EN HORA CON LA IGLESIA

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Empezamos el año 2024 con un nuevo consejo de redacción, un nuevo equipo internacional de colaboradores y una nueva maquetación. A lo largo del año iremos viendo qué enfoque y qué estilo de revista responde mejor a las necesidades y expectativas de los lectores. Hoy el reloj de la vida consagrada marca horas diferentes en distintos lugares del mundo. Nuestra revista, aunque se difunde sobre todo en el ámbito hispanohablante de Europa y América, quiere hacerse eco de lo que viven y esperan las personas consagradas en otros contextos culturales y eclesiales. La interculturalidad es un signo de los tiempos que nos despierta del sueño eurocéntrico. En África y Asia se están viviendo algunas experiencias de vida consagrada que aportan una nueva manera de ver las cosas a las viejas formas europeas y americanas. Todos podemos aprender de todos.

He sentido la tentación de escribir esta primera carta del año con ayuda de la inteligencia artificial, pero no he caído en ella. No es un asunto secundario o una moda pasajera. Estamos al comienzo de una revolución que afectará a nuestra forma de pensar, sentir, relacionarnos y evangelizar. En su reciente mensaje con motivo de la 57 Jornada Mundial de la Paz, el papa Francisco concluía con una oración en la que pedía a Dios que “el rápido desarrollo de formas de inteligencia artificial no aumente las ya numerosas desigualdades e injusticias presentes en el mundo, sino que ayude a poner fin a las guerras y los conflictos, y a aliviar tantas formas de sufrimiento que afectan a la familia humana”. No todo lo técnicamente posible es éticamente realizable. Lo repetía a menudo mi viejo profesor de Moral Fundamental. Conviene recordarlo en estos momentos de eclosión tecnológica.

En otros tiempos, la vida consagrada estuvo también en la vanguardia de la ciencia, la técnica y las artes. Quizá hoy, sin renunciar a colaborar en estos campos, debemos concentrarnos más en la vivencia y promoción de la ética y la espiritualidad. En cualquier caso, no estamos llamados a ser moralistas impertinentes en el seno de las sociedades pluralistas, sino, más bien, hombres y mujeres que, desde su experiencia de Dios, contribuyen al discernimiento ético de aquellos asuntos en los que está en juego el valor y el sentido de la vida humana. Es un tiempo para los buscadores, los testigos y los profetas, no solo para los maestros y los técnicos.

La Iglesia acaba de beatificar a uno de esos testigos que hace casi medio siglo nos ayudó a orientarnos en la primera etapa de la renovación conciliar. Me refiero al cardenal Eduardo F. Pironio, sobre el que versa uno de los artículos de este número de la revista. Publicaciones Claretianas acaba de dar a luz también dos libros suyos que tratan sobre asuntos relacionados con la vida consagrada. Su vida y su magisterio son una muestra clara de que en cualquier tiempo y contexto es posible vivir la fe con lucidez, profundidad e incluso entusiasmo. Quienes conocieron personalmente al beato Pironio concuerdan en subrayar su actitud jovial y esperanzada, su adhesión a las orientaciones del Vaticano II, su amor a la Iglesia, su opción por los pobres y su pasión por la vida consagrada. Nuestra revista se siente muy agradecida por el don de su persona, por su magisterio inteligente y compasivo y por la colaboración que mantuvo con ella durante su etapa como prefecto de la CIVCSVA (1976-1984).

De haber vivido hoy, el beato Pironio hubiera sido, sin duda, un gran promotor de la sinodalidad en la Iglesia porque la vivió antes de que fuera tendencia. En este número nos hacemos eco de lo que el informe sobre el Sínodo ha dicho sobre la vida consagrada y los movimientos laicales. Ponemos nuestro reloj en hora con la hora de la Iglesia.