ENCARNACIÓN

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La palabra “encarnación” apenas la utilizamos en nuestro hablar diario. Es uno de esos conceptos que “se están olvidando” en el vocabulario actual de los seres humanos. Sólo algunas mujeres -normalmente mayores- llevan ese nombre, y cada vez son menos.

Sin embargo, lo que estamos celebrando a partir de la noche del 24 de diciembre es precisamente eso: “el sublime Misterio de la Encarnación de Dios” en cada corazón humano y en todo el Universo. Como suele ocurrir con los grandes misterios de la fe, hemos intentando dulcificar el concepto original. Hemos preferido decir “navidad o navidades” –haciendo referencia a un término latino relacionado con el “nacimiento”. Por eso, nos hemos quedado en un “nacimiento” -el de Jesús- y hemos marginado lo que realmente significa “encarnación”. Tal vez, en el fondo, “eso de la carne” no acaba de convencernos: es como demasiado “vulgar”, material, prosaico incluso. Por “carne” generalmente entendemos la carne que comemos, la chuleta, la hamburguesa, el bistec, el pernil… Incluso durante muchos años, se nos decía que “los tres enemigos para la salvación del alma” eran “el demonio, el mundo y la carne”. Aquí, por “carne” se entendía todo lo material, especialmente lo corporal y, evidentemente, lo sexual. La historia de la “degradación del concepto carne” es muy antigua en la historia del pensamiento humano. Muchos filósofos griegos y latinos y hasta San Agustín, tacharon siempre de negativo y pecaminoso “lo carna l”, para resaltar, en un dualismo equivocado “carne vs. Espíritu”: se llamaba maniqueísmo: el espíritu es bueno, la carne es mala. Y esto fue llevado al ámbito de la moral cristiana que durante siglos fue, en muchos lugares del mundo, la única “ética” aceptable: la cristiana. Total, que desde entonces, la Iglesia y los cristianos tenemos un grave y antiguo conflicto con el sexo. Un problema sin resolver del todo en la actualidad, y que ha traído muchos problemas a la visión moral de la Iglesia hoy.Pero centrémonos más en el tema: la encarnación no es única ni principalmente el nacimiento de Jesús, que por supuesto no fue exactamente un 24 de diciembre, solsticio de invierno en el hemisferio norte. La encarnación comienza en la creación del mundo, en ese “otro misterio” (que es el mismo) del Logos que entra a formar parte necesaria de todo lo que existe; es decir, de un Dios Misterio que “tiene la osadía” de “penetrar las categoría de espacio y tiempo”, las únicas que nosotros tenemos para conocer en plenitud la realidad de todo. Dios “se hace carne” es casi una herejía. Porque Dios es el Absoluto absolutamente, y no puede ser inmanente, “contagiado” con la materia de lo corporal. Todo eso es complicado si queremos “entenderlo” con toda claridad; algo imposible. La encarnación es Dios dentro de nosotros y dentro de toda la Realidad existente, sin confundirse o desdibujarse en lo perecedero, en lo transitorio. Este es el gran “milagro” de Dios. “El Verbo se hace carne” en la persona de un Niño que dentro de su corporeidad y su realidad como ser humano “verdadero” “interioriza a Dios en su Humanidad”. Tan humano, tan humano… ¡sólo po día ser Dios!” dice un teólogo actual. Dios ya ha venido, ha venido desde siempre, sólo “lo esperamos y celebramos su cumpleaños” de un modo simbólico, religioso, fraternal. Por eso “la navidad” es tan hermosa y nos llena de paz: por saber que llevamos a Dios dentro de nosotros, aunque no lo sepamos ni lo creamos ni lo veamos. Dios deja de ser el eterno desconocido (y, por tanto “existente”) para convertirse en “Emmanuel”, Dios con nosotros. Ya estamos “salvados” porque Dios se ha “encarnado” (en el fondo, una manera limitada de hablar para entendernos) en nosotros; pero en todos: sin acepción de credo religioso, raza, lengua, época en que se vive, edad que tengamos, etc. Y por eso nos felicitamos: porque no somos huérfanos ni estamos perdidos en un Universo inconmensurable sino porque Dios es nuestro cómplice, el mejor aval de que mi vida es ya Vida en Dios. Feliz Navidad. Feliz Misterio de la Encarnación.