EL MISTERIO DE LA INTUICIÓN DE ZAQUEO (Lc 19,1-10)

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Me llamó la atención estos días una pregunta llena de certezas experiencienciales de un monje sabio que dijo: ¿Qué es la Belleza del Resucitado sino la Belleza de una compañía más fuerte que el pecado y que la muerte?” Y realmente esta fue la Belleza que Jesús fue sembrando por donde iba pasando, como un anuncio anticipado de su “estaré con vosotros todos los días”, ofrecido a todos sin distinción. Sí, esta es la Belleza que ofreció a Zaqueo aquel día memorable y es la que se nos ofrece hoy a nosotros.

En este domingo Jesús atraviesa la ciudad de Jericó, como quien entra en la vida de una ciudad buscando lo perdido, intentando que nadie se quede fuera de su compañía transformadora. Del mismo modo atraviesa nuestras vidas para conquistarlas y conducirlas hacia Dios. Viene a nosotros a destruir todas nuestras murallas de defensas y justificaciones, que nos dejan instalados en la frialdad e indiferentes al sufrimiento de los hermanos. Viene al encuentro de todos los Zaqueos, altos funcionarios pero bajos de estatura, para sacarlos del “no dar la talla” en la acogida y la misericordia.

En nuestro Jericó cotidiano, todo se repite monótonamente, aun cuando vaya camuflado bajo distintos disfraces y máscaras cambiantes. La inercia hace que nuestra capacidad de asombro quede bloqueada. A Zaqueo le ocurría lo mismo, buscó la vida en las ganancias y quedó defraudado. Lo que creció en su nivel de éxito y dinero, lo menguó en su relación con Dios y su ser del pueblo elegido. Pero, en medio de su idolatría busca y trata de ver quién es Jesús, ese que acaba de llegar a la ciudad.

Zaqueo intuye que la vida que busca está en manos del que está atravesando la ciudad y sale a su encuentro. Ha oído hablar del Maestro de Nazaret que enseña, cura y devuelve la vida a los muertos. ¿Quién será este Rabí? La fuerza de la intuición le hace correr, abrirse paso entre el gentío y subir al árbol para verle. Aquel bendito sicómoro le elevó hasta los ojos de Jesús, unos ojos diferentes a los de todas las miradas descalificadoras que le rodeaban. Los ojos de Zaqueo sólo miraban las ganancias, pero Jesús busca la amistad con Zaqueo y le mira de cerca. Zaqueo tiene hambre de encontrar a Alguien que le enseñe a saborear la vida, ya que se le ha quedado insípida y oscura. No es una simple curiosidad la de Zaqueo, su intuición sobre Jesús es todo un grito de socorro que le sale del alma y le hace vencer obstáculos. Entonces escucha la frase que le mostró una compañía más fuerte que el pecado y que la muerte:

 “Zaqueo, baja enseguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa” (Lc 19, 5)

Es fuerte este adverbio “enseguida” (speudó) en la Escritura, expresa un apresurarse del que anhela algo intensamente. Zaqueo corre a subirse al sicómoro, y después se dio prisa en bajar, ningún obstáculo frena al que busca de verdad algo que plenifique el corazón y la vida.

Zaqueo eres tú y soy yo, no estamos lejos de sus idolatrías, empezando por nuestro propio ego. Y la Buena Noticia es que hoy Jesús nos dice: “Conviene que hoy me quede en tu casa”, está en los planes de Dios que hoy permanezca contigo en amistad incondicional.

Jesús está llamando a la puerta del corazón de Zaqueo, y en él está llamando a las puertas todos nosotros para culminar su obra en nosotros. Dios está donde se le deja entrar, permitámosle entrar en nuestra casa. ¿Qué más podemos desear? Zaqueo era publicano; Jesús no aprueba su forma de vivir, pero conoce los resquicios de su vida por donde puede entrar, la insatisfacción y el vacío, y los utiliza para alojarse en su casa. Cuando Jesús propone a Zaqueo que baje del árbol, porque quiere estar con él, le está despertando a la Vida. Es como si dijera: ¡No busques en el vacío, yo traigo la Vida de Dios para ti! Y hoy nos clama a nosotros: ¡Despertad, Zaqueos todos del mundo!, quiero hablaros para daros descanso, para consolaros, para ungiros y sanaros. ¡Despertad, Dios está con vosotros! ¡Despierta, y sacúdete el polvo de las frustraciones, de tus humillaciones mal vividas, de tus desprecios no aceptados! ¡Yo, tu Dios, quiero de verdad hospedarme en tu casa!

Cuando un hombre se deja iluminar por la Luz de Dios, descubre que la mirada que Dios proyecta -sobre su vida y su historia- es completamente distinta de todas las perspectivas humanas, que aparentemente son más consistentes, pero que no tienen el sello de lo Eterno. Lo que para el hombre es fracaso, para Dios es victoria sobre la soberbia de la vida, tan enraizada en todos. El tiempo se encarga de vaciar estos sueños de éxitos. Por el contrario, el proyecto que nace del Eterno permanece para siempre, porque eterno es quien lo realiza en la debilidad humana. Eterno empezó a ser Zaqueo desde el momento en que el Hijo de Dios  puso los pies en su casa. Y para esta eternidad hemos sido creados.

Necesitamos actualizar esta visita de Jesús a Zaqueo en nuestras vidas. Salir de la mediocridad de nuestros esquemas. Mirar el vacío de nuestros propios planes y nuestros caminos, que no son los de Dios. Y sentir la atracción por la Vida que Jesús nos propone en su Palabra, y con su Presencia, aunque esta conlleve despojo de todo lo viejo.

Vemos a Zaqueo en pie, “cara a cara” con la Luz de la misericordia. Es entonces cuando rompe a hablar, y es sorprendente lo que dice, volvamos a escucharlo: “Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo” (cf. Lc 19,8). Zaqueo no está asustado ante Jesús, ni se esconde como Adán en el paraíso. ¿Qué vio en el rostro de Jesús? Con seguridad podemos decir que ante la contemplación de Alguien que no le juzga, que no le echa reproches, que no lleva cuentas de su mal, que no le desprecia etiquetándolo como una cosa, las tinieblas de su corazón se rindieron, y le movieron a dar un paso más allá que el simple recibir a Jesús en su casa.

Se nos puede ir el tiempo de nuestra existencia en recibir la visita de Jesús, sin que nada cambie en nosotros. Aprendamos de Zaqueo, este publicano tan amado por Jesús, que se dejó cambiar la vida.