Los carismas prolongan en la historia la función de los profetas bíblicos. Son dones para el bien común, que tienen la capacidad de recordar el valor de la gratuidad, de la justicia, de la verdad. Los fundadores y fundadoras de Institutos religiosos suelen ser personas muy creativas e innovadoras, que ponen en marcha instituciones para dar forma al carisma y servir la misión recibida. Así, con el paso del tiempo, poco a poco, se generan estructuras con esa finalidad, y nacen obras y organizaciones robustas, frecuentemente ágiles y eficientes.
Los problemas vienen cuando esas mismas instituciones que nacieron del carisma para mantenerlo vivo y estar a su servicio, acaban por convertirse en la finalidad última del movimiento carismático: “El carisma permanece, es fuerte, la obra pasa. A veces se confunde Instituto y obra. El Instituto es creativo, busca siempre caminos nuevos” (Papa Francisco a la USG, nov. 2013).
Llega un momento en que se confunde el núcleo de la inspiración original con la forma organizativa e histórica que ha asumido, y no se comprende que la salvación de esa inspiración original consiste en cambiar las formas para permanecer fieles a los orígenes. Aunque pueda parecer una contradicción, hace falta una gran creatividad para ser fieles a quienes nos precedieron; es la “fidelidad creativa” de la que habla Vita Consecrata (37).
En esa misma línea, me resulta muy sugerente la expresión “destrucción creadora”, acuñada por el economista Joseph Schumpeter. Creo que hay que tener la valentía de repensar, renovar e incluso desmantelar las formas organizativas que hemos creado, para gozar de la libertad de ponerse en camino hacia nuevas tierras. De lo contrario, pudiera ocurrir que la fuerza profética del carisma se vaya atenuando, hasta llegar a sufrir una “mutación genética”.
Conscientes de que “normalmente son las minorías creativas las que determinan el futuro” (Benedicto XVI, 2009), necesitamos un florecimiento de personas y de comunidades que, con gran creatividad, creen las condiciones necesarias para revivir el milagro de los orígenes de cada Instituto. Tendremos que poner a las personas más creativas en las periferias, que es el lugar más adecuado para renacer, en lugar de tenerlas ocupadas en mantener las estructuras de siempre, y concentradas hacia el interno de nuestras organizaciones.
Vida Religiosa, noviembre 2017