Dime, Madre

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“Nos ha nacido el Señor; y es su nombre: Admirable, Dios, Príncipe de la paz, Padre perpetuo”.

Es una extraña Navidad.

Hubo un tiempo en que el mar arrojaba a la playa montañas de algas. Luego aprendió a arrojar montañas de plásticos. Ahora lleva un tiempo devolviendo cadáveres de emigrantes pobres.

La de 2021 ha sido una Navidad con un belén de cadáveres en las playas.

Éste ha sido un año más con multitud de cadáveres en los caminos de los emigrantes pobres.

De ahí que las palabras de mi confesión de fe amenacen con caerse vacías sobre un belén de esperanzas rotas.

Dime, Madre, dónde guardarás la sangre de tu niño, la sangre con que escribimos el nombre de Jesús, si no es en un abrazo, en una caricia, que le ayude a cicatrizar el miedo antes que las heridas del cuerpo.

Dime dónde esconderás tus lágrimas si no es en un pañuelo de esperanzas ciertas, que se agarran con fuerza a tus entrañas.

Tú sabes de abrazos y de esperanza.

A nosotros, Madre, no nos han dejado nada que abrazar, nada que esperar…

La playa nos devuelve cadáveres si es que los devuelve. Y la fe repite palabras que, dejadas a la intemperie, parecen haber perdido su definición: “Admirable, Dios, Príncipe de la paz, Padre perpetuo”.

Dime, Madre, cómo se mantiene la fe cuando el belén se nos ha mudado en calvario, cuando una horrenda marea nos devuelve hijos muertos, cuando la noche sólo trae amargura, soledad, oscuridad.

Dime cómo se cree.

Y tú me invitaste a hacer contigo la confesión de fe. Mira mi belén –dijiste-: verás a un niño, pero tu fe confiesa que ves al “Admirable”; lo verás envuelto en pañales, pero tu fe confiesa que ves a Dios; lo verás recostado en un pesebre, mientras tu fe confiesa que ve al Príncipe de la paz; lo verás mendigo de calor y de ternura, mientras tu fe confiesa que ve al Padre perpetuo.

Después mira mi calvario: verás a mi hijo muerto en su playa, en su abismo, en su noche, en su infierno, mientras la fe confiesa que está viendo a su Señor, a aquel cuyo nombre es: “Admirable, Dios, Príncipe de la paz, Padre perpetuo”.

Ahora, Iglesia cuerpo de Cristo, mira esa playa de hijos varados en la arena, tu belén y tu calvario, y tus ojos verán que, también sobre tus muertos, brilla la gloria que iluminó el cuerpo martirizado de Cristo Jesús.

Y con ellos, sobre todo con ellos, con tus hijos ausentes, con tus hijos muertos, canta de nuevo tu confesión de fe, pues sólo con ellos, con los últimos entre los últimos, las palabras recobran entera su definición: “Nos ha nacido el Señor; y es su nombre: Admirable, Dios, Príncipe de la paz, Padre perpetuo”.

Es verdad: “Nos ha nacido el Señor”. Feliz Navidad.