No sólo la de Francisco, para quienes sintonizamos con él y con su aventura -tanto tiempo inédita- de reflotar la misma y única Iglesia del «galileo creyente», «signo de contradicción para muchos». Esa Iglesia, siempre por estrenar, nos está regalando últimamente en la herida y maltratada «piel de toro» en que vivimos o sobrevivimos, retazos ilusionantes de lo mejor de sí misma.
Hacía mucho tiempo que la poderosa «sacrosanta tele» y las omnipresentes redes sociales no trataban a nuestra Iglesia -también «tocada» por tantas cosas- no sólo con respeto, sino incluso con admiración y empatía. El «milagro» no lo han conseguido las declaraciones, más bien tibias, de los obispos españoles sobre la crisis; tampoco las miles de homilías dominicales de nuestras parroquias; ni siquiera la «Evangelii gaudium», no siempre conocida ni presentada a las comunidades cristianas, y seguramente menos, a los medios de comunicación social, tan decisivos en la opinión pública. El «milagro» lo han conseguido dos religiosos de San Juan de Dios, desconocidos, anónimos, ignorados hasta que contrajeron el «ébola» como consecuencia lógica de sus vidas encarnadas en el corazón del África secularmente explotada. Y sobre todo, una religiosa, africana, «negra» por tanto (dicho en el mejor y más profético sentido), también anónima, contagiada del virus apocalíptico para los occidentales, impedida de venir a España a curarse «por no ser española», pero «importada» a Madrid cuando su sangre (como la sangre de las «cargazones» de esclavos fueron arrancadas durante casi tres siglos de sus tierras para servir de inhumana mano de obra en tierras colonizadas por europeos) ya inmune al virus, era útil a los intereses de la política de turno. Y la hermana Paciencia Melgar, revestida de la dignidad de los mejores hijos de Dios, crismada con la unción del amor, sin báculo ni mitra, incluso sin hábito religioso, compareció ante decenas de periodistas de todo el mundo para decirnos que no guardaba rencor a nadie, que había donado su plasma enriquecido con antivirales, llena de amor y misericordia a la auxiliar de enfermería del Carlos III que nos tuvo en vilo varias semanas. Y la opinión pública española, cristianos y no cristianos, furibundos ateos de todas las tertulias, se quitaron todos los gorros para admirar y aplaudir a la sencilla monja que, sin grandes discursos, sin teorías ni doctrinas, sin vanidad ni resentimiento alguno, sin citas de encíclicas ni documentos jerárquicos, sino con el Evangelio vivido y «practicado» -implícito pero evidente- nos decía a todos, por si acaso alguno lo ha olvidado, qué significa ser cristiano, quién es Dios y quiénes somos la Iglesia, la «otra», aunque sólo -ya lo sé- exista una. Estos tres desconocidos misioneros difícilmente serán declarados santos mártires por la Iglesia; en el fondo, no entregaron sus vidas como «testigos de la fe», sino como «testigos del amor»; aunque, ya se sabe, «sólo el amor es digno de fe».
Ellos, como Cáritas española, como el padre Angel, y seguramente muchos voluntarios innominados, son los verdaderos «hombres y mujeres del papa Francisco en España»… «¡los que más se le parecen!». Han recuperado muchos enteros para una Iglesia oficial y no tan oficial, desacreditada, infravalorada, denostada con o sin razones. Sus testimonios «de a pie» han elevado el listón de la credibilidad en la Iglesia española. Más de lo que pensamos. Una vez más, gana el «principio misericordia» sobre el «principio doctrina», esa increible pelea de dos bandos, que según nos han contado, lideraban dos grupos de sinodales en la Roma de Franciso. Y me pregunto yo: ¿puede haber alguna «doctrina» que no haya surgido y no siga teniendo actualidad si no ha nacido desde la misericordia evangélica?. ¿Puede haber incompatibilidad ante ambos «principios»?
Pues «ésta» es la Iglesia que conmueve y convence a la gente de hoy. Y ya sé -repito- que no hay dos, ni tres, ni decenas de Iglesias. Pero la Iglesia de Cáritas, de los misioneros que murieron desangrados «a las afueras de su Jerusalén» africano, la Iglesia del padre Angel, la Iglesia de la hermana Paciencia es, -me parece a mí, al menos- «la más ilusionante» en estos tiempos tan densos y descreidos, tan llenos de tantos virus.
Sólo el amor. Ya podemos tener mucha fe…sólo el amor, el verdadero amor es que el queda y permanece. Porque a veces amamos a medias, por intereses creados o para justificarnos. El amor cristiano es el que se da sin esperar nada a cambio, el que muere en la entrega, el amor desinteresado. Más que un sentimiento es una actitud de vida, porque es un amor solidario, que no tiene rencor, que no entiende de razas ni de diferencias, que busca lo mejor para el otro, que llega al fondo del ser humano y enaltece a la persona. Ese estilo de vida es el que debemos buscar cada día todo cristiano para que así el testimonio llegue a los demás. Es ilusionante buscar cada amanecer este estilo de vida que nos propone Jesús en el Evangelio y cada día sembrar o al menos intentarlo y valorar a tantos otros y otras que lo hacen cada día en misiones, en pequeñas parroquias, en sus trabajos, en su misión sencilla de darse a los demás.
Totalmente de acuerdo, Jesús. Gracias por tus palabras
Gracias Jesus .Lo que comentas del mensaje Evangélico de Francisco es cierto , ha surgido efecto con un poco de retraso ,debido al filtro por el que tiene que pasar toda palabra que sale por los diferentes informativos .Todos sabemos lo que se comentaba en la calle sobre los misioneros del Ebola ,que propagarían el virus a todo España,que mejor se quedaran en África y comentarios más fuertes .Luego, fallecido el misionero,se centraron en la religiosa ,pero sólo a partir del diagnóstico negativo ,todo fueron flores y ruedas de prensa, que nos encantan.Todos somos solidarios con el Ébola ,pero si es a miles de km mejor. La labor solidaria de los misioneros en toda la tierra es inmejorable y de gran admiracion .Gracias Jesus Pascual por el buen comentario.No tengo la menor duda que el Amor a Dios es igual a Fe .