jueves, 25 abril, 2024

Creer como alternativa

Richard Swinburne, en las primeras páginas de su libro “Fe y Razón” (editado por San Esteban y traducido por Sixto Castro), afirma que “la creencia es relativa a alternativas”. Y añade: “la alternativa normal con la que se compara una creencia es su negación”. En efecto, tanto en el plano antropológico como en el teológico, hay un aspecto de alternativa en el creer. Creer que el equipo de mi ciudad ganará la liga de fútbol es creer que otros no la ganarán. Y creer que existe un Dios es lo contrario de creer que no hay Dios.

Así se comprende que, en el momento de recibir el bautismo, sello y signo de la fe cristiana, el catecúmeno, antes de la triple afirmación: “Creo en Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo”, debe realizar un triple negación: “Renuncio a Satanás, a todas sus obras y a todas sus seducciones”. Volverse hacia Dios es darle la espalda a Satanás; creer en el Dios de Jesús es no creer en otros dioses. Creer en Dios implica que hay una serie de realidades incompatibles con esa fe. El creyente se encuentra ante una alternativa: “o bien una cosa, o bien otra”, pero es imposible quedarse con las dos. De hecho, cuando uno pretende quedarse con las dos, en realidad solo se está quedando con una, con la alternativa contraria a la fe. Desde este punto de vista se comprende la radicalidad de la fe cristiana.

Ahora bien, la alternativa no explica el todo de la fe. Creer que el equipo de mi ciudad ganará la liga, no excluye que crea que otros equipos tienen alguna probabilidad de ganarla. La alternativa no es una evidencia. Creer en algo o en alguien es estar convencido de que las otras probabilidades son menos firmes que aquella en la que se cree. Pero no necesariamente falsas. Por eso el radicalismo de la fe no puede traducirse en fanatismo. Ser consciente de la “alternativa” no significa encontrarse con la evidencia. Puedo creer con firmeza que aprobaré unas oposiciones, incluso que aprobaré con nota muy alta, pero la seguridad de que así suceda no es total. Puedo creer con firmeza que Dios nunca falla, pero esta seguridad no se traduce en una experiencia de triunfo. En la auténtica fe, coexisten la firme seguridad que supone el apoyarse en Dios y la debilidad de vivir este apoyo en las condiciones de lo humano. Cuando Dios se hace humano (bien en Jesús, bien en la vida de cualquiera de nosotros) se empequeñece, se abrevia, y aparece la debilidad.

Más aún, la convicción absoluta de algo, no se demuestra desde la fuerza, sino desde la tranquilidad: que dos y dos son cuatro no es más verdad porque lo proclame a gritos; incluso es más creíble si lo digo tranquilamente. Es verdad en ambos casos, pero es más creíble en el segundo. O sea, del segundo modo, tengo más posibilidades de convencer. Igualmente, la firme convicción de la existencia de Dios no resulta más creíble cuando descalifico a los que no creen en él, sino cuando busco argumentos que les hagan pensar, aunque no les lleven a la fe.

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