¿DE QUÉ LADO ESTÁ TU CORAZÓN?

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(José Tolentino de Mendonça).Hay un inquietante dicho rabínico que afirma: “El hombre insensato tiene el corazón colocado a su lado izquierdo, mientras que el sabio lo conserva en el lado derecho”. Parece que estamos entrando en un arbolado rompecabezas, ¿verdad? porque, obviamente, tenemos todos el corazón en el lado izquierdo. ¿Qué significa entonces la máxima hebrea? ¿Pretenderá afirmar que estamos condenados a la condición de estúpidos y que entre los hijos del hombre no hay uno que sea sabio, uno solo siquiera? Pero un nihilismo tan radical no es la forma de proceder de la sabiduría rabínica (y de la sabiduría en general). Allí, en vez del nihilismo se prefiere una ironía que sirva de impulso, y en vez de la resignación se propone la pedagogía de un camino siempre a tiempo de ser redescubierto. Con todo, más que fomentar contorsiones cardiológicas, la solución del proverbio es, después de todo, enjuta, desconcertante y simple. Nuestro corazón está inevitablemente a la izquierda, claro, pero el corazón de nuestros semejantes golpea a nuestro lado derecho. Insensato es aquel que oye solo su corazón, alejado o incrédulo de lo que pulsa en el pecho de los demás. Sabio es aquel que hace del corazón de los demás su propio corazón.

En la época moderna, debemos a Pascal la profundización en el lugar del corazón. Se establece una distinción entre “razón demostrativa” y “comprensión intuitiva”, entre “espíritu de geometría” y “espíritu de delicadeza”. La comprensión intuitiva es aquella típica del corazón, colocado como núcleo vital de lo que somos, pues él es superior a la razón en la capacidad de cosechar e interpretar el avasallador enigma que es existir. Por eso, Blaise Pascal acuñará la máxima: “el corazón tiene razones que la razón desconoce”. El espíritu de finura se funda en el corazón. Su mirada es aquella que sonda no con los ojos de la carne, sino con los ojos del alma y del corazón. Por eso, es capaz de ver sin necesidad de mirar; es capaz de intuir, de presentir, de evaluar su objeto en un solo vistazo, pero de un modo empático e integral. Y lo realiza sin pasar por el raciocinio discursivo. Así, no es extraño que Pascal describa también el corazón como el órgano de la fe, que el filósofo explica con esta fórmula: la fe ocurre cuando Dios se vuelve sensible al corazón, aunque no necesariamente a la razón.