El inicio de un nuevo curso siempre trae novedades, personas, lugares y fechas que hacen sitio para que otras entren. Miradas, historias que se asientan y permanecen para siempre, otras que se diluyen con el paso del tiempo y quedan como un recuerdo borroso. Otras que buscan sitio y prometen. Entre la gratitud y el deseo se va viviendo el desprendimiento y la novedad.
Buscar la voluntad de Dios, identificarnos cada día un poco más con Jesucristo, tenerlo a Él como referencia y referente pasa también por un aprendizaje interior que nos lleva a intuir cómo vivió la fidelidad, cómo se configuró cada día más con su Padre, cómo se hacía libre, fiel y cercano con sus discípulos y con el grupo de seguidores…
Los tiempos de despedida no son fáciles, sobre todo cuando lo que se va a añorar se ha querido y valorado tanto, porque somos conscientes que Dios ha estado, ha pasado por allí. Entonces surge el miedo y la tentación de la desesperanza, ¿estará Dios con nosotros en lo nuevo? ¿Nos acompañará y nos visitará… pero con otros rostros, con otros hermanos? Su Palabra nos lo garantiza y así lo esperamos… pero no nos libra de sentir tristeza o abatimiento… sólo reconociéndonos en sus manos podemos seguir caminando y diciendo entre rubor y temblor: “Hágase en mí según tu Palabra”.