EN OTRO ORDEN: PARTIR, COMPARTIR Y REPARTIR

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Es posible realizar otra lectura de los mismos verbos que han inspirado el post anterior. En esta segunda lectura el orden de los verbos cambia ligeramente para convertirse en un gesto que debe ser el hilo conductor de toda la vida, gesto que nos define como cristianos. El orden sería: partir, compartir, repartir. El verbo partir tendría ahora el sentido de salir de un lugar o situación para dirigirse a otro lugar. En primer lugar, los cristianos estamos invitados a partir, o sea, a salir de nuestra conciencia de propiedad, de nuestro egoísmo; a dejar nuestras ambiciones y ganas de poseer. Si salimos, estaremos en disposición de compartir, es decir, ofreceremos lo que tenemos, y recibiremos con alegría lo que otros pueden darnos, colaboraremos, serviremos en común. Y finalmente, repartimos, es decir, dejamos que otros crezcan, aún cuando nosotros disminuyamos, seremos fermento que hace crecer a los demás, daremos gratuitamente sin esperar nada a cambio.

También en esta nueva perspectiva, Jesús se presenta como el modelo más acabado: él es el que sale del Padre para venir a nuestro mundo, el que deja la gloria para entrar en la pobreza. Y una vez que ha entrado en nuestra realidad, haciéndose uno de tantos, comparte todo lo que es y todo lo que puede con nosotros: pasó haciendo el bien, curando a todos los oprimidos, dando salud a los enfermos y alegría a los tristes; y también recibiendo, agradeciendo los gestos de cariño que otros tenían con él, cuando por ejemplo una mujer derramó sobre su cuerpo un frasco de perfume carísimo. Jesús daba y recibía, se entregaba y acogía. Y finalmente, Jesús reparte gratuitamente, sin esperar nada a cambio: perdona a sus enemigos, devuelve bien por mal, responde siempre con una bendición.

Partir, compartir y repartir: tres verbos que resumen lo que fue la vida de Jesús y lo que debe ser la vida del cristiano. En nuestro caso no se realiza eso de que “el que parte y reparte se queda con la mejor parte”. Entendido así, el partir y el repartir no es compartir, sino clara manifestación de egoísmo. No se trata de que el cristiano, cuando parte y reparte, se quede sin nada. Todo lo contrario, pues al partir y repartir también comparte; el reparto que hace el cristiano es fuente inagotable de riqueza. Al dar, recibe. Y recibe tanto más cuanto más da. Cuando entrego mi saber, lejos de quedarme sin él, mi saber aumenta, al ver la reacción de mis alumnos y al sentirme obligado a repensar ante sus preguntas. Cuando reparto alegría, lejos de quedarme triste, multiplico la alegría, pues la alegría de los otros revierte sobre mi, y así nos enriquecemos todos cada vez más. Ese es el secreto del evangelio: el que entrega su vida, no la pierde, no se queda sin ella. El que entrega su vida, la gana.