EMPARRAR LA CEPA

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Hace ya unos años que las cepas de la vid se emparran. Se preparan unas guías para que cuando los sarmientos comienzan a crecer vayan guiándose por unos alambres que suben la cepa, la estilizan y la unifican. Y todo, para que la planta dé más fruto y sea más fácil la cosecha.

Hace ya unos años, que comprendemos las parábolas de Jesús como una guía para levantar nuestra mirada del suelo y hacernos crecer para dar más fruto. En la que hoy se nos ofrece Jesús se define a sí mismo como una cepa y sitúa a los suyos como sarmientos. ¿Te consideras uno de ellos?

Aunque el agricultor dirija el crecimiento del sarmiento, cada uno es distinto: adquiere su forma y tiene su capacidad. Los que se consideran de Cristo han de ser conscientes de esta realidad: que son la parte de la planta que media entre el tronco y el fruto. Y han de reconocer que su producción depende del grado de unión con la cepa: “El que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante”.

El que sepamos estas cosas nos da cierto respiro a los que nos consideramos “sarmientos”. Sólo una parte de la producción depende de nosotros; pero es importantísima. Dejar pasar -a través nuestro- la savia y no quedárnosla para nuestra propia satisfacción, interés o bienestar… es lo más peliagudo. La entrega de la propia vida -de la que Jesús es modelo-, supone renunciar al propio bien e interés para que predomine el de Dios. Y así, dejándonos atravesar, demos frutos de buenas obras. Obras destinadas a llenar de misericordia el mundo: a pesar y a través nuestro.

Lo contrario nos sitúa en una dinámica de exigencia. Nos lleva a creer que las fuerzas brotan de nosotros y los frutos son el pago por nuestros trabajos. Las obras -que destila tal concepción- son consideradas de nuestra propiedad y por eso acabamos defendiéndolas con normas, ironías y centenarios. Querer ser planta siendo sarmiento nos lleva a robar a Dios su gloria.

Los frutos de su vida siguen llegándonos a nosotros hasta hoy porque se entregó hasta la última gota de sangre, sin medida. Y, de la misma manera, el sarmiento producirá una cantidad de fruto, en lugares y fechas, que le reconocerán como sarmiento, parte de la planta, discípulo.

Por eso,…

Si en tu vida no hay fruto, ¡únete a Cristo! Si a estas alturas te sientes desorientado, ¡únete a Cristo! Si ves que tus jóvenes no siguen tus pasos, ¡únete a Cristo! Si los demás no aprecian tu entrega, ¡únete a Cristo! Si no ves futuro a tu Congregación, ¡únete a Cristo! Si sospechas muchas taras en la Iglesia, ¡únete a Cristo! Déjate estirar y guiar. Contribuirás a una cosecha abundante, que tú no verás, pero que transformará la historia: tú historia.