Me gusta cada mañana, en Laudes, cuando apenas estamos nosotras «encendidas», en el letargo todavía sereno de la noche, ver cómo las velas de nuestro pequeño oratorio, en un barrio cualquiera de Madrid, se van dejando encender una a una, llenando de claridad toda la habitación. A veces alguna tiene la mecha tan pequeña que ni se puede encender, otras aguantan un ratito, pero ¡plof!, en mitad del segundo salmo, se apagan. Pero las hay que ceden a la luz y permanecen encendidas. Como si algo tan pequeño desafiara tercamente a las tinieblas y triunfara cada mañana. El espanto nocturno, los miedos, las preocupaciones quedan aparcadas, puesto que se nos concede un día más de luz, de vida… religiosa.
¿Dejarse apagar o dejarse encender…? A veces, el contraste entre nuestros sueños sobre la vida religiosa: Grupos numerosos, significatividad social, misiones apostólicas creativas y actualizadas… etc., y la realidad pueden, irnos apagando por dentro. Sin embargo, la realidad que vivimos es la que es y en ella Dios está, invitándonos a seguirle. Como dijo bellamente Leonard Cohen: «Hay una grieta en todas las cosas, ahí es por donde entra la luz». Quizás a través de la grieta de la vida religiosa, es por donde va a ir abriéndose paso la Luz de Dios, acompañándonos a transitar una etapa que sin duda está preparando otra que solo Él conoce. ¡Feliz día de la vida consagrada!