CONEXIÓN SIN OBSESIÓN

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Sucedió a principios de siglo. Llegó al atardecer. Viaje largo y muchos pensamientos acumulados. Es difícil romper con lo que te ronda en la cabeza para empezar algo nuevo y dedicarse en pleno a quienes te esperan – pensó -. La campana, testigo de tantos años y de tantos viajeros, trajo enseguida al portero. Sonrisa franca y abrazo de acogida: “le esperábamos… toda la comunidad tiene muchas ganas de escuchar sus palabras en los ejercicios”… Tras el intercambio de unas cuantas expresiones de cortesía y solicitud, nuestro viajero preguntó tímidamente: «¿ustedes tienen wifi?, tengo cierta urgencia…» Se hace un silencio intenso, acompañado de una mueca del solícito portero… Tan sólo se le ocurrió decir: «se lo comentaré al superior». Lo dejó, y por el pasillo iba pensando en la palabreja. Interiormente se decía: «es la alimentación, seguro». Al llegar ante el superior, sencillamente dice: «ha llegado el director de ejercicios… lo mismo hay que cambiar los horarios… necesita descansar y además tiene alergia… me preguntó algo sobre la carcoma que hay en los techos…»
En poco tiempo hemos cambiado mucho. Forma parte de la comunidad, Internet y sus acompañantes, de manera definitiva. Con ello, se ha producido una normalización. Lo que parecía un misterio se ha transformado en uso habitual. Tanto, que es impensable no hablar de la red, cuando nos referimos a la vida religiosa.
Urgidos por el anuncio y la transmisión, es indudable que internet nos ofrece un campo todavía no agotado. Hijos de esta era, necesitamos estar “en medio de la realidad” leyéndola y sirviéndola desde los parámetros donde la gente está. Nuestras ofertas cada vez adquieren, con más claridad y calidad, aquellos signos, colores y reclamos que socialmente se entienden. No hay duda. Hay un buen gasto de energía y creatividad al servicio de la misión desde las redes. Un larguísimo etcétera de blogs, páginas web, twitter, facebook… son testigos de cómo la vida religiosa no quiere perder el pulso social y siente la necesidad de ofrecer el pulso evangélico.
Crecen las redes y los “amigos”. Religiosos y religiosas con centenares de amigos en sus redes personales que sobrevuelan las pertenencias comunitarias. Se configuran otras vinculaciones y otros deberes. Nace otro concepto del tiempo que, curiosamente, aunque estamos hablando de conexiones instantáneas, nos roban muchas horas del día… Pudiera ocurrir que la atención a las redes, deje sin “conexión” la red que sostiene la vida comunitaria. Pudiera ocurrir…
También en un tiempo en el que la estética ha “robado” la carne a la ética, podríamos llegar a pensar que hay comunidad y misión cuando se enseña. Me sorprende la capacidad de algunos que, en el momento, nos comparten lo que dicen que celebran… otros, incluso, nos anticipan en sus redes lo que van a vivir y, otros – más osados –, se atreven a ofrecer lo que debe pasar… El culmen sería, vivir sólo para contarlo… porque ahí, en verdad, estaríamos cediendo al principio de mercado consumo que dicta que sólo ocurre lo que se retransmite.
Hay mucha vida. Y además se cuenta y recibe bien por internet. Pero, una vez más, conviene estar conectados, sin obsesionarnos por tener conexión. Es oportuno recordar que es una era que nos ofrece medios con muchas posibilidades, que no agotan a Dios. Sólo el Misterio (con mayúscula) se desvela en el contacto personal, el contagio, la fraternidad y la solidaridad… Nunca, por potentes que sean las redes, capaces los ordenadores o luminosas las páginas web estaremos al lado del hermano de comunidad, o del marginado que husmea en las basuras, porque lo colguemos en la página o el blog; en facebook o  twitter… Antes que éstas, el reino y la vida religiosa, necesitan otra red.