Hay actitudes que crean comunidad. Las hay, que la destruyen. El sueño vital reside en construir comunidades con un proyecto carismático de vida y misión. No creamos la comunidad ex novo; la hemos recibido y heredado; pero se nos ha dado para ser fieles a él recreándolo y activando sus potencialidades todavía ocultas. Se trata de una experiencia del Espíritu. Y el Espíritu es el don de Jesús resucitado. La comunidad brota de la filiación y de la koinonía en Cristo. Y más radicalmente del binomio Dios-amor y del reino de la humanización del hombre. Es la relación de alianza: “Y diré: Tú eres mi pueblo, y él dirá: Tú eres mi Dios” (Os 2,25).
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