EL TESTIMONIO DE SIMEÓN Y DE ANA

0
1808

Entramos hoy en el misterio de la Navi­dad a través del testimonio de dos laicos que se dejaron llevar por el Espíritu. Pedimos al Espíritu que descienda sobre nosotros. ¡Abrámonos a su presencia! Entremos también nosotros en el templo. Tratemos de intuir cómo nuestro Dios se nos revela. Detengámonos ante los símbolos que expresa su visita. Mostremos de alguna manera nuestra acogida y bendición.

El Mesías visita el Templo, pero ¿quién lo recibe?

Ninguna de las autoridades del templo se acerca a saludar a la familia de José. Se muestran absolutamente insensibles y ajenos a lo que está sucediendo en el Templo de Jerusalén.

Acaba de entrar “el resplandor de la Gloria de Dios, la impronta de su Ser” (Hb 1,1), aparece la Palabra de Dios en el Santuario, y ninguna autoridad religiosa lo advierte.

Sin embargo, un laico –que movido por el Espíritu fue al templo– y una ancianita que pasa toda su vida sirviendo, orando, ayunando, sí reconocen lo que está aconteciendo. Ambos profetizan y anuncian que ha llegado el Mesías, la luz de las naciones (Lumen Gentium), el liberador de Jerusalén y de Israel.

Jerarcas “sin Espíritu”

Quienes somos representantes oficiales de la religión, sea en línea ministerial o carismática, debe­mos estar muy atentos, porque puede llegar la Gracia, ac­tuar el Espíritu Santo, y no estar en condiciones de discer­nirlo.

Podemos oponernos a Dios allí mismo donde cree­mos estar sirviéndolo. La teología, la liturgia, la pastoral, el derecho canónico, la misma espiritualidad, pueden convertirse en un muro que nos impida conectar con el Dios de la teología, la liturgia etc.

Las navidades acontecen. Y sólo las personas movidas por el Espíritu lo perciben.

Intentemos hoy descubrir un paso de Dios por nuestra vida. Quizá allí donde menos lo esperamos Dios nos está visi­tando. Es importante en nuestra vida discernir los mo­mentos en que Dios se nos aproxima y nos toca. No sea­mos como los despistados sacerdotes del templo.

Plegaria

Dios nuestro, una vez más nos enseñas que te revelas a los pequeños, a los humildes y sencillos. Concédenos vivir permanentemente en esa actitud, acoger las mociones de tu Espíritu, para que no dejemos pasar en vano tu Gracia.