viernes, 19 abril, 2024

EN EL XXV ANIVERSARIO DE VITA CONSECRATA

Hace 25 años se publicaba la Exhortación Apostólica Vita consecrata de san Juan Pablo II. Para los más jóvenes un documento más de la antigüedad. Para la mayor parte de los consagrados un documento joven, con pistas para este presente. La Revista Vida Religiosa se suma a este aniversario extrayendo de su archivo este artículo de José Cristo Rey G. Paredes (1996), publicado hace 25 años, pero de asombrosa actualidad. En sus conclusiones, Cristo Rey, nos deja una inquietud que expresaba así: «La exhortación debería haber sido, a mi modo de ver, mucho más profética a la hora de pedir a los religiosos y a los institutos de vida consagrada una mayor generosidad misionera, expansiva, una audaz revisión de posiciones apostólicas e institucionales». Inquietud que debe hacernos reflexionar hoy sobre la vitalidad o parálisis de este cuarto de siglo.

La vida consagrada y su misión como epifanía del amor de Dios en el mundo

(José Cristo Rey G. Paredes). La exhortación “Vita consecrata” dedica un importante capítulo a la misión de la vida consagrada en la Iglesia. En él se refle­jan, más que la teoría, las experiencias de misión que han ido jalonando la andadura histórica de los institutos y que, en el presen­te, les confiere un notable talante profético y evangelizador. Las citas que podrían suscri­bir cada una de las afirmaciones de este capí­tulo, serían hechos de vida extraordinarios, pero frecuentemente realizados en el silencio y en la oscuridad.

El capítulo III entiende la misión de la vida consagrada como servitium caritatis, tal como reza el subtítulo. La misión es entendi­da, sobre todo, como servicio, no como lide­razgo, ni como función presidencial. De hecho, la imagen que ofrece la clave de esta tercera parte es el icono del lavatorio de los pies por parte de Jesús en la última cena. El icono no podía ser más elocuente, a la horade entender el humilde servicio que ha de caracterizar a la vida consagrada.

El capítulo está dividido en cuatro partes, precedidas de una introducción: 1) aporta­ción de la vida consagrada a la evangelización; 2) testimonio profético de la vida con­sagrada ante los grandes retos; 3) algunos areópagos de misión; 4) la misión como diá­logo. Vamos a comentar cada una de estas partes.

La misión y sus dimensiones: a modo de introducción (nn.72-74)

Se inicia el capítulo tercero con una intro­ducción en la cual se anticipan los rasgos fundamentales de la misión de la vida consa­grada en la Iglesia. Podrían resumirse en cua­tro expresiones: consagración-misión, profetismo, comunión-diálogo y espiritualidad profética.

En la vida consagrada la misión no es un elemento sobreañadido, no es una conse­cuencia. Forma parte de su quintaesencia. La persona que se entrega a Jesús sin reservas y hace de él el todo de su existencia, se siente impelida a “dedicarse totalmente a la misión” (VC, 72). Es el Espíritu el que crea en ella ese dinamismo. El Espíritu la consagra para la misión, la hace misión. De este plantea­miento, deduce la exhortación que la persona consagrada está “en misión” en virtud de su misma consagración y que la misión forma parte de la quintaesencia de los institutos, no solamente en los de vida apostólica activa, sino también en los de vida contemplativa (VC, 72).

La exhortación denomina “profética” esa misión peculiar de la vida consagrada. Ella brota de una profunda experiencia de Dios y de una toma de conciencia de los desafíos históricos a la luz del Espíritu: “en realidad, tras los acontecimientos de la historia se esconde frecuentemente la llamada de Dios a trabajar según sus planes, con una inserción activa y fecunda en los acontecimientos de nuestro tiempo… Sólo las almas habituadas a buscar en todo la voluntad de Dios saben percibir con nitidez y traducir después con valentía en opciones coherentes, tanto con el carisma original, como con las exigencias de la situación histórica concreta” (VC, 73). La exhortación quiere que la vida consagrada contribuya a elaborar y llevar a cabo nuevos proyectos de evangelización para las situa­ciones actuales.

Un contexto imprescindible de la misión es la actitud de comunión y diálogo. Muchas son las razones de ello, pero la exhortación resalta sobre todo una: la complejidad de la misión y la incapacidad de realizarla indivi­dualmente, sin la colaboración y el discerni­miento de muchos carismas:

«Difícilmente los individuos aislados tienen una respuesta completa; ésta puede surgir nor­malmente de la confrontación y del diálogo» (VC, 74).

Por su condición de vida realizada en comunidad, la vida consagrada puede dar una especial intensidad al diálogo en la Iglesia, que es el nuevo nombre de la caridad.

Otro contexto también imprescindible en la misión es el cultivo de una sólida espiri­tualidad de la acción, viendo a Dios en todas las cosas y a todas las cosas en Dios: “la ínti­ma unión entre contemplación y acción per­mitirá, hoy como ayer, acometer las misiones más difíciles” (VC, 74).

Aportación de la vida consagrada a la evangelización (nn.75-83)

  1. a) El primado del amor hasta lavar los pies(nn. 75-76)

Para explicar con una imagen la peculiar aportación de la vida consagrada a la misión de la Iglesia emplea la exhortación el icono del lavatorio de los pies. En él se expresa el amor de Dios al ser humano y, aplicado a la vida consagrada, que esta forma de vida es vida de amor oblativo. La vida consagrada se ha caracterizado por “lavar los pies”, por el servicio a los más pobres y necesitados. Por una parte contempla al Verbo en el seno del Padre, por otra lo imita en su servicio humil­de y en su kénosis por amor (VC, 75). Es más, la exhortación conecta la experiencia del cenáculo con aquella de la transfigura­ción. Allí, Pedro extasiado ante la luz excla­maba «¡Señor, bueno es quedarnos aquí!»; ahora Pedro se resiste ante el servicio humil­de de Jesús, pero el Señor le invita a hacer lo mismo con sus hermanos, a comprometerse con el hombre. La búsqueda de la belleza divina se hace verdad, cuando las personas consagradas se ponen a los pies de sus her­manos y hermanas e intentan restaurarla en “los rostros desfigurados por el hambre, ros­tros desilusionados por promesas políticas, rostros humillados de quien ve despreciada su propia cultura, rostros aterrorizados por la violencia diaria e indiscriminada, rostros angustiados de menores, rostros de mujeres ofendidas y humilladas, rostros cansados de emigrantes que no encuentran digna acogida, rostros de ancianos sin las mínimas condicio­nes para una vida digna” (VC, 75).

Jesús, el Señor y el Siervo, prolonga su servicio, su diaconía en quienes se dejan con­quistar por El y, apasionados, le entregan lo mejor de su existencia (VC, 76).

  1. b) Comprometidos/as en la primera evangelización (nn. 77-79)

Las personas consagradas tienen la tarea de hacer presente, también entre los no cris­tianos, a Cristo casto, pobre, obediente, oran­te y misionero. De esa manera participan en la missio ad gentes propia de toda la Iglesia (VC, 77). El Evangelio tiene que ser anuncia­do en todas partes, hasta en las regiones más lejanas. La vida consagrada ha dado en la historia buen testimonio de ello en el pasado. No debe ser menos en el presente. La misión “ad gentes” refuerza la vida consagrada, infunde un renovado entusiasmo y nuevas motivaciones, estimula la fidelidad. Es tarea propia no solo de la vida consagrada apostó­lica, también de la contemplativa.

Es interesante ver cómo la exhortación implica en la missio ad gentes, en la que podríamos llamar “misión extroversa”, con un peculiar protagonismo a las congregacio­nes de hermanos y hermanas o institutos seculares: “la misión ad gentes ofrece espe­ciales y extraordinarias oportunidades a las mujeres consagradas, a los religiosos herma­nos y a los miembros de los Institutos secula­res, para una acción apostólica particular­mente incisiva” (VC, 78). Confía en ellos y ellas para la evangelización de los ambientes, de las estructuras y de las mismas leyes que regulan la convivencia, además de testimo­niar los valores evangélicos.

En los países donde tienen amplia rai­gambre religiones no cristianas, “la presencia de la vida consagrada adquiere gran impor­tancia, tanto con actividades educativas, cari­tativas y culturales, como con el signo de la vida contemplativa” (VC, 78). La exhorta­ción pide algo que me parece sumamente importante en este contexto: “distribuir equi­tativamente la vida consagrada en sus varias formas, para suscitar un nuevo impulso evangelizador, bien con el envío de misioneros y misioneras, bien con la debida ayuda de los Institutos de vida consagrada a las diócesis más pobres” (VC, 78). De hecho, la presen­cia mayoritaria de la vida consagrada en igle­sias de vieja cristiandad contradice esta exhortación.

Dentro de la misión, y de la misión ad gentes corresponde la prioridad al anuncio de Jesucristo con el objetivo de que quienes lo acojan se adhieran sinceramente a él y a su evangelio. En esto consiste la conversión. Pero forma también parte de la actividad misionera el proceso de inculturación y de diálogo interreligioso. Jesús se despojó de sí mismo tomando la condición de siervo, se encamó y vivió con humildad y amor entre nosotros. Así también la vida consagrada ha de acercarse a las diversas culturas con esa misma actitud: ha de descubrir las huellas de la presencia de Dios y los valores auténticos y dejarse interpelar y fecundar por ellos (VC, 79). También hay que estar abiertos al diálo­go religioso. La religión es, en no pocos casos, la dimensión trascendente de la cultu­ra. En ese diálogo, además de acoger el logos de las religiones, hay que ofrecer el propio logos. La vida consagrada se presenta enton­ces como “signo de la primacía de Dios y del Reino”, como “provocación que puede inter­pelar la conciencia de los hombres” (VC, 80). El estilo de vida evangélico es una fuen­te importante para proponer un nuevo mode­lo cultural. Aportaciones de innovación cul­tural que puede ofrecer la vida consagrada a partir de algunos valores que la caracterizan como: la acogida recíproca en la diversidad, el ejercicio de la autoridad, la comunión de bienes materiales y espirituales, la interna­cionalidad, la capacidad de escucha, la cultu­ra de referencia de quien sigue a Cristo. También las culturas pueden enriquecer y estimular la vida consagrada. Un criterio de referencia en una tarea tan compleja, difícil y audaz, es para la vida consagrada la “Sede Apostólica, como garantía para seguir el recto camino” (VC, 81).

c) Comprometidos/as en la nueva evangelización (nn. 80-83)

Respecto al compromiso de la vida con­sagrada en la nueva evangelización la exhor­tación no pone especial énfasis en ese con­cepto; incluso en algún momento lo relativiza como cuando dice: “la nueva evangeliza­ción, como la de siempre, será eficaz si…” (VC, 81). De hecho, se propone constante­mente a las personas consagradas la memoria de la audacia apostólica de los fundadores y fundadoras y sus intenciones fundacionales.

La nueva evangelización a la que se refie­ren los nn.80-83, como tarea de la vida con­sagrada en misión, es descrita como el mode­lo de evangelización adecuado para “hacer frente a los grandes desafíos que la historia actual pone” desde “una plena conciencia del sentido teológico de los retos de nuestro tiempo” (VC, 81). En esta nueva evangeliza­ción se resalta de modo particular “una opción preferencial, a quienes se encuentran en una situación de mayor debilidad y, por tanto, de más grave necesidad, los pobres, en las múltiples dimensiones de la pobreza (oprimidos, marginados, ancianos, enfermos, pequeños, los considerados y tratados como los últimos de la sociedad)” (VC, 82). O como se dice en otro lugar de este número: “Servir a los pobres es un acto de evangeliza­ción” (VC, 82).

Aunque la opción por los pobres es inhe­rente a todos los discípulos de Cristo, en ella están especialmente implicados quienes “quieren seguir a Cristo más de cerca”. Y forma parte de esta opción: la adopción de un estilo de vida humilde y austero —personal y comunitariamente—, la denuncia de las injusticias cometidas contra tantos hijos e hijas de Dios, el compromiso en la promo­ción de la justicia en el ambiente social en el que actúan. Cristo “es indigente aquí en la persona de sus pobres… En cuanto Dios, rico; en cuanto hombre, pobre. Cierto, ese Hombre subió ya rico al cielo donde se halla sentado a la derecha del Padre; mas aquí, entre noso­tros, todavía padece hambre, sed y desnudez” (Agustín: VC, 82). El Cristo descubierto en la contemplación es el mismo que vive y sufre en los pobres. Por eso, la opción por los pobres afecta de manera peculiar a la vida contemplativa.

En la evangelización como atención a los pobres, está el cuidado por los enfermos que tiene en la Iglesia y en la vida consagrada una gloriosa tradición: “muchas son las per­sonas consagradas que han sacrificado su vida a lo largo de los siglos en el servicio a las víctimas de enfermedades contagiosas, demostrando que la entrega hasta el heroismo pertenece a la índole profética de la vida consagrada” (VC, 83). Se les pide todavía que “en sus decisiones otorguen un lugar pri­vilegiado a los enfermos más pobres y aban­donados, así como a los ancianos, incapacita­dos, marginados, enfermos terminales y víctimas de la droga y de las nuevas enfermeda­des contagiosas (VC, 83).

El testimonio profético (nn.84-95)

El tema del testimonio profético es espe­cialmente resaltado por la exhortación apostólica, dado que también los Padres del Sínodo lo hicieron[1]. La vida consagrada es definida como “una forma de especial parti­cipación en la función profética de Cristo comunicada por el Espíritu Santo a todo el pueblo de Dios” (VC, 84). No se trata, por consiguiente de un profetismo exclusivo, sino inclusivo.

a)¿En qué consiste la profecía de la vida consagrada?

En la descripción de la auténtica profecía, que debe ser discernida, la exhortación resal­ta los siguientes elementos: a) nace de Dios, de la amistad con El, de la escucha atenta de su Palabra en las diversas circunstancias de la historia (n.84); b) el profeta siente arder en su corazón la pasión por la santidad de Dios y proclama la palabra con la vida, los labios y los hechos, haciéndose portavoz de Dios contra el mal y contra el pecado; c) el profeta busca apasionada y constantemente la volun­tad de Dios; d) es para él imprescindible la comunión eclesial, el discernimiento espiri­tual y el amor a la verdad; e) denuncia todo aquello que contradice la voluntad de Dios; f) escudriña nuevos caminos de actuación del Evangelio para la construcción del reino de Dios (n.84)

Dentro del profetismo del pueblo de Dios la vida consagrada se caracteriza por tres ras­gos: a) el seguimiento radical de Jesús; b) la función de signo o testimonio profético de la primacía de Dios y de los valores evangéli­cos en la vida cristiana, o los bienes futuros (VC, 84.85); c) y la prioridad del amor per­sonal a Cristo y a los pobres (VC, 84); d) la misma vida fraterna es un acto profético, en una sociedad en la que se esconde un profun­do anhelo de fraternidad sin fronteras (VC, 85); e) dar por doquier un testimonio cualifi­cado, con la lealtad del profeta que no teme arriesgar incluso la propia vida (VC, 85), como de hecho se ha producido en tantos mártires del siglo XX (VC, 86).

También la vida consagrada ha de dejarse interpelar por otras voces proféticas dentro de la Iglesia, “en plena sintonía con el Magisterio y la disciplina de la Iglesia” en admirable intercambio de dones entre “dones jerárquicos y carismáticos” (VC, 85).

b ) Grandes pro-vocaciones y respuestas proféticas (nn. 87-92)

El profetismo de la vida consagrada se ve hoy de una manera especial confrontado con los tres grandes desafíos principales que atañen a los consejos evangélicos de casti­dad, pobreza y obediencia. “La profesión de castidad, pobreza y obediencia supone una voz de alerta para no infravalorar las heridas producidas por el pecado original, al mismo tiempo, que, aun afirmando el valor de los bienes creados, los relativiza, presentando a Dios como el valor absoluto” (VC, 87). El profetismo de la vida consagrada aparece así como una “terapia espiritual” de profundo significado antropológico, una “bendición para la vida humana y para la misma vida eclesial” (VC, 87).

La exhortación, aun en su versión caste­llana, ha mantenido el término “pro-vocationes” para referirse a esos tres grandes desafíos. Tal vez para evocar la correspon­dencia paradójica con el término “vocatio”. El resultado sería que la vocación a la vida consagrada es respuesta a la “vocatio Dei” y a las “provocationes mundi”. La primera pro­vocación proviene de una cultura hedonística que deslinda la sexualidad de cualquier norma moral objetiva, que cultiva la idolatría del instinto. La vida consagrada responde con la práctica gozosa de la castidad perfec­ta. “Este testimonio es necesario hoy más que nunca, precisamente porque es algo casi incomprensible en nuestro mundo” (VC, 88). Cuando la castidad consagrada es vivida de forma madura y serena, “ofrece estímulos valiosos para la educación en la castidad pro­pia de otros estados de vida” (VC, 88).

Otra provocación es la representada por un materialismo ávido de poseer, desintere­sado de las exigencias y los sufrimientos de los más débiles y carente de cualquier consi­deración por el mismo equilibrio ecológico. La respuesta de la vida consagrada es la pobreza evangélica (VC, 89). La pobreza es, más que un servicio a los pobres, un valor que evoca la primera bienaventuranza, la imitación de Cristo pobre. Denuncia la ido­latría del tener (VC, 90).

Otra provocación proviene de aquellas concepciones de libertad que prescinden de su relación constitutiva con la verdad y con la norma moral. Respuesta eficaz a esta situación es la obediencia que caracteriza la vida consagrada y que manifiesta que no hay contradicción entre obediencia y libertad (VC, 91). La obediencia une a los miembros de un Instituto en un mismo testimonio y en una misma misión, aun respetando la propia individualidad y la diversidad de dones (VC, 91).

 c) Espiritualidad profética (nn. 93-95)

La vida consagrada ha de nutrirse en las fuentes de una sólida y profunda espirituali­dad. Aspirar a la santidad es el programa de toda vida consagrada. Un programa que comienza dejándolo todo por Cristo. Continúa realizando una peculiar alianza con Dios, y una alianza esponsal con Cristo. La vida espiritual es un itinerario de progresiva fidelidad. Esto se vive en cada forma de vida consagrada desde una espiritualidad peculiar (proyecto preciso de relación con Dios y con el ambiente circundante, peculiares dinamis­mos espirituales, opciones operativas que resaltan un aspecto u otro del misterio de Cristo) (VC, 93).

La primera fuente de toda espiritualidad cristiana es la Palabra de Dios. En la vida consagrada la lectio divina ha sido por ello siempre tan importante. Es muy importante la lectura asidua de los textos evangélicos y de los demás escritos neotestamentarios para la vida consagrada inspirada en el estilo de vida de Jesús, de María y de los apóstoles. La meditación comunitaria de la Biblia tiene un gran valor y hace a los hermanos crecer jun­tos y ayudarse en la vida espiritual. Conviene que se haga incluso con otros miembros del pueblo de Dios. De ahí ha de nacer un pro­fundo espíritu de oración y una especie de instinto espiritual (VC, 94)

La sagrada Liturgia, cuyo centro culmi­nante es la Eucaristía, es el corazón de la vida consagrada, personal y comunitaria. La Eucaristía es viático cotidiano y fuente de la espiritualidad de cada instituto. La exhortación pide que se dé una asidua y prolongada adoración de la eucaristía que permite revivir la experiencia de Pedro en la Transfi­guración: “Bueno es estarnos aquí”. Alabanza en la liturgia de las horas, reconci­liación en el sacramento del perdón, direc­ción espiritual y devoción a María hacen cre­cer en este camino de seguimiento (VC, 95).

Algunos areópagos de misión (nn. 96-99)

Cuando la exhortación habla de “areópa­gos de misión” recoge una expresión que se utilizó en los “circuli minores” (grupos de trabajo) del Sínodo. Areópagos son aquellos ámbitos en los cuales la misión puede tener un radio de irradiación y de influencia muy profundo y amplio, o bien porque son ámbi­tos de creatividad cultural –que ejercerá su influjo sobre amplias comunidades huma­nas– o bien por la capacidad de multiplica­ción y expansión que poseen. Cuando Pablo predicó en el areópago de Atenas, introdujo el mensaje en un ámbito de creatividad cultu­ral y religiosa. La exhortación privilegia tres de estos posibles areópagos de misión en el tiempo presente, que son: educación, cultura y medios de comunicación.

a) Educación (nn.96-97)

Para la Iglesia la educación ha sido siem­pre “un elemento esencial de su misión”. El Espíritu es el gran educador de la historia. Las personas consagradas están llamadas a introducir dentro del horizonte educativo el testimonio radical de los bienes del Reino. Por sus condiciones carismáticas, las perso­nas consagradas están especialmente adecua­das para llevar a cabo una acción educativa particularmente eficaz. “La comunidad edu­cativa puede convertirse en experiencia de comunión y lugar de gracia, en la que el pro­yecto pedagógico contribuye a unir en una síntesis armónica lo divino y lo humano, Evangelio, cultura, fe y vida” (VC, 96).

La exhortación valora enormemente la vocación educadora, como camino hacia la santidad. Describe a los educadores consa­grados como “testigos e instrumentos del poder de la Encarnación y de la fuerza del Espíritu” (VC, 97). Anima a continuar la misión educativa en escuelas de todo tipo y nivel, hasta en universidades e institutos superiores y mantener en ellos un serio diálo­go con la cultura, sin perder la índole católica que les es peculiar, en plena fidelidad al Magisterio de la Iglesia. Y reafirma que “el amor preferencial por los pobres tiene una singular aplicación en la elección de los medios adecuados para liberar a los hombres de esa grave miseria que es la falta de forma­ción cultural y religiosa” (VC, 97).

b)Cultura (n.98)

El según areópago al que se presta aten­ción es la cultura. No es un elemento ajeno a la historia de la vida consagrada, que ha ejer­cido un gran influjo en la formación y en la transmisión de la cultura. También hoy quie­re la Iglesia contribuir a la promoción de la cultura y al diálogo entre cultura y fe. Hay que favorecer una cultura impregnada de los valores evangélicos.

La exhortación dedica tres interesantes párrafos (nn.2-4) a la formación cultural de las personas consagradas. Las llama a “un renovado amor por el empeño cultural, una dedicación al estudio como medio para la formación integral y como camino ascético, extraordinariamente actual, ante la diversidad de las culturas” (VC, 98). Hace la exhorta­ción una defensa del estudio con las siguien­tes reflexiones: a) acerca a Dios porque expresa “un insaciable deseo de conocer siempre más profundamente a Dios, abismo de luz y fuente de toda verdad humana” (VC, 98); b) no aísla a la persona en un intelectualismo abstracto, sino que fomenta el diálogo y la participación; c) educa la capacidad de juicio, alienta la contemplación y la plegaria.

Los retos que hoy emergen de las diver­sas culturas son innumerables. Por eso, es menester mantener fecundas relaciones y saber realizar nuevos análisis y nuevas síntesis ante los problemas inéditos de nuestro tiempo (VC, 98).

c) Comunicaciones sociales (n.99)

El tercer areópago en el que la vida con­sagrada ha de hacer presente su actividad evangelizadora son las comunicaciones sociales. La exhortación es consciente de la ambigüedad de estos medios y de las posibi­lidades que existen de absolutizarlos y con­vertirlos en medios malignos. “Estos medios han adquirido una capacidad de difusión cós­mica mediante poderosas tecnologías capa­ces de llegar hasta el último rincón de la tie­rra” (VC, 99). Anima la exhortación a quie­nes trabajan apostólicamente en estos medios a la adquisición de “un serio conocimiento del lenguaje propio de estos medios para hablar de Cristo” (VC, 99). La tarea educati­va de la iglesia y de la vida consagrada res­pecto a los medios de comunicación es importante: ha de “formar receptores enten­didos y comunicadores expertos”. Se pide a los diversos institutos que estén disponibles “para cooperar en la realización de proyectos comunes en los varios sectores de la comuni­cación social, aportando fuerzas, medios y personas” (VC, 99).

La misión como diálogo (nn.100-103)

Concluye este capítulo tercero sobre la misión con tres números de importancia suma para el momento actual de la evangelización. Privilegian el modelo de misión como diálogo, como ecumenismo, apertura. Hay que añadir, asimismo, que estos núme­ros tienen una aplicación excelente al ecume­nismo intracomunitario.

 a) Ecuménico (n.100-101)

La exhortación pide un avivamiento de la sensibilidad ecuménica entre los consagrados y consagradas. De hecho existen formas de vida consagrada en las diferentes confesiones cristianas y a todas ellas les compete una peculiar tarea ecuménica. “El Sínodo ha puesto de relieve la profunda vinculación del ecumenismo y la necesidad de un testimonio más intenso en este campo… Es urgente que en la vida de las personas consagradas se dé un mayor espacio a la oración ecuménica y al testimonio auténticamente evangélico para que con la fuerza del Espíritu Santo, sea posible derribar los muros de las divisiones y de los prejuicios entre los cristianos” (VC, 100).

Entre las formas de diálogo ecuménico el Papa hace cinco propuestas : a) compartir la lectio divina; b) participar en la oración común; c) diálogo en la amistad y conviven­cia; d) hospitalidad cordial con los hermanos y hermanas de las diversas confesiones cris­tianas; e) conocimiento mutuo e intercambio de bienes; f) colaboración en iniciativas comunes. Ningún instituto de vida consagra­da ha de sentirse exento de trabajar en esta causa. A la vida contemplativa le pide el Papa realizar el ecumenismo espiritual de la oración, de la conversión del corazón y de la caridad (VC, 101).

b) Interreligioso (n. 102-103)

Con la afirmación solemne de que “el diálogo interreligioso forma parte de la misión evangelizadora de la Iglesia” la exhortación pide a los consagrados y consa­gradas un compromiso serio en este diálogo, especialmente con los ambientes monásticos de otras religiones. Y propone: a) evangelizar mediante el testimonio de una vida pobre, humilde y casta, impregnada de amor frater­no hacia todos; b) favorecer un diálogo de vida desde la libertad de espíritu propia de la vida consagrada; c) cultivar formas de diálo­go en un clima de amistosa cordialidad y sin­ceridad recíproca; c) colaborar en la solicitud por la vida humana (compasión con los que sufren, empeño por la justicia, la paz y la sal­vaguardia de la creación), manteniendo un “diálogo de las obras”; d) un ámbito especial de encuentro ecuménico es la búsqueda y promoción de la dignidad de la mujer (VC, 102).

Existe hoy en el mundo una apasionada búsqueda de Dios. Algunos caminos resultan inadecuados. La vida consagrada tiene una especial capacidad para mostrar el camino libre de la tentación del egocentrismo y la sensualidad, o de la fuga en la gnosis. “Por eso, las personas consagradas tienen el deber de ofrecer con generosidad acogida y acom­pañamiento espiritual a todos aquellos que se dirigen a ellas, movidos por la sed de Dios y deseosos de vivir las exigencias de su fe” (VC, 103).

Conclusión

La exhortación nos ofrece una importante síntesis de la misión de la vida consagrada dentro de la misión de la Iglesia. Resalta su dimensión constitutiva —y por eso, la com­prende como elemento estructurador y deter­minante en la identidad de la persona consa­grada, no como una sobre añadidura de tipo funcional. Llama la atención la insistencia de la dimensión profética y significativa. No obstante, lo profético queda bastante amorti­guado porque se resaltan los elementos de espiritualidad y de comunión, sin dar sufi­ciente relieve al trabajoso y dramático cami­no a través del cual la profecía se hace paso.

La misión no aparece en sus aspectos problemáticos. Si es profética, se trata de una profecía dócil, resignada; de una profecía para ser tranquilamente contemplada y no sufrida. De hecho, las referencias al martirio, son pocas. La iglesia no se excusa de sus posibles excesos y errores respecto a la pro­fecía.

Tampoco es suficientemente resaltado, a mi modo de ver, el aspecto carismático. La presencia de lo imprevisible del Espíritu en la misión de la Iglesia y en sus múltiples —y a veces— excesivas programaciones. Lo carismático institucionalizado, es decir, apro­bado en términos constitucionales, no supone ninguna dificultad. Sí, en cambio, lo conlleva lo carismático en sus impromptus, en su novedad.

La exhortación debería haber sido, a mi modo de ver, mucho más profética a la hora de pedir a los religiosos y a los institutos de vida consagrada una mayor generosidad misionera, expansiva, una audaz revisión de posiciones apostólicas e institucionales. El momento actual lo requiere. Finalmente, debo decir que la expresión “nueva evangelización” va perdiendo progresivamente aque­llos significados que en sus comienzos reci­bió. Es una de esas expresiones llamadas a no ser utilizadas más. Baste decir que la misión evangelizadora de Jesús forma parte de la quintaesencia de la Iglesia en cada momento histórico, tal como afirmó la Evangelii Nuntiandi.

Merece la pena resaltar la conexión entre misión y diálogo. Ahí se encuentra, a mi modo de ver, una de las claves de la forma de evangelizar y de vivir la vida consagrada.

[1] De «profecía», aplicado a la ve, se habla en VC nn.15, X4 y 85. De profetismo en el n.84. De «profeta» en general en los números 84, 85 y 108. Y se hace referencia directa ¡t dos profetas, Jeremías (n. 19) y Elias (n,84). También se dice que los Padres sinodales «han destacado el carácter proféti­co de la vida consagrada” (VC, 84), El adjetivo «profético/a” aparece con mucha profusión. Se hace referen­cia a la «misión profética de todos los bautizados» (n.47) y a las voces proféticas de los fieles (n.85). A la clausura de las monjas como “anticipación profética» (n.59); a su carácter profético (n.84); a su función profética (n.84); a la misión profética de la vida consagrada (n.73), a su fuerza profética (n.80), a su Índole profética (n.S3), a su testimonio profético (nn.H4 y 85), a su ministerio profético (n.84), a su cometido profético (n.S7). Se habla también de la vida fraterna como “acto profético» (n.85) y de la pobreza evangélica como «voz profética» (n.9Q). El adverbio «proféticamente» apare­ce también dos veces (nn.23 y 57). En total: 24 veces se hace alusión en la exhortación a «lo profético».

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