Cuando la Navidad irrumpe.
Olor a navidad en las esquinas
Vientos de navidad meciendo encinas
Niños correteando tras un belén de cartón-piedra
Abuelas calentando el hogar de siempre
Mitras y sotanas preparando sermones
Grandes superficies frotándose las manos
Hoteles y posadas haciendo caja
Ediles y concejales colgando guirnaldas de colorines en las calles
Turrones y mazapanes; cavas y fuás; salmones frescos y pavos de engorde
Regalos para revender en Internet en la cuesta de enero
Misas y aleluyas, visones si los hubiere, peluquerías con lista de espera
¿Ya llegó la Navidad?
En los campos fríos de un Oriente no tan lejano las amapolas se convierten en metralletas y los niños tiñen de granate con su sangre tibia las paredes de una escuela…
En los esquilmados rincones negros del África no tan lejana, miles de anónimos padecen un virus de fabricación casera a la espera del antídoto del ¿primer? Mundo
En las tierras que colonizamos desde Europa, quinientos años atrás, tan cercanas y lejanas, se vive un adviento interminable de espera y esperanza traicionada
Y en nuestra piel de toro, aún más cerca, millones buscan un pesebre donde acogerse, o emprenden un exilio no precisamente hacia Egipto, o sueñan con un pequeño taller como el de Nazaret
Pero en estos días, como todos los días, nace un Niño inocente en un belén escondido. Y se cumplen las promesas del Dios empeñado en estar con todos. El Dios que se hace gente, el Dios que se mancha las manos y se embarra los pies. Ese Dios que disfrazamos de tantas cosas para que no nos moleste su humanidad dolorida, que es la muestra.
A pesar de todo es Navidad, es la Encarnación del Misterio de Dios en el corazón del Misterio del Mundo. Y nos felicitamos porque la puerta está abierta y la Vida se impondrá tozuda entre tanto sufrimiento, corrupción y egoísmo. ¡Seamos felices porque Dios nos quiere!