viernes, 26 abril, 2024

LA ACEDIA PARALIZANTE EN LA VIDA CONSAGRADA (PROPUESTA DE RETIRO)

(Mª Pilar Avellaneda). Cuando más necesitamos un dinamismo que lleve sal y luz al mundo, muchos cristianos “quedan sumidos en una acedia paralizante” (EG 81), y la vida consagrada no está exenta de esta parálisis, que consiste en realizar miles de tareas “sin una espiritualidad que impregne la acción y la haga deseable” (EG 82). Por eso las tareas cansan hasta enfermar o paralizar al consagrado, que termina por encontrarse en una espiral sin motivaciones, en una acedia egoísta, en un cansancio tenso, pesado e insatisfecho.

Es “el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia, que desgasta la fe y degenera en mezquindad”1. Esto hace que las personas vivan desilusionadas de todo y con todos, sin esperanza, con un cansancio interior que apolilla el celo por anunciar el Evangelio a todos los hombres.

Sí, nuestra vulnerabilidad es patente, pero la fragilidad humana es el odre que contiene la fuerza de Dios. Por eso, en este camino cuaresmal vamos a tomar en nuestras manos nuestro odre, y lo vamos a presentar al Señor, para que lo vaya llenando de su fuerza renovadora y lo colme de su Resurrección.

Desde esta certeza, y con el deseo de renovarnos profundamente, miremos tres parálisis que destruyen la vida consagrada: la parálisis de la fe, la de la esperanza y la de la caridad2.

1- La parálisis de la fe es la seguridad. Cuando nos falta la fe, por la que el hombre funda su existencia en Dios, el consagrado se aferra a todo tipo de seguridades. No admite la limitación, el riesgo de salir de sí, la precariedad, la pobreza, sino que apuesta por una vida cómoda y asegurada, que quita la libertad de la fe y el fecundo abandono en las manos de Dios.

El afán de seguridad doméstica la vida y le quita movimiento. Nos hace tardos de oídos para las grandes cuestiones que llevamos en el corazón, y que sanean la vida, tales como: ¿Qué mueve mi vida? ¿Quién soy? ¿Qué busco? ¿Hacia dónde camino?

Entonces una silenciosa desesperanza lo envuelve todo, y una cómoda instalación en la seguridad de los roles, criterios, esquemas, costumbres… paraliza todo, hasta llenarnos de “las someras aguas de una religiosidad farisaica”3.

2- De la mano de esta instalación se da la parálisis de la esperanza, provocada por la rutina y la inercia, que introduce al consagrado en un “viaje circular” que no va a ninguna parte, pero que le asegura en lo que siempre se ha hecho y que se repite sin cesar, para no sentirse perdido en el riesgo de “lo nuevo”, ni perder lo que se ha conseguido con esfuerzo y que se considera como propio.

3- Entonces crece la indiferencia, como una mala hierba, que paraliza la caridad, y que es un modo de anular a la persona que está junto a mí, cuando el consagrado es ungido para ser la persona de la deferencia por excelencia.

Lejos de lamentarnos, hagamos una “parada sabia”, y dejemos que el Evangelio toque nuestra vida, y la movilice hacia la plenitud de vida que anhelamos.

[Lectura atenta de Lc 5,17-26]

El Evangelio de san Lucas nos revela cómo la palabra y la compasión de Jesús movilizan constantemente a una comunidad alrededor de Él. En este caso son fariseos y maestros de la ley, de todas las aldeas de Galilea, Judea y Jerusalén, sentados con Jesús. Pero a esta “comunidad sentada” se incorporan inesperadamente unos hombres que traen a un paralítico. Este Evangelio nos anuncia así que Dios es el “Sí” a la vida, y el “No” a todo tipo de parálisis, sobre las que tiene poder4.

Preguntémonos hoy: ¿Yo quiero servir a este Dios? ¿A quién estoy sirviendo? ¿Estoy sentado en mi comunidad, o con tesón e ilusión cargo con sus parálisis, hasta ponerlas ante Jesús?

Una casa destejada (Lc 5,17-20)

Nuestras comunidades son “casa de Jesús, el Maestro”, pero a veces es necesario que otros nos levanten las tejas, para no quedarnos fuera de la presencia sanadora del Señor.

En Galilea, hace muchos años, ocurrió que: Estando Jesús enseñando, llegaron unos hombres, que traían en una camilla a un hombre paralítico, y trataban de introducirlo y colocarlo delante de Él. (Lc 5,18).

En esta escena el paralítico no dice ni hace nada, ni siquiera puede, es un anthropon, un ser de polvo. Los otros hombres que llevan la camilla comparten la misión de Jesús, por eso son llamados como Él, aner (varón)5.

Desean su sanación, por eso buscan intensamente (zeteo) introducirlo ante Jesús (Lc 5,18). No se paran ante los obstáculos: Subieron a la azotea, lo descolgaron con la camilla, a través de las tejas, y lo pusieron en medio, delante de Jesús. (Lc 5,19).

El tejado es la estructura de protección de una casa, pero en ocasiones es necesario abrir brecha en la protección para llegar a un encuentro con Jesús. Si queremos ser liberados de nuestras parálisis, necesitamos que otros rompan estas tejas que nos respaldan, y nos deslicen, bajando hasta Jesús, en la verdad de nuestra indigencia. Es entonces cuando ocupamos el lugar de los elegidos, que la Escritura llama enopion6, delante de Jesús (cf. Ap 7,14-15).

¿Tú dónde estás, delante de Jesús, arriba del tejado en manos de otros, bajando por fin al suelo de dentro…? Quizás en este momento, Jesús está tan rodeado de gente que no puedes llegar a Él, al menos acepta y pisa tu propia realidad, tu impotencia.

Todos nosotros somos este paralítico, y nuestras comunidades están muy bien retejadas. La Buena Noticia hoy es que Dios ha enviado acontecimientos personales y comunitarios, situaciones y personas, que están levantando nuestras tejas, nuestras defensas y seguridades. Con las sogas de los sufrimientos y fragilidades, estamos siendo descolgados hasta bajar ante Jesús. Da miedo estar suspendidos en el aire, paralizan las miradas y las descalificaciones. Pero Él tiene poder para devolvernos los gestos de la vida y levantarnos de nuestras postraciones. Necesitamos descender, dejarnos bajar con camilla incluida. Bajar, seguir bajando, correr el riesgo de bajar hasta el lugar donde está Jesús. Este lugar es muy importante en cada historia y en cada persona. ¿Dónde está este lugar de Jesús en tu vida? ¿Lo ves sentado frente a ti mirándote?

Necesitamos “momentos detenidos de adoración, de encuentro orante con la Palabra, de diálogo sincero con el Señor, porque sin ellos las tareas fácilmente se vacían de sentido, nos debilitamos por el cansancio y las dificultades, el fervor se apaga” (EG 262), y quedamos atrapados en diversas parálisis.

En este retiro, descendamos hasta Jesús, dejemos que Él mire nuestros miembros atrofiados por tantos lamentos, y que pronuncie para nosotros: Hombre, tus pecados te quedan perdonados (Lc 5,20), que es lo mismo que decir: ¡Levántate! (egeiro)7, camina ahora por la fuerza de mi Palabra, no mires tu incapacidad.

El perdón de Dios, nuevo principio de lo real (Lc 5,21-25)

Ciertamente, el hombre es un mendigo necesitado de perdón y pan. Del uno para el sustento del cuerpo, del otro para la recreación de su yo8. El perdón es tan importante, que sin él, el hombre no puede saborear el pan, solo sobrevive. Su ser más profundo es un cuerpo sin vida, no sabe de dónde viene ni a dónde va, está paralizado internamente.

Este perdón, que reconstituye el ser en su origen, está bellamente expresado en la curación del paralítico. Este perdón, que solo es de Dios, es “el nuevo principio de lo real”. Jesús –a través de sus palabras y gestos– lo revela y lo hace presente ante los ojos de todos. En esta escena podemos contemplar un perdón que se ve, encarnado, no exclusivamente interno y privado.

En el lenguaje bíblico, el pecador es aquel ser que sufre la impotencia para salir del pecado. Necesita de otro, fuera de él, que le desate de sus ataduras. Algo que este episodio refleja con toda transparencia9, y que nos suscita interrogantes sanadores como: ¿dónde está mi parálisis y mi impotencia para romper mis ataduras? Es importante ver este lugar, porque es allí donde la Palabra va a actuar, y para reavivar mi fe necesito verla, entrar en lo concreto que anda paralizado en mi vida.

Dos expresiones son claves en este relato: Tus pecados te quedan perdonados, y levántate y anda (Lc 5,20. 23). Para un hebreo, ponerse a andar es iniciarse en la vida de creyente, caminar como Abraham cuando recibió la orden de Dios de salir de su tierra (cf. Gn 12. 22)10 por eso, el perdón es mostrado como un acontecimiento que abre un novum o una novedad de vida: un paralítico que se levanta, toma su camilla y vuelve a su casa glorificando a Dios, un nuevo hijo de Abraham ha nacido a la vida y hace de su vida un continuo caminar. Así, pues, en la Biblia, el paralítico (paralytikós) es un ser atado –por la debilidad de sus miembros– a un lecho, e incapaz de ser un creyente11.

Tres palabras sanadoras pronuncia Jesús, y hoy vuelve a pronunciarlas para nosotros: ponte en pie, toma tu camilla y vete a tu casa. Estar en pie es recuperar la disposición a caminar, y signo de victoria en la Escritura; es el primer paso para la curación, caminar mirando al horizonte, donde amanece Jesús, sin atar la mirada al propio ego. El segundo paso es tomar la camilla. Este lecho que se ordena transportar, dice san Ambrosio, que es el lecho que David riega cada noche con lágrimas, como ora en el salmo (cf. Sal 6,7), es el lecho del sufrimiento y la impotencia en que yace –en ocasiones– nuestra vida. Necesitamos abrazar esta camilla nuestra, para pasar al tercer paso, caminar hacia casa llevando este lecho abrazado, es decir, regresar al paraíso, la verdadera casa, la primera que acogió al hombre12, sin olvidar de dónde nos levantó el Señor.

El encuentro del paralítico con Jesús, hace presente la fuerza del amor de Dios, y de sus palabras, que le abren el camino a su casa, tal como dice Lucas: Se fue a su casa glorificando a Dios. Este hombre se presentó a Jesús paralizado en su incapacidad de abrazar el sufrimiento, que lo tenía postrado y paralizado en su relación con Dios. Y se volvió a su casa como un ser libre, capaz de alegrarse ante las maravillas que el Señor hizo en él. Ahora camina erguido, aupado en la fe, abrazando con sentido el lecho del dolor, y sus ojos –a la altura de Jesús– ven todo desde una perspectiva nueva.

El asombro bíblico o la fascinación por Dios

Tras la maravilla de ver el poder del perdón de Dios, que desata todos los nudos de iniquidad, termina el relato con una conclusión llena de belleza: El asombro se apoderó de todos y daban gloria a Dios. Y llenos de temor, decían: Hoy hemos visto maravillas, (Lc 5,26). En el texto original, este asombro es una verdadera fascinación por la epifanía del milagro, por ver a Dios actuando en medio de la debilidad humana13. Realmente todos quedaron fascinados. ¿Se ha secado en mí la capacidad de asombro ante el actuar cotidiano de Dios?

Un niño pequeño, que está descubriendo el mundo que le rodea, tiene una enorme capacidad de asombro y admiración ante lo más mínimo que descubre, todo le parece nuevo y fascinante. De esta capacidad de asombro, propia de los pequeños y sencillos, participaron “todos” los que vieron la curación del paralítico.

Realmente toda nuestra generación espera ser desatada de su desencanto, muchos ni conocen la fascinación por el amor verdadero, el de Dios. Pero muchos consagrados también viven desencantados. Es sano preguntarnos por nuestro nivel de desencanto o de fascinación. ¿En ti permanece viva la fascinación por Dios y su amor? ¿La cuidas a diario?

En los corazones de cuantos lo vieron quedó, como un eco que resuena constante, aquel feliz: ¡Tus pecados te son perdonados! El paralítico sanó por fuera y por dentro, los fariseos fueron desatados y liberados en su corazón y en sus pensamientos. Unos y otros fueron introducidos en el tiempo de Dios, en ese “hoy” del kairós de Dios, que recupera al hombre de sus ataduras. De la misma manera que Zaqueo fue liberado de su iniquidad, en ese “hoy” en el que llegó la salvación a su casa, a su corazón y a su vida entera, así también los ojos ciegos de los fariseos, recuperaron la luz de la bondad de Dios, en ese “hoy” en el que vieron “cosas increíbles”, jamás soñadas, que les dio la posibilidad de conocer y glorificar a Dios.

Vivamos intensamente la escucha de este Evangelio, en el que Jesús hoy vuelve a repetir para nosotros: ¡Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa! Con una adhesión rendida, obedezcamos a su voz y volvamos a casa, abrazando el lecho del dolor, lugar del actuar de Dios, y entremos en la fascinación de todos los testigos del amor sanador de Dios.

 

 

1 Cf. J. Ratzinger , Situación actual de la fe y de la teología, Conferencia pronunciada en el Encuentro de Presidentes de Comisiones Episcopales de América Latina para la doctrina de la fe, Guadalajara (México) 1996. Publicada en L’Osservatore Romano, 1 de Noviembre 1996.

2 Cf. M. Prado González Heras, La formación en los monasterios: De la Pastoral vocacional a la Formación permanente, TABOR 10, (Madrid 2010), 157-186.

3 Cf. C. M. Martini, Creo en la Vida, San Pablo, Madrid 2012, 77-87.

4 Cf. D. Marguerat (ed.), Introducción al Nuevo Testamento. Su historia, su escritura, su teología, Desclèe de Brouwer, Bilbao 2008. 83-103.

5 Cf. H. Balz – G. Schneider, o. c. I, Sígueme, Salamanca 2001. 293-296; L. Coenen y (cols), Diccionario teológico del Nuevo Testamento II, Ediciones Sígueme, Salamanca 1989. 305-306.

6 Cf. H. Balz – G. Schneider, o. c. I, Ediciones Sígueme, Salamanca 2001. 1414.

7 Cf. H. Balz – G. Schneider, Diccionario Exegético del Nuevo Testamento I, Ediciones Sígueme, Salamanca 2001. 1126-1141.

8 Cf. C. Di Sante, El Padrenuestro. La experiencia de Dios en la tradición judeo-cristiana, Ediciones Secretariado Trinitario, Salamanca 1998. 141-148.

9 Cf. A. Rizzi, Il credente come soggeto di storia, Edizioni Borla, Roma 1978.

10 Cf. M. Vidal, El judío Jesús y el Shabbat, Ediciones Grafite, Baracaldo 1998. 42-51.

11 Cf. H. Balz – G. Schneider, o. c. II, Ediciones Sígueme, Salamanca 2002. 761.

12 Cf. San Ambrosio, Exposición sobre el Evangelio de Lucas, citado en TH. C. Oden (Ed.), La Biblia Comentada por los Padres de la Iglesia, Nuevo Testamento 3, Evangelio según San Lucas, Ciudad Nueva, Madrid 2006. 151-152.

13 Cf. H. Balz – G. SChneider, o. c. I, Ediciones Sígueme, Salamanca 2001. 1284-1286.

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