Ya hace algunas semanas, uno de mis hermanos pequeños (pequeño sólo en la andadura del camino recorrido) me contaba a mí y a otro buen grupo de amigos, todas las cosas que había ido escuchando a su alrededor desde el momento en que se decidió comunicar a su entorno que lo dejaba todo por seguir a Jesús en la Vida Religiosa: ¡es una opción poco pensada y precipitada, le decían algunos!; un camino, intelectual y profesionalmente hablando, poco eficaz, en los tiempos que corren, les decían otros; el mundo empresarial y logístico, se va a perder contigo una gran pieza en el puzle económico en el que se intenta encajar todo lo que hoy define al hombre moderno, se atrevían a decirle los mas inquietos ante la decisión…
A ninguna de estas sentencias ha sucumbido mi hermano. Mientras nos hablaba de todo esto, constaté que ha sabido ir respondiendo, sin titubeo, a todas y cada una de las interferencias que fueron apareciendo en su firme decisión. ¿Y lo que ganará la Iglesia?, se le escapó comentar a aquellos que le daban por inútil tomando una decisión de ese calibre!.
Lo sepa él o no; sea o no del todo consciente… a este mozo le acompaña el Espíritu de Dios, como a todos!. Pero ese Espíritu ha encontrado en el surco de su alma Tierra Buena. Por eso ha sido capaz, con firmeza, de decidir algo en libertad. ¿Qué libertad? No. No la libertad de pensar que somos más personas y mejores seres humanos cuando elegimos lo que más nos gusta, para ¡autorealizarnos mejor!O que seremos más completos si elegimos aquello para lo que más capacitados estamos. No. Este joven ha elegido en aras de la libertad que nos hace más plenamente humanos y auténticamente personas completas: estar enraizados, sumergidos en Jesucristo. ¿Para qué?Para ser imitadores de Él. Esa es la auténtica libertad que nos hace verdaderamente hombres completos. Y es la única verdad que nos hace decididamente libres. Qué verdad tan honda y tan inagotable la contenida en aquella frase de San Pablo: “Todo lo considero pérdida con tal de ganar a Cristo” (Flp 3,7). Del que os hablo ya es grande de cuerpo, pero desde que tomó esta decisión yo hasta lo veo más grande, si cabe!.
¡Qué Pascua! Qué paso de Dios por nuestra vida! Y qué gozo tener hermanitos así- Sólo me sale del corazón una palabra dirigida a Dios, autor de todo esto: ¡Gracias!.