De la «superficialidad orante» a una vida de oración

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La historia es una obra maestra del telar de los siglos, cuyos hilos y contrahilos forman una “estructura de conjunto”, gracias a la cual el tejido resulta completo y armonioso. Pero los seres humanos, cegados por su individualismo, tiran de su propio hilo, como si no necesitaran de los otros hilos hermanos y de los contrahilos para ir tejiendo la existencia humana bien entramada. Sin embargo, toda la creación de Dios es un vestido sin costuras (LS 9), en el que todos nos necesitamos, hasta el último grano de polvo del planeta.

Alguien me dijo hace mucho tiempo: “Abre pasmosamente tus ojos a lo que veas, y deja que se te llene de savia y frescura el cuenco de las manos [con los que vas a escribir], para que los otros puedan tocar ese milagro de la vida palpitante cuando te lean”. Son palabras del Beato Manuel Lozano Garrido, que me acompañan en el camino de la vida, y lejos de la superficialidad mundana que nos amenaza siempre, encierran una gran sabiduría.

Pero, en estos momentos que vivimos me pregunto: ¿Cómo llenarnos de savia y frescura, si el agua de la esperanza de toda la humanidad se nos escurre de las manos?

Estamos todos dentro del “nudo de la tormenta humana”, y tanto cerca como lejos, los corazones están llenos de dolor y de impotencia. El alimento de los hombres es el pan de la aflicción, y el agua amarga del desconcierto no calma la sed de los humildes.

En medio de esta realidad, hagamos “memoria agradecida” para llenarnos de savia y de frescura, lejos de toda nostalgia y lamento. La meta de la fase de preparación al Sínodo es dejar emerger las experiencias vividas. Dejemos emerger -primero en el corazón- tantas experiencias vividas que nos atestiguan que Jesús está vivo, que nos acompaña en este caminar juntos, y que también hoy nos sostiene y nos alienta.

Es más, la Buena Semilla de Jesús está plantada en el mundo. Y en un campo arrasado vuelve a aparecer la vida tozuda e invencible. No lo olvidemos, la vida resucita transformada a través de las tormentas de la historia (EG 276). Sí, el ser humano ha renacido muchas veces de lo que parecía irreversible. Todos juntos afrontaremos hay también cada una de las situaciones adversas ayudándonos unos a otros, porque la resurrección ha penetrado la trama oculta de la historia, también la trama de nuestra historia de hoy, y esta es nuestra fuerza imparable.

De las situaciones difíciles, hombre y mujeres de todas las generaciones han salido fortalecidos y crecidos por la fuerza de la oración. Es la hora de crecer en la oración, y de custodiar todos este pulmón de la Iglesia, para que el pueblo santo de Dios respire.

Pero la oración puede ser un engaño si no se arraiga en una vida sencillamente humana. La savia de la oración, que da frescura al existir cristiano, es como la savia de la flor, solidaria de la tierra que alimenta a la planta.

Rezar no significa salir de la historia, sino conectar con el corazón de los acontecimientos que vivimos. La oración no es retirarse en el rincón privado de la propia felicidad (SS 33). Es el lugar personal y comunitario de encuentro con Dios, para llenar de su luz la vida. Con la fuerza que recibimos en la oración podemos caminar hasta el hermano, en dirección al amor cristiano, que se sostiene en cuatro columnas: todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. Así entramos en un camino en el que la luz de Dios va llenando nuestras palabras y nuestros silencios, nuestros servicios y nuestros descansos, hasta que la vida entera se mueva por Dios, y en Dios, hacia el hermano. Soy testigo de que esto se da si perseveramos en la oración.

Nuestra vida, alimentada por la oración sencilla, se solidariza con las responsabilidades de todos los hombres y sus luchas, o termina siendo la vida de un aficionado que se estanca en la superficie de las cosas. La oración cristiana no es espiritualismo, es el lugar que nos hace capaces de Dios y de los prójimos.

¿Cómo pasar de la “superficialidad orante” a una vida de oración?

La Biblia es el hilo conductor de este proceso existencial. Pero no hay que contentarse con leer sus textos como los de otros libros. Es necesario prepararse para interrogarla. No basta con reflexionar sobre Dios, apoyándonos en nuestras propias fuerzas, hay que preguntar por Dios y buscarle.

Iremos viendo algunos orantes que hicieron de sus vidas un “caminar juntos” en diálogo con Dios y la realidad que pisaban.