viernes, 26 abril, 2024

CUBA Y SU IGLESIA

Las espontáneas y generalizadas manifestaciones ocurridas en Cuba el pasado domingo 11 de julio, que se extendieron a más de 60 ciudades y pueblos, han hecho que la vieja Revolución cubana, que fue símbolo de liberación en las décadas de 1960 y siguientes en todo el mundo, volviera a la palestra pública en redes sociales, televisión y prensa internacionales, y como es habitual en el tema, a confrontar posiciones antagónicas entre quienes continúan apoyando la Revolución de los ya ausentes hermanos Castro y familia y quienes, desde el exilio, o dentro de la Isla, mantienen una visión de rechazo y animadversión contra el actual régimen político que continúa identificado con el único partido político legal en el país desde los primeros años del triunfo revolucionario: el Partido Comunista de Cuba. Es ya una larga historia del que es, probablemente, el gobierno más antiguo del mundo, renovado desde dentro con recambios políticos del mismo signo político y económico.

La Iglesia católica cubana ha vivido durante 62 años múltiples desencuentros y muy pocos «encuentros» con un Régimen que intentó, desde los comienzos, asfixiar y estrangular cualquier sentimiento religioso en el pueblo. Son más de sesenta años que no podemos sintetizar en estas pocas líneas. Pero sería muy importante conocer esa confrontación histórica para entender mínimamente la situación actual de la Iglesia.

La Iglesia cubana ha padecido la incomprensión de muchos sectores sociales, católicos o no, dentro y fuera de la Isla. Para muchos su actitud ha sido negligente y pasiva, plegándose a las directrices del Gobierno para obtener pequeños beneficios, como la posibilidad de adquirir vehículos para el clero y las religiosas, permisos de salida al exterior, autorización para arreglar templos, etc. Esta actitud de los obispos, vituperada por muchos, especialmente por cubanos exiliados en Estados Unidos, puede ser comprensible, e incluso compartida en determinados momentos y actuaciones eclesiales.

Sin embargo, la Iglesia cubana, empobrecida de todo tipo de bienes y diezmada de su clero autóctono (muchos de ellos expulsados masivamente en algunos momentos de su historia), con unos agentes de pastoral cualificados en su gran mayoría extranjeros, de un abanico de países y culturas que puede superar la veintena de procedencias de misioneros de tantos países, sin la posibilidad de acceso a la educación de niños y jóvenes, con escasas o nulas  posibilidades en los medios de información, controlada en las homilías de los sacerdotes, impedida de cualquier manifestación religiosa fuera de los templos, vetando la entrada de algunos misioneros extranjeros, sin apenas autorización para obras sociales como comedores o asilos de ancianos, y un largo etcétera, ha tenido que sobrevivir durante décadas en un medio profundamente hostil, ideológicamente adverso, con un ateísmo inducido y adoctrinado, y muchas veces, sumida en la soledad e incomprensión de muchos, incluso de algunas Iglesias hermanas.

Esa Iglesia silenciosa y silenciada durante años, ha sido capaz de permanecer en el corazón del pueblo cubano, ante el que ostenta una credibilidad y un respeto que no existe en otros países democráticos del llamado Primer Mundo, en países de arraigada tradición católica. Hoy, la Iglesia cubana, es sabedora de ser la única institución presente en la Isla con capacidad y fuerza moral para decir una palabra capaz de reconducir la situación dictatorial en que vive su pueblo desde mediados del siglo XX. Un episcopado envejecido y cansado, con tres obispos que ya han renunciado a sus diócesis por razones de edad y que, incomprensiblemente, no son relevados por nuevos nombramientos, con un índice de edad en el episcopado cercano o superior a los 70 años, entre los cuales el más joven tiene 60 años, y a la espera de una renovación con obispos cubanos jóvenes, sigue siendo una presencia única de esperanza y reconciliación en un pueblo roto, herido, carente de los alimentos más elementales, de todo tipo de medicamentos, con una sanidad precaria y un sistema educativo depresivo (en contra de lo que falsamente se piensa en el extranjero), y con un sistema político donde no existe libertad de expresión, ni pluralismo político, y donde los derechos humanos son sistemáticamente conculcados. El Comunicado emitido por los Obispos al día siguiente de los hechos ocurridos el domingo pasado, que puede ser  criticable como cualquier documento humano,  es un signo más de esa presencia incansable de una Iglesia maltratada que necesita nuestra comprensión, nuestra ayuda y sobre todo, nuestra oración. Especialmente el pueblo cubano, que padece además una virulenta infección de covid-19 en estos momentos, sin vacunas, sin medicamentos y con los hospitales colapsados, debería ser un llamamiento para todos los cristianos del mundo en esta situación de caos, violencia e incitación  al odio por parte del mismo

Presidente de la nación.

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