Mientras medio mundo, o más, está convulso, asustado, preocupado, suspicaz, irritado… ¡y tantos sentimientos más!, tras los injustificables y dantescos atentados terroristas el pasado viernes 13 en la «la Ciudad de la Luz», los cristianos, seguidores de Jesús, «el príncipe de la paz» y el «Señor de la Historia», estamos conminados a escrutar con mirada honda, reflexiva, y sobre todo, profundamente evangélica, no sólos los hechos (suficientemente comentados por los medios) sino las razones más profundas, lo que subyace a esta locura destructiva, los motivos u orígenes de hoy, pero también de ayer y de antes de ayer. Una mirada reflexiva y crítica y una toma de postura esencialmente evangélica.
El evangelio de ayer domingo 15, el último de un Tiempo Ordinario ya decadente, parecía escrito, -2000 años atrás- expresamente para el acontecimiento en cuestión. Como si la comunidad de Marcos, allá por los 60-70 d.C., se hubiera puesto de acuerdo para «iluminar» los tristes y desoladores hechos dos milenios antes. Porque también la comunidad marcana estuvo marcada por la abominación, la corrupción, la colonización del Imperio romano, el miedo y la zozobra por un fin inminente del mundo, unas comunidades un tanto debilitadas por la lejanía y «ausencia» temporal de un Jesús «sin parusía», la inevitable losa del olvido de la memoria histórica del Señor. Un evangelio, escrito en tiempo y lugar relativamente similares a nuestro tiempo y lugar(es).
Jesús no cae en la tentación de alarmismos apocalípticos, de desesperación o fuga a las madrigueras más inverosímiles, tampoco hace un llamamiento a la lucha armada, ni a la venganza, ni mucho menos a la desesperación, el pánico o el sentimiento generalizado del abandono de Dios. Mantiene su lejanía de zelotes y sicarios. Y por supuesto, de saduceos y fariseos, tan cercanos muchas veces al fanatismo y el fundamentalismo. Jesús sabe, cree, que Dios nunca abandona a su pueblo, que «estamos en buenas manos», porque estamos en las manos del Dios de la vida, la paz, la tolerancia y la misericordia.
Seguramente ayer domingo, desde los miles de púlpitos y ambones de la Europa, antaño culturalmente cristiana, y hogaño permeada por la pluralidad étnica, religiosa e ideológica, se pudieron escuchar interpretaciones muy disímiles y, tal vez, hasta contradictorias de los hechos desgarradores de la noche de París, casi una nueva «noche de San Bartolomé». Pero quizás sea bueno, desde la modestia y la prudencia, invitar a varias pautas de reflexión. La primera: Dios no abandona nunca a su pueblo; segunda, «Dios estaba en París» la noche del viernes sangriento; tercera: procuremos no confundir las cosas: el fundamentalismo jihadista lo detenta sólo un 1% de los musulmanes de todo el mundo: ¡no demonicemos (también fanáticamente) la totalidad del Islam! ¡Y esto no es buenismo barato! Cuarta: es inevitable abrirse con tolerancia y diálogo a la pluralidad social, étnica, religiosa, ideológica, universal. No es real ni posible otra actitud. Quinta: Europa queda invitada a un sereno, sincero y fraternal examen de conciencia autocrítico: ¿qué responsabilidad histórica, pasada y actual, puede tener en los gérmenes de todo esto? Los refugiados de guerra sirios que se amontonan esperando a las puertas de Europa, no pueden confundirse con los jihadistas. Ni estos hechos pueden valernos de pretexto para seguir con las puertas (o sea, los muros, las concertinas, las fronteras, y, por supuesto, los corazones) cerradas a cal y canto. Sexta: Todos los fundamentalismos son antihumanos, y existen y conviven en las tres religiones del Libro, en las tres religiones monoteistas, también entre los católicos. Séptima: ¿quién llena el vacío existencial de los jóvenes que emprenden, desde Europa, desde España, la terrible opción de una violencia sin sentido, pero que les es presentada como salida antropológica (tremenda, violenta, absurda, pero maquillada e ideologizada con tonos de salvación, de dación de sentido, de utopía, de congraciamiento con un dios del terror y la venganza que solicita y premia incluso la inmolación de la vida) ante una sociedad que claramente no les llena? Octava: Lo mismo, pero dicho de otro modo: ¿cómo no pensar en una ausencia tan palmaria de valores éticos, de alternativas de futuro, de «razones para vivir», de sobrecarga de usura y corruptelas, de descrédito indiscriminado y generalizado (especialmente por las izquierdas más necias) de las religiones y sus valores morales, humanos, antropológicos? ¿Qué valores éticos ofrece hoy la sociedad europea-española, tan laicista, frívola y egoista?; y novena: ¿qué nos toca de responsabilidad, a ti y a mí, por no ser una Iglesia «en salida» que propone un camino alternativo, pleno de legitimidad humanista, de madurez y sentido humano, como es el Evangelio? Y décima, para que sea un decálogo: ¿cuánto y cómo oramos por las víctimas y los victimarios desde una conciencia comprometida y corresponsable con acontecimientos que nunca debieron existir y que jamás deberán repetirse? Y, por supuesto, esa confianza grande de que Dios, el Dios de todos, que es siempre el mismo, camina hoy apesadumbrado por todos los vericuetos y veredas del mundo. O, como decimos estos días: «Dios también es París».
Me vienen a la memoria tras los atentados de Paría un poema de cesar Vallejo:
Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: «¡No mueras, te amo tanto!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo
…
Entonces todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar…
Sólo desde la UNIDAD y EL AMOR, podemos hacer surgir de nuevo la VIDA Y LA ESPERANZA.
Dios nos ama y está esperando nuestra respuesta humana ante estos atentados, pero Dios no está fuera ni lejos ni quiere la muerte, está dentro, sufriendo también el dolor y la muerte porque alguien mató en «su nombre», en su falso nombre porque Dios SÓLO ES VIDA Y AMOR. Tenemos que empezar a unirnos para abrir las fronteras y DIALOGAR. Tenemos que empezar a EDUCAR en valores de FRATERNIDAD, DE AYUDA, DE SOLIDARIDAD. Pero para ello se deben implicar todos los estamentos: Familia, Escuela, Estado. Si cada vez vivimos más inmersos en nosotros mismos, en querer lo mejor para nosotros, si no se DIALOGA EN LAS FAMILIAS, si vivimos estresados y no nos paramos a pensar…no PODREMOS ABRIR NUESTROS CORAZONES.
¡PARÉMONOS A PENSAR, DETENGAMOS EL TIEMPO, Y COMENCEMOS DE NUEVO!…mientras tanto el cadáver seguirá muriendo, muriendo de hambre, de soledad, de violencia…Comencemos a unir nuestras manos y empecemos con PEQUEÑOS GESTOS A NUESTRO ALREDEDOR.