¡FASCINANTE TRINIDAD NUESTRA!

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No siento que sea hoy el día para hablar de “Dios”, sino de “nuestro Dios”. El adjetivo posesivo “nuestro” puede producir escalofrío. ¡Somos de Él ciertamente! Pero, ¿Él es nuestro… ?

Jesús sí lo podía llamar “Dios mío”, “Padre mío”. Audazmente nos pidió también que lo invocáramos como “Padre NUESTRO”. Es el Padre de Jesús. Padre e Hijo comparten el mismo Espíritu. Los tres se nos entregan para que seamos hijos, seguidores y ungidos. Es el día de “nuestra” Santa Trinidad.

ABBÁ, PADRE-MADRE

Nuestro Dios es, sobre todo, Abbá. Nombre mágico, más allá de todo género, Fuente de vida, Creador, Generador incesante.

Jesús nos lo reveló en su humanidad: ¡Quien me ha visto a Mí ha visto al Padre! Pero también se muestra en cada una de sus criaturas. Abbá nos hace sentirnos “sus hijos”, sus protegidos, en medio de una humanidad de hijas e hijos suyos. Lo desconcertante es que este planeta azul, nuestra casa común, sufre tantas convulsiones y tanta guerra… Lo más desconcertante aún es que Abbá nos envió a su Hijo único a esta “casa común” y su presencia produjo una extraña división: acogido por unos, rechazado por otros hasta condenarlo a muerte en su tiempo y desconocerlo por completo en este tiempo.

La lectura del libro de los Proverbios nos habla del Abbá como Sabiduría, Diseñador inteligente de todo lo que existe, creador de cielo, tierra y abismo, manantiales de agua, mares y ríos… fuentes de vida.

Su rostro puede ser contemplado en sus hijas e hijos de todas las razas y pueblos. De una manera especial se asoma su rostro en los humildes, en quienes no se enorgullecen y han recibido el don de la fe dentro de la gran variedad de religiones y confesiones cristianas.

También, ¡no podemos negarlo! se contempla su ausencia en el rostro de los satisfechos, de los soberbios, de quienes confían en sus riquezas o en sus saberes. Pero también se contempla su sombra proyectada en personas de buena voluntad, honestas… que por las razones que sean, todavía no han conectado con Dios, pero Dios sí se muestra conectado con ellas.

JESÚS, HERMANO UNIVERSAL

Jesús de Nazaret sigue siendo el Hermano que sigue apasionando a muchos seres humanos a lo largo de 21 siglos. Él emerge en la historia humana como el Gran Líder, seguido de una multitud innumerable de todo pueblo, raza, lengua y nación. El mantiene un Magisterio constante a través de su Palabra siempre proclamada y siempre transformadora: Luz, Verdad, Vida. Cuanto más se le conoce, más apasiona su figura. Está permanentemente presente, porque es el Resucitado. Y hay puntos en la humanidad en los cuales se percibe con enorme intensidad que está Presente y actúa: ¡en sus Sacramentos! ¿Cuántas veces se repiten en nuestra humanidad sus palabras: “Tomad y comed, esto es mi Cuerpo… mi Sangre de la Alianza nueva y eterna?

Con Jesús no podemos quedar parados. ¡Ven y sígueme! Él nos desplaza constantemente. Nos invita a un camino, a comprometernos en una aventura -donde hay tanta sorpresa y riesgo-.

Y ¿EL ESPÍRITU?

Como “¡Beso de Dios!”, lo describía el abad san Bernardo de Claraval ante sus monjes. ¡Excelente símbolo de simbiosis, de encuentro y comunión. El Espíritu derrama en nuestro ser el afecto, al aprecio, el amor del Abbá y de Jesús. Para esto ha sido enviado por Ellos dos. El Espíritu es mirada que conmueve, tono de voz más expresivo que palabras, suspiro que nos hace suspirar, abrazo que envuelve y conmueve.

En el Espíritu nos sentimos nosotros, “Cuerpo de Cristo”, toque delicado de Dios que sana, sorprende, refresca.. El Espíritu es la fuerza excéntrica que nos acerca a los pobres, a los últimos, que nos descoloca, que nos lanza a misiones audaces e irrepetibles. Es la prisa de Dios, la prisa del Amor. Es el éxtasis que nos deja rendidos y en paz.

El Espíritu es el amor de Dios derramado en nuestros corazones. Esa fue la percepción que Pablo tuvo del Espíritu en su madurez, pocos años antes de morir.

Cuando pensamos en nuestro Dios Trinidad -tantas veces representado en bellísimas imágenes- ¿cómo no sentir paz, ternura, pasmo, y silencio ante la Triple Manifestación de nuestro Dios misterioso y bellísimo?