martes, 16 abril, 2024

EL MISTERIOSO CAMINO DE EMAÚS… Y LA EXTRAÑA PRESENCIA DE JESÚS EN NUESTRA CASA

Hagamos nuestra -en este cuarto día de la celebración de la Pascua, 15 de abril de 2020- , la experiencia de los dos discípulos de Emaús: el camino, las dudas, la revelación, el encuentro, la recuperación vocacional de la misión. Nos impresionan las Iglesia vacías, las celebraciones sin fieles, las Eucaristías televisadas o radiadas, o transmitidas en streaming. Como si Jesús resucitado quedara atrapado en la estructura y no llegara a nosotros. Pero, ¿qué ocurre si, como los discípulos de Emaús, le suplicamos ¡Quédate con nosotros, que llega la noche!? ¿No vendrá Jesús a nuestra casa y se quedará? Quizá ahora, más que nunca, nuestras comidas y cenas -todos juntos- sean muchos más eucarísticas de lo que nos suponemos. Nada es imposible para Dios. Que el Espíritu Santo nos acompañe e inspire para comprender el Mensaje de este día..

Un camino Eucarístico: el inicio penitencial

El relato de Emaús nos presenta una auténtica Eucaristía itinerante, cuya primera parte era como un rito penitencial:

No era inocente el camino que los dos discípulos (tal vez un discípulo y una discípula) habían emprendido: no lo era, porque en lugar de ser un camino de misión -como correspondía a dos discípulos de Jesús-, era un camino de di-misión: habían abandonado la Comunidad, se alejaban de Jerusalén, volvían “a su casa”, a sus trabajos y faenas.

En la conversación que durante el camino mantenían, muestran su perplejidad, sus dudas, sus puntos diferentes de interpretar las cosas, su desacuerdo:¡discutían!

Había pasado muy poco tiempo después de lo que había sucedido en Jerusalén. Pero se les acabó la paciencia. ¡No estaban dispuestos a esperar! Desesperados, ante la falta de señales, decidieron “abandonar” el seguimiento de Jesús…. y, tal vez, temerosos, evitar una posible persecución por parte de las autoridades.

“Mientras conversaban y discutían, Jesús mismo se les acercó y se puso a caminar a su lado”. Jesús resucitado se muestra interesado por las conversaciones y discusiones de sus discípulos y discípulas. le interesan nuestras conversaciones y nuestras discusiones impacientes ante los acontecimientos. Él mismo entra en la conversación. Y de hecho, su Palabra era capaz de reconducirla.

La tristeza era el resultado: las discusiones nos entristecen, nos ciegan, nos distancian. ¡Jesús quiere estar en medio de las discusiones! “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo, en medio! La tristeza nunca se transformará en gozo, si excluimos al “tercer caminante” de la conversación.

En ese momento, acontece que los dos discípulos reconocen ante su misterioso acompañante un hecho extraño, que les había sucedido: ¡unas mujeres nos han sobresaltado! Y da la impresión de que ahora sí, se cuestionan si no sería verdad su testimonio.

El misterioso e irreconocible compañero de camino les reprocha su falta de conocimiento y de fe en las profecías, su desconocimiento de las Escrituras.

¿No debería ser algo así, lo que ocurriera en la liturgia penitencial de cada Eucaristía?

La liturgia itinerante de la Palabra

Continúa el relato con una sorprendente liturgia itinerante de la Palabra:

El misterioso Caminante les habla. Les ofrece unas claves nuevas para interpretar lo que ha ocurrido en Jerusalén. No hace de los textos de la Escritura un alarde de su saber bíblico. No les da una clase. Simplemente vuelve “contemporánea” la Palabra de otros tiempos y con ella ilumina lo que está sucediendo. De ahí surge, una nueva visión..

El intérprete y actualizado de la Palabra se convierte entonces en un terapeuta: es capaz de enardecer con su palabras los corazones fríos y escépticos, poner de acuerdo a los que estaban en desacuerdo, enternecer a quienes se les había endurecido el corazón.

¿Quién iba a decir, que en el Antiguo Testamento estaba la clave para interpretar los acontecimientos de la vida de Jesús? El Antiguo Testamento es el Gran Ángel que revela todo lo que ha sucedido en Jerusalén. Sin el Antiguo Testamento, sin los Profetas… es imposible comprender el gran proyecto del Dios Abbá en Jesús.

¿No deberíamos prestar más atención a las tres lectura y al salmo interleccional en cada Eucaristía, y también en las homilías?

La liturgia eucarística en la casa

Da la impresión de que al Misterioso Caminante le bastaba el haberlos acompañado durante un trecho del camino, y, por eso, se disponía a seguir ya él sólo su camino. Pero los dos discípulos sienten un extraño ardor en su interior. Y le suplican: ¡Quédate con nosotros, que la tarde está cayendo! Ésta va a ser la Eucaristía de la hospitalidad. ¡No por obligación! Los discípulos están hambrientos de algo más:

Ya en casa, en aquel atardecer, recibieron el regalo supremo, como respuesta a su insistente hospitalidad: “lo reconocieron al partir el pan”.

¡Qué fantástico descubrimiento! Jesús había realizado ese gesto… quizá tantas veces… en tan diferentes ocasiones, que era imposible no reconocerlo. Habría que imaginarse la impresión tan enorme, después de la decepción; el descubrimiento después de la pérdida. No somos nosotros los que creemos… hay Alguien misterioso que nos hace creer.

Él desapareció, pero en ellos resonó muy fuerte el “ite, missa est”. El corazón, ya de fuego, les pedía ir a Jerusalén, volver al grupo comunitario e iniciar desde allá la misión de los testigos de la Resurrección.

¿Somos conscientes de Quien nos acompaña en el Camino?

Jesús decía que no se iba a perder ninguna de las personas que el Abbá le había confiado. Y los dos discípulos díscolos de Emaús habían emprendido un camino de perdición: el opuesto a la misión. Eso nos puede ocurrir a nosotros también hoy, en el siglo XXI.

El Buen Pastor, sin embargo, no lo va a permitir. Él vendrá –¡Dios sabe cómo!- a nuestro encuentro y nos ofrecerá las claves para entender, para sanarnos, para re-encontrarnos de nuevo en la Eucaristía y relanzarnos a la misión. Lo único que necesitamos es acoger la Gracia y pedirle a la Gracia que no nos abandone.

La celebración diaria o dominical es una magnífica oportunidad y gracia para sentir al Señor Resucitado caminando junto a nosotros: descubriendo nuestras faltas e incredulidades, explicándonos las Escrituras y descifrándolas ante nosotros, dándonos su cuerpo y sangre.  Esto acontece uno y otro día. El Buen Pastor nunca nos abandonará.

¡Todo acontecimiento eucarístico -vivido con fe- nos hace resucitar! El pan de la Palabra y el Pan del Cuerpo y el Vino de la sangre nos hacen revivir. Jesús no está lejos de nosotros. “Estaré con vosotros, todos los días, hasta el final del mundo”.

Plegaria

Jesús Resucitado, Señor mío y nuestro, que ahora puedes buscarme cuando me pierdo, sé mi cuidador, sé el terapeuta de mi corazón tantas veces endurecido y escéptico; que tu Palabra ilumine mis pasos y todo lo que me acontece; que tu Cuerpo y Sangre me hagan entrar en una maravillosa comunión contigo, que me permita renacer y entregarme como Tú, mi Señor.

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