Con Jesús, en camino hacia la Pascua

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Cuando decimos “Pascua”, entendemos un éxodo que la fe nos permite hacer desde la esclavitud a la libertad, desde la tristeza a la alegría, desde el luto a la fiesta, desde la muerte a la vida.

Sólo la fe permite dejar atrás las cadenas que nos esclavizan, la injusticia que nos entristece, el pecado que lleva a la muerte; sólo la fe puede hacer fuerte y cierta la esperanza con la que nos ponemos en camino hacia el país de la vida, hacia Cristo Jesús.

El relato bíblico de la creación y caída de los primeros padres es descripción imaginativa de una experiencia humana real, de una caída en la esclavitud, en la tristeza, en las lágrimas, en el luto, en la muerte.

Esa caída tiene que ver con nuestra voluntad, con nuestras opciones personales, con eso que el salmista llama “mi culpa”, “mi delito”, “mi pecado”; esa caída tiene que ver con mi opción por “la maldad”, de la que nacen aquella tristeza, aquel luto, aquella esclavitud, aquella muerte.

Ése es el mundo en el que se afana el hombre viejo.

Pero hoy, de la mano de la fe, puedes acercarte a Jesús de Nazaret, el hombre nuevo que es llevado al desierto por el Espíritu de Dios para ser tentado por el diablo.

Fíjate en Jesús, y se te mostrará el camino que lleva a un mundo nuevo, porque lleva a una humanidad nueva.

En Jesús, la opción no es por hacerse con el poder de Dios sino por la escucha de su palabra, por la obediencia a su mandato, por el apego a su voluntad.

En Jesús, la opción no es por el espectáculo seductor, engañoso, sino por la verdad de lo que somos, por la grandeza humilde de nuestra condición, por la aceptación confiada de nuestras limitaciones, de nuestras enfermedades, de esa pobreza última que llamamos muerte.

En Jesús, la opción no es por adueñarse de los reinos del mundo y su gloria sino por el reconocimiento del señorío de Dios sobre todas sus criaturas.

Desde el primer domingo de Cuaresma, la fe nos muestra el camino que lleva a la vida, al mundo nuevo, a la Pascua: el camino se llama Jesús.

Vamos con Jesús al desierto, y allí, de Jesús aprendemos obediencia a toda palabra que sale de la boca de Dios; allí, con Jesús, abrazamos la verdad de nuestra vida: nuestras limitaciones, nuestras debilidades, nuestra condición humana, nuestras miserias; allí, con Jesús, nos hacemos de Dios.

Hablamos de éxodo; nos ponemos en camino; vamos con Jesús…

Somos su Iglesia, su cuerpo, somos sacramento de su presencia.

Escucha hoy, Iglesia cuerpo de Cristo, la palabra de Dios, comulga hoy con el que te amó hasta el fin, hasta dar la vida por ti; escucha y comulga, y él irá contigo adonde tú vayas, a tu desierto, a tu vida, a tu casa, a tu mundo.

Déjalo entrar, no te apartes de él, vive con él su obediencia, su humildad, su modo de ser hijo de Dios.

Y sentirás latir dentro de ti un corazón puro, te sabrás renovada por dentro con un espíritu firme, te reconocerás habitada por un espíritu santo, te confesarás afianzada con un espíritu generoso, experimentarás dentro de ti la alegría de la salvación que viene de tu Dios.

Feliz camino con Cristo hacia la Pascua.