de hoy, que nos recuerde quienes somos, por Quién estamos y de Quién depende todo. Quizá así, recobre esta vida consagrada anciana la esperanza de saber que lo suyo no es solo el recuerdo, sino el porvenir. Un Dios que ha sabido sostener una vida anciana en la utopía de otro mundo; sostendrá también las palabras débiles pronunciadas en este presente con esperanza. Ser el «amor de Dios para nuestro mundo» –que reza el lema de este año», es una expresión que configura y orienta; libera del peso del poder arrollador de quien se siente fuerte y reivindica que, a mayor debilidad, también es mayor el signo de la gratuidad de quien solo puede balbucear que todo lo que no se entiende, en realidad, es nítido en el mirar de Dios.

La jornada de la vida consagrada le recuerda a nuestra sociedad que los valores verdaderos no se compran, y a los consagrados, que los valores recibidos no se corrompen ni cansan. Todos, en este día, podemos descubrir que paradójicamente, lo más valioso, a veces no nos damos cuenta de ello hasta que podemos perderlo. El mejor reclamo vocacional no es otro que la ofrenda débil al mundo de que siempre será imprescindible que mujeres y hombres lo compartan todo, hablen de Dios y vivan, sueñen y sigan esperando en cada sonrisa, cada mesa compartida, cada abrazo, cada encuentro y cada perdón… porque, ahí, en las cosas pequeñas de la vida –que son bien grandes–, saben ver y contar que está Dios Padre y su reino.

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