Actualmente, vivo en Ende, una población de la isla de Flores en Indonesia, donde la Iglesia católica, se extendió con la colonización portuguesa; el mismo San Francisco Javier visitó las Molucas en 1546 y, más tarde, en 1562 los dominicos llevaron el Evangelio a las islas de Timor y Flores. Pero el impulso misionero no se dará hasta el siglo XIX; y, aunque en 1863 los responsables de las misiones de Flores eran los jesuitas, finalmente, la expansión y la creación de nuevas diócesis, hizo que la provincia de Nusa Tenggara Oriental fuera confiada a los Misioneros del Verbo Divino. Los misioneros europeos se incorporaron a las comunidades en las que vivían como unos miembros más y aprendieron su lengua, no solo para evangelizar, sino para compartir con ellos sus alegría y sufrimientos.
Indonesia es un país cuya religión mayoritaria es el islam, aunque puede afirmarse que convive con otras religiones y tradiciones religiosas en un clima de más o menos tolerancia y respeto.
En la isla de Flores, la vida religiosa se ha visto enriquecida en las últimas décadas (desde la segunda mitad del siglo XX) con la llegada de congregaciones misioneras que han querido responder a las llamadas sucesivas del Papa de Roma, en primer lugar, para cumplir el mandato de Jesús de dar a conocer el Evangelio en todo el mundo, no para convertir a nadie, sino para servir entre su gente, para colaborar con ellos y mejorar su situación allí donde las autoridades públicas no alcanzan, o simplemente ni conocen; y en segundo lugar, porque Flores sigue siendo hoy tierra de vocaciones a la vida religiosa y al sacerdocio. Actualmente, los seminarios con el mayor número de seminaristas del mundo están situadas en dos poblaciones de esta isla: Maumere y en Ruteng.
En este marco, hoy, en Ruteng, en Maumere, en Ende… es habitual que las congregaciones religiosas dediquen esfuerzos en darse a conocer entre las jóvenes y los jóvenes a través de la promoción vocacional. Por medio de estas campañas vocacionales muchas congregaciones han ido salvando la crisis de vocaciones en occidente, pero en el fondo lo que han dado y están dando a muchos jóvenes son oportunidades para formarse (personal, profesional y espiritualmente) y cuidar la semilla de la fe para que crezca y dé su fruto. El tiempo de la formación y el discernimiento ya se ocupará de purificar intenciones para que la llamada se convierta en opción de vida fiel y para siempre. La mies es mucha y los trabajadores pocos…
¿De dónde viene esta cultura vocacional? A algunos les recordará las misiones populares que se hicieron en otros tiempos en muchos territorios. Podemos preguntarnos qué ha pasado en occidente y enumerar algunas causas, pero lo cierto es que en un país donde la religión se desarrolla en el ámbito público y oficial –en el DNI de Indonesia se especifica la religión que se profesa–, la cultura vocacional ocupa un lugar, y la vida religiosa es respetada como opción de vida; se podría decir que se sienten orgullosos ser católicos (o budistas, o musulmanes…).
Entender la vida como vocación o respuesta a una llamada es descubrir esa intuición interior y personal que va ocupando el corazón de la persona y va haciéndose eco de la llamada, va tomando forma, y paso a paso va dibujando el camino a seguir. Es una llamada única a la que cada uno debe responder con honradez y valentía, una llamada que se descubre a través de pequeñas opciones que se van haciendo, en la familia, con los amigos o los intereses… El momento de la decisión puede ser más o menos lúcido, pero hay que fiarse de esa llamada, esa voz, interior que se repite e intensifica. La vocación de dar la vida y darse es para todos, el modo de responder es personal.
La cultura vocacional acoge la vida religiosa como una opción y llamada posible, junto a otras. Se trata de una cultura en la que se permite la expresión y presencia religiosa en la sociedad, en la que se valora y se reconoce la entrega de la vida a Dios. En Indonesia, la religión es un modo de socializarse, de encuentro humano y espiritual con los demás; para los católicos, la fe identifica la familia, su tradición y sus costumbres, y, de alguna manera, también señala el tiempo, las fiestas y las celebraciones.
La libertad religiosa de nuestras sociedades democráticas occidentales ha excluido la religión del ámbito de la vida social, afirmando que cada uno es libre de creer o no creer, que se trata de algo privado. Pero es libre quien conoce las opciones y puede escoger. Siguiendo al P. Cencini, Donde Dios nos quiere, la cultura vocacional exige un conocimiento acogido e, incluso, convertido en tradición y transmisión. Estamos llamados a despertar vocaciones generosas con la propia vida y solidarias con los demás, cristianos comprometidos en su trabajo y en su familia y fieles en la vida religiosa. Las opciones que hoy se ofrecen a los jóvenes no pueden reducirse al ámbito académico y profesional; la vocación hace referencia al Otro que llama y al yo que responde para ser lo que cada uno está llamado a ser e ir donde Dios nos quiere.
A través de experiencias personales y comunitarias, la vida religiosa está llamada a provocar procesos que muevan a los jóvenes a entregar su vida a través de una respuesta libre y responsable a la llamada recibida. Que los jóvenes dejen que su corazón palpite, se mueva y se manifieste… y se dejen guiar por ese movimiento interior que les hace felices de verdad, y no solo apariencia superficial y temporal. Es verdad que la familia juega un papel fundamental y que el mundo moderno no ayuda, no da espacio y más bien ha eliminado todo signo religioso. La cultura vocacional conoce y ama a Dios y habla de Dios, al tiempo que crea la sensibilidad para entender la vida como llamada y respuesta a un proyecto personal que Dios confía y va revelando a través de su amor. Los jóvenes necesitan modelos, ejemplos de hombres y mujeres que se entregan a Dios en la cotidianeidad, en el servicio y en la oración.
En la región de Ruteng, en las campañas de promoción vocacional nos encontramos con jóvenes que escuchan y acogen a las religiosas y religiosos con naturalidad, con cierta curiosidad y mucha admiración. Ciertamente, no es lo habitual en muchas sociedades y en muchos lugares de misión, pero en Indonesia donde la fe católica es minoritaria, la Iglesia se mantiene viva y dinámica porque los fieles se sienten amados por el Padre y responden con gratitud al don de la fe recibido, dando su vida, o la de sus hijos a Dios.
Dios se vale de infinitos medios para tocar el corazón de la persona; nosotros somos sus instrumentos, la gracia es de Dios. ¿Quizás se despiertan vocaciones que Dios ha ido sembrando? También la vocación religiosa necesita una dimensión pública, o social que le permita ser conocida, como otras opciones posibles. ¿Por qué permitimos la exclusión? Creo que hay que estar, hay que presentarse, hay que darse a conocer, compartir más nuestra vida con los demás, no por proselitismo, sino porque somos parte de la sociedad, convencidos de que podemos ayudar a Dios en su plan de hacer nuestro mundo mejor, al lado de todos los demás grupos y entidades que también quieren y luchan por un mundo mejor. Lo humano nos une a todos; y la fe nos convierte en sembradores de esperanza.